Fue una muestra más de la amabilidad y dedicación de estas gentes de la hostelería, con quienes tuvimos ocasión de departir un rato, y conocimos que este hotel ofrece cada año unas jornadas gastronómicas dedicadas a la trufa, generalmente desde mediados de febrero hasta finales de marzo, sirviendo menús basados en la trufa negra fresca, que se obtiene en la población de Abéjar y en la
Quede, pues, constancia y reconocimiento a las atenciones recibidas en este punto hostelero, merecedoras de difusión y de nuestro retorno en el futuro.
Y ya en la carretera, seguimos circulando por la N-234, no demasiado transitada, aunque de las “antiguas”, es decir, que pasa por el interior de todas las poblaciones, hasta llegar a Burgos, ciudad ya conocida de otros viajes precedentes, que circunvalamos para entrar en la autovía A-231, que nos permitió pasar por Carrión de los Condes, y entrar en León, ciudad a la que dedicamos tres horas de paseo, para visitar su
Como el destino estaba todavía algo lejano, volvimos a la carretera, a la N-120, y llegamos a Astorga, ciudad en la que era obligada (y así lo hicimos) la visita a la Catedral y al Palacio de Gaudí.
Era día de calor, pero éste se fue mitigando no solamente por el aire acondicionado de nuestro coche, sino porque desde Astorga seguimos la
Entrados ya en Galicia, el verde panorama fue adueñándose de nuestro alrededor, por Becerreá y otros bellos puntos, y de esta guisa llegamos a la circunvalación de Lugo, en la que ya nos desviamos en dirección a la N-634, la antigua carretera hasta Oviedo (hoy en buena parte reemplazada por la A-8, nueva autopista que une A Coruña y Ferrol con la capital asturiana), en cuya ruta fuimos embebiéndonos de esa bruma medio llovizna propia de Galicia y del intenso verde que brinda un precioso abanico de colores.
Después de recorrer unos 15 kms. el indicador de Adelán apareció seguido del reclamo “Hotel Rústico Casa Franco”, que se presentó con un amplio terreno en derredor, una edificación tipo casa gallega de piedra granítica y vista más cercana a la carretera y un bloque ya en el interior de construcciones de una sola planta, que intuimos eran las suites anunciadas
Casi no habíamos puesto pie en tierra cuando se acercó hasta nosotros un hombre de mediana edad, quien con sonrisa amable nos preguntó si éramos quienes él pensaba (habíamos efectuado previa reserva) y nos dirigió a nuestra acomodación, en una de esas suites, que resultaban muy acogedoras, pues al entrar se accede a una salita con mobiliario adecuado para la convivencia, el baño con ducha/jacuzzi intermedio, y una amplia habitación, que se iluminaba a través de una ventana con vistas a la montaña. Todo muy coqueto, limpio y bien cuidado.
Después de organizar el equipaje (teníamos previsto quedarnos al menos cinco días) ya acudimos al salón comedor cercano a las suites y charlamos sobre el lugar con Jose, que así se llamaba el propietario, quien nos informó con suficiencia sobre los parajes a visitar en la zona, que había reflejado en unos cuidados cuadernos para viajes.
Y además, degustamos una cena algo frugal, pero comenzando ya a gozar de los huevos de corral recién puestos, de la ternera y las patatas gallegas, y de un buen vino tinto Mencía, de la rectoral de Amandi.
En resumen, ya estábamos en Galicia, ya gozábamos de un ambiente fresco maravilloso (no superaba los 20 grados centígrados), nos envolvía un rico contraste verde de paisajes, “respirábamos” naturaleza y comenzábamos a experimentar la relajación propia de quienes ya van a comenzar de veras sus días de descanso.
Lo mejor era la ilusión de gozar pronto de las tierras de la Mariña lucense. De momento, ya estábamos allí.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA