Esta crónica está escrita con ánimo de difamar, maldecir e insultar algo tan sagrado que a este cronista le impondrán una multa de 3.000 euros, que podrían llegar a 9.000, por lo que, como ha decidido no pagarlos, terminará preso.
Esto es una difamación y quien me denunciará es el joven alcalde socialista de Tordesillas, Valladolid, José Antonio González Poncela, cuyo PSOE cuenta con siete concejalías, y en el caso contra mí, con las seis del PP.
Pensará usted que al cronista es un peligroso antisistema para que PSOE y PP estén de acuerdo en castigarlo como difamador, merecedor de la pena de muerte que aplican en el mundo islámico a quienes difaman y ponen en duda cualquier precepto mahometano.
Vayamos, pues, a la difamación y a algo peor, a la maldición: ¡Maldita Sea la Fiesta Cruel, Brutal, Repulsiva, Miserable y Sangrienta del Toro de la Vega!
Esa infame e injusta justa en la que una jauría de centenares de humanos salen a alancear a pie y a caballo a un toro aterrorizado al que unos y otros van agujereando hasta que cae muerto.
El último lancero es el héroe vencedor, el último torturador, a la vez que verdugo liberador del desgraciado animal.
Ese espectáculo es Fiesta de Interés Turístico desde 1980 y orgullo, según dicen, de ese pueblo 9.200 habitantes que lo celebra los 11 de septiembre desde 1534.
La multa al cronista, y a usted si también difama esa actividad indigna de seres humanos contemporáneos, se la impondrán según una reciente ordenanza municipal aprobada unánimemente por la corporación del alcalde progresista.
Un progresismo que debe revisarse: tras un reportaje del NODO de 1954 el Toro de la Vega estuvo prohibido tal como es ahora durante buena parte del franquismo por su crueldad.