Esta es una historia de amor como otra cualquiera

Publicado el 28 octubre 2015 por Charo

ESTA ES UNA HISTORIA DE AMOR COMO OTRA CUALQUIERA     El día en que a la nariz de Feta llegó el varonil aroma de Mo supo que había encontrado al hombre de su vida.   Eran las 7,30 de la mañana de un 14 de julio,  la oficina del paro abría a las 8 y cuando Feta llegó ya había una veintena de personas esperando en la cola. Después de un par de minutos en la fila comenzó a llegarle un ligero aroma de sudor rancio mezclado con un delicioso olor a pies que le hizo cerrar los ojos y aspirar fuerte intentando averiguar quién era el hombre, ese olor era masculino por supuesto, que despedía ese tufo maravilloso. Nunca en toda su vida había olido unos pies con ese pequeño matiz de roquefort interfiriendo entre el cabrales que tanto le excitaba. El olor era tan intenso que poco a poco fue opacando los olores a limones salvajes del Caribe, flor de cerezo japonés, vainilla negra de Madagascar, piña colada  y demás olores exóticos que tanto se habían puesto de moda en los geles de baño. Esos olores realmente la mareaban. No había nada mejor que el olor a sudor a ser posible con unos cuantos días de maceración, pues las diferentes capas se iban superponiendo formando una mezcla de olor intenso, algo avinagrado pero dulcificado por las pequeñas vetas fecales que dotaban al cuerpo de unos efluvios verdaderamente intensos. Intrigada, comenzó a inspeccionar todos los pies masculinos que se encontraban delante de ella.  Enseguida creyó localizar las fantásticas deportivas, que en su día fueron blancas, que calzaba un hombre al que no veía la cara porque se encontraba cinco puestos más adelante que ella. Sí, no había duda, era él, el resto de pies eran de mujeres o de hombres con sandalias bien ventiladas y los pies con aspecto de haber sido lavados esa misma mañana. Era increíble lo que le gustaba a la gente lavarse.    Visto desde atrás el hombre parecía muy interesante. Bajo y regordete, llevaba una camisa  de manga corta de color beige, en la que se transparentaba una camiseta blanca de tirantes,  metida por dentro de unas bermudas de cuadros verdes y blancos con bolsillos a los lados y un cinturón marrón. Las deportivas cuasi  blancas y los calcetines de deporte con rayas rojas y azules completaban una imagen elegante pero informal. Cuando el hombre levantó el brazo para rascarse la coronilla desprovista de pelo y Feta comprobó los diversos discos de sudor que se habían marcado en la camisa, comenzó a maquinar la manera de acercarse a él, pues estaba segura de que su aspecto por delante le agradaría aún más. Un pálpito en su corazón le decía que esta vez era la definitiva y que por fin iba a encontrar al hombre con el que compartir el resto de sus días. Dispuesta a poner toda la carne en el asador, le pidió a la  chica que estaba detrás de ella que le guardara el sitio y sin dudar se dirigió hacia él  mientras sacaba un cigarrillo de su bolso.
   Mo se había fijado en Feta desde que la vio  avanzar por la calle en dirección a la cola. Esta sí que es una hembra, pensó. Ataviada con unos pantalones cortos y una camiseta de tirantes roja movía su abundante anatomía con una gracia que la hacía parecer una modelo de las que salen en los anuncios. Sus muslos  chocaban  uno contra otro produciendo un efecto como de flan en su abundante celulitis y sus pechos enormes  y caídos hasta el infinito se juntaban con su abdomen formando una inmensa masa amorfa de la que Mo no podía apartar los ojos, tal era el efecto hipnótico que le producía todo el conjunto. Cuando llegó a su altura se fijó en su cara, una cara que encajaba perfectamente con su cuerpo para formar el todo más armonioso que había visto en su vida. Aunque por timidez no se había atrevido a mirarla directamente a los ojos, le había llegado su olor, una intensa vaharada de aroma a pescado ligeramente pasado de fecha que lo había golpeado como una ola produciéndole un embriagador  atontamiento que lo había dejado casi sin respiración.  Y ahora estaba allí, a su lado. Ella se  había acercado hasta él, le había pedido fuego y enseguida había comenzado a hablar como si lo conociera de toda la vida. Mo apenas le entendía lo que decía pero estaba tan fascinado por esa boquita de pez sobre la que sombreaba un oscuro bigote entre los grandes mofletes sonrosados que no importaba. Su verborrea le había impedido introducir apenas un par de frases sobre el calor y el tiempo que llevaba en el paro cuando la oficina abrió y la cola comenzó a avanzar, pero ellos apenas si se enteraron, sus ojos estaban presos los unos en los del otro y el tiempo pareció detenerse a su alrededor formando un oloroso círculo que los mantendría unidos durante toda su vida.