Esta es la historia de mi primer parto: Testimonio de Mujer #3

Publicado el 28 mayo 2013 por Bebloggera @bebloggera
Enviado por Paola desde Argentina

Ya han pasado 10 años desde la primera vez que me convertí en madre. Nunca, hasta hoy, pude poner en palabras el relato completo de cómo vino mi hija Rosario a este loco mundo. Tal vez sea que en unos meses enfrentaré un parto más, tal vez sea que es la Semana por el Parto Respetado, tal vez, recién ahora puedo contarlo...

Paola y Rosario

Me había costado mucho quedar embarazada. Después de unos 8 meses intentándolo, fui al ginecólogo. Me ordenó muchos estudios (caros y dolorosos) a los cuales me sometí sin cuestionar nada. Me decían que la edad influía (tenía 27 años), que no era tan jovencita como para no tener problemas, que era normal que me costara. En una consulta, de casualidad le mencioné al médico que había soñado que tenía problemas de tiroides, que me mandara a hacer el estudio: de muy mala gana lo hizo, me dijo que era una "soberana estupidez" hacerle caso a un sueño. Me detectaron hipotiroidismo, lo comencé a tratar desde ese momento. A las dos semanas quedé embarazada.


Durante el embarazo hice buena letra, tomé los suplementos vitamínicos (que no necesitaba y me hacían mal), fui a todas las consultas, me aguanté que me retaran todos los meses por el aumento de peso (subí un total de 13 kilos en 9 meses y mi bebé pesó 3,5 kilos). En cada consulta me hicieron tacto. Yo no sabía nada de nada, no tenía más información que un libro que me habían regalado y, la verdad, ni me preocupé en buscar material... confiaba ciegamente en los médicos.
El 2 de mayo de 2003 rompí bolsa a las 7 de la mañana. Me estaba preparando para ir caminando al trabajo (3 km). Siempre me gustó caminar. Despierto a mi marido, que recién se había acostado (había trabajado la noche anterior), y me lleva a la clínica para internarme. Mi mamá tenía quebrada una pierna por lo que me acompañó mi suegra. Me interné y él se volvió a casa.
Ya estaba enojada, ¡me iba a tener que aguantar a mi suegra mientras estaba en trabajo de parto! ¡Era el colmo!


El martirio
La primer médico de guardia ni me saludó y me hizo tacto. Me dolió. Se me rió y me dijo, "¡ay mamita! ¡Si así te vas a poner, vas a sufrir mucho!" Y sus palabras fueron providenciales, porque me hicieron sufrir como una perra. Me mandaron a poner oxitocina a las 10 AM y recién me la pusieron a las 5 de la tarde. Cada una hora, entraba un médico diferente y sin mediar palabras me hacían tacto. No me decían nada y se iban. Mi suegra estaba dibujada. Llamo a mi marido bajo amenaza de divorcio para que vaya ya a acompañarme.

Entró una enfermera, me levanta la bata y me afeita. Así de prepotente. Le digo que no quiero y se me ríe. ¡Andá callándote la boca, gordita, acá no tenés que opinar nada! Juro que fue como una cachetada. Me ponen la oxitocina y comienzo a sufrir como perra. Las contracciones eran muy dolorosas...
Bajo indicaciones de mi obstetra, una médico a la que yo amaba y pensaba que era afortunada de tenerla, un practicante de manos gigantes me hacía tacto y me dilataba con su mano para "ayudarme" a no pasar horas de trabajo de parto. ¡Claro! Después me enteré que ella tenía una cena importante con un chongo a las 22 horas.

Rosario y su mamita Paola

Yo lo veía entrar y lloraba. Me dijo: ¿así gritabas, mamita, cuando te la estaban poniendo? Sepárame las piernitas, no me hagas hacer fuerza. Así  como les cuento. Bajo la presencia de mi marido y mi suegra. ¿Para que coño estaban ahí? Le dije a ella que se fuera (a los gritos) y a él que me defendiera. "¡Tranquila mami, a la hora de coger son todas buenas y después son unas leonas", me dijo entre risas la enfermera que me estaba acomodando el suero.
Yo gritaba, lloraba, estaba adolorida y seguía entrando el practicante con las manos gigantes a dilatarme. Y yo, decía que NO. ¡No me toques! ¡Me duele! Le decía... "¡Colaborá mami, se te va a morir el chico si no ayudás!", me dijo.  Eran las 20 hrs., tenía 8 de dilatación. Me levanté, me puse a caminar y caí desmayada porque vi sangre en mi pierna.
Llaman urgente a la obstetra. Me suben a una silla de ruedas, con las piernas abiertas, me llevan por un pasillo lleno de hombres a la sala de partos. Les pido que me tapen, se me ríen, me dijo alguien "lo hubieras pensado antes, cuando hacías el chico". A mi marido no lo dejan entrar a la sala de partos, lo veo a través de un vidrio grande con cara de susto.
Aprovechan una contracción para hacerme la episiotomía. Lloro. Me duele. La médico me amenaza de que si sigo así se va, que tiene cosas importantes que hacer (se ve que mi parto no lo era...). Dejo de llorar, me daba terror que me deje así
Ellos hablaban de cualquier cosa, ahí me entero de la cena importante a las 22 hrs. El practicante me hace laManiobra Krsiteller(con los años me entero que se llama así). Siento un dolor espantoso, un desgarro, un ardor tremendo.

Paola junto a la pequeña Rosario


Nace Rosario. Lloraba a moco tendido. Tenía sus ojazos abiertos. La enfermera me la muestra de lejos e intenta llevarla. Me levanté de la camilla, la agarré del rodete y le saqué de los brazos a mi hija. Así fue nuestro primer encuentro. La abracé fuerte, el practicante me lleva a la camilla, no recuerdo lo que me decía, me sacan a la bebé, me atan los brazos y yo a los gritos pidiéndole a mi marido que no la deje sola, que la siga a donde vaya.
Me cosen sin anestesia, total "no te tiene que doler esto". Me quieren dopar, y prometo portarme bien. Me llevaron a la habitación y ahí me encontré con mi hija en brazos de su papá. Se la quisieron llevar a la nursery para "que yo descanse". Armé lío, me quería ir a mi casa. Me hicieron firmar unos cuantos papeles en los que me hacía cargo de todo lo malo que iba a pasarle a mi hija por quedarse conmigo.
De ahí en más la tuve siempre conmigo. En brazos, durmió conmigo desde el primer momento. Me arranqué el suero para poder abrazarla bien. Ahí comenzó nuestra historia de amor. La amé con locura desde que la vi en esa sala de torturas (bah!, de partos...) y no me separé de ella, ni la dejé llorar ni hice caso a todos los consejos que me daba todo el mundo (y que nunca pedí).
Con el correr de los años pude emponderarme, aprendí que no era normal traer un hijo al mundo de esa manera. Aprendí a hacer valer mis derechos, a luchar por lo justo, a promover la información para que cada vez seamos menos las mamás violentadas.
Revivir esto me causa mucho dolor, me revuelve las tripas. Me avergüenza no haberme defendido, me da un odio bárbaro hacia mi marido que fue testigo de todo y que no hizo nada. Tengo heridas que sanar, pero mirando hacia adelante soy optimista: mientras funcionemos como una tribu, mientras compartamos nuestras historias y luchemos todas las mujeres como si fuésemos una sola, hay esperanzas.
Yo tengo la certeza de que en algún momento estas cosas no volverán a pasar.

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