Por primera vez en la historia democrática española, el Parlamento ha sido incapaz de investir a un presidente del Gobierno y, en consecuencia, salvo sorpresa de última hora, el próximo dos de mayo se procederá a la automática disolución de las Cámaras y a la convocatoria de elecciones. Los partidos políticos transfieren a los ciudadanos la responsabilidad de deshacer un bloqueo institucional que tiene, es preciso recordarlo, su causa última en el rechazo del principal partido de la izquierda española, el PSOE, a reconocer la victoria electoral del Partido Popular, en una inaudita maniobra de deslegitimación del adversario que no sólo suponía romper los acuerdos básicos de la Transición, sino que estaba condenada al fracaso. Sólo desde esta perspectiva cabe explicar la estrategia políticamente estéril con la que se ha conducido el secretario general de los socialistas, Pedro Sánchez, a lo largo de los últimos cuatro meses, con el agravante, nada menor, de haber solicitado a Su Majestad que propusiera su investidura pese a que, era sabido, no podía contar con los votos suficientes, una vez que el Comité Federal de su partido le había vetado cualquier posibilidad de acuerdo con los populares, pero también con aquellas formaciones que pusieran en cuestión el modelo territorial recogido en la Constitución. En esas circunstancias, la pretensión
llegar Mariano Rajoy –y que el presidente del Gobierno en funciones todavía mantiene en vigor– , propuesta que no sólo se incardina en la práctica de las grandes democracias europeas, sino que, a nuestro juicio, era la salida más razonable a la situación y la que hubiera permitido abordar desde la fortaleza de una gran mayoría parlamentaria de consenso constitucional las reformas institucionales que precisa nuestro país. De hecho, existen entre el Partido Popular y el PSOE suficientes puntos de confluencia en los asuntos de Estado y en la concepción del modelo económico y territorial de España como para haber hecho posible el gobierno de concentración. Por ello, que Pedro Sánchez atribuya a Mariano Rajoy la mayor responsabilidad en el fracaso de la legislatura y en la repetición de las elecciones roza el cinismo político. Porque lo que pretendía el secretario general socialista era, nada
“¿Y ahora qué vamos a votar?Nos encontramos ante una segunda vuelta en toda