Esta España nuestra: Lanzarote, una Navidad entre volcanes (VI)

Por Salpebu

Una Nochebuena y Navidad sosegadas y en paisajes insospechados; De la búsqueda del cocido canario al plato de Sancocho, con paseos por senderos volcánicos
Llegada la Nochebuena, como antesala de la Navidad, ahí estábamos mi esposa y yo mismo, en parejita, sin más compromiso de celebración que el de estar juntos en esos días especiales. Los hijos, en la península y en el extranjero y ya de edad supermadura; los nietos, también lejos y la algunos de ellos ya adultos.¿Íbamos a sumarnos a alguna organización de eventos especial? ¿O a reunirnos con algunas gentes?La verdad es que si habíamos viajado hasta Lanzarote en busca de descanso activo, no hallábamos especial motivo para reunirnos con gentes desconocidas en estas fechas. Inclusive nuestra anfitriona se había marchado la península con sus hijos.Así que, sin demasiadas cavilaciones, nos felicitamos de estar en la mejor
compañía posible: la del otro cónyuge. Y decidimos organizar nuestra cena de Nochebuena en la casa en la que residíamos. Otra cosa era la comida del día de Navidad, pues nos apetecía degustar un cocido canario, en algún ingrediente diferente de los de la península.Así, el día 24 de Diciembre, tras el habitual desayuno de tostadas, mermelada y queso de la isla, con un buen café con leche, emprendimos en nuestro coche la marcha por el Parque Natural de los Volcanes, y a poco de sobrepasar Mancha Blanca nos apeteció dar un buen paseo por uno de los senderos volcánicos que se ofrecían a nuestro paso, concretamente frente a la Montaña del Cortijo. Y en el aparcamiento dispuesto junto a la carretera, en el que ya había más automóviles estacionados, dejamos nuestro vehículo y nos dispusimos a seguir una ruta sobre ceniza volcánica que estaba marcada en su inicio por unas rocas de volcán, y que seguía más gente.La ruta no ofrecía ninguna especial dificultad, si se exceptúa el viento de cierta
intensidad que batía la zona. El recorrido era seductor por lo insólito, ya que era caminar por la nada, sin un solo árbol ni cerca ni lejos y solamente algunos líquenes en matojo. La “no vida”, en fin. Terminado el recorrido, no duro, seguimos por la carretera hasta La Geria, admirando nuevamente los viñedos protegidos por los muretes, y llegando hasta Uga, población en la que se nos había informado que había un restaurante acreditado que ofrecía cocido canario, que ya he dicho es lo que nos apetecía comer el día de Navidad.En llegando a Uga, y tras buscar ese restaurante, que había cambiado su denominación en fecha reciente, nos llevamos la decepción de que anunciaba un aviso en su puerta que estaría cerrado los días 24 y 25. ¡Adiós, cocido canario! Excepto que lo halláramos en algún otro establecimiento. Tras ello seguimos hacia el norte, en dirección a la villa de Teguise, antigua capital dela isla,   la que se nos ofreció una bonita zona antigua, muy cuidada, con calles empedradas y casas de abolengo, además de tiendas de artesanía lanzaroteña. Paseamos un buen rato, gozando del sol venteado que imperaba, y nos
marchamos hacia otro lugar, aunque al pasar por Tao volvimos al restaurante del Tele-Club, en el que comprobamos que las posibilidades del cocido canario se nos esfumaban…Para seguir ocupando el día, por Tinajo nos dirigimos a La Santa, en cuyas cercanías visitamos el Club de Spa y Surfing de La Santa, y seguimos por carreteritas junto al mar hasta Sóo, una villita cercana a Muñique en la que visitamos la tahona de Aurelia, una surtidísima tienda de alimentación, al estilo de pueblo, en la que destacaba el queso lanzaroteño, de fabricación propia, y que adquirimos junto con pan, para llevárnoslo a la península. Estabamos a pocos kilómetros de nuestro alojamiento y allí nos dirigimos para preparar la cenita de Nochebuena, en la que hubo un buen aperitivo de pulpo a la gallega, queso lanzaroteño, y un plato principal a base del delicioso atún comprado al pescadero de Tinajo, que a la plancha se ofreció como un gran manjar. Y todo ello regado con un vino blanco semi-afrutado de la variedad de uva Malvasía, dela Geria. Unos trocitos de turrón, de postre, y una charla amena nos llevaron a sentir los primeros picorcillos del sueño (aquellos que en nuestra infancia se decían de “la abuelita de la arena”), de manera que nuestra Nochebuena acabó en “noche mejor” leyendo el a camita la novela que estaba a medias. Como el día de Navidad no teníamos quién ni qué nos despertara, lo hicimos más bien tardecito (si se atiende a la hora peninsular), para, bien desayunados, buscar una nueva caminata por sendero volcánico, cerca de la Montaña Caldereta, en la que mi esposa denotó su espectacular buen estado de forma, yéndose a caminar en solitario por aquellos lugares desiertos, entre arenas y rocas volcánicas. Decidimos dirigirnos a lugares aún no visitados en este viaje, y acabamos en Playa del Carmen, lugar tan superturístico, tan poblado por enjambres de apartamentos y casas, tan urbanizado, con muchos hoteles, que solamente nos apeteció pasear por una especie de paseo que sobre las rocas contornea el mar. Todo estaba lleno de turistas, la mayoría extranjeros, que a la una de la tarde ya estaban degustando su lunch, en algunos casos con buenas sangrías y vinos y con sombreros y atavíos propios de las celebraciones navideñas en otros países. Poco interesante y nada atractivo para nosotros, que buscábamos sosiego y pocas masas. Por lo que abandonamos Puerto del Carmen y nos dirigimos a Arrecife, la capitalita de la isla, en la que paseamos en torno a El Charco de San Ginés, y hallamos allí una tasquita llamada “La Bulla”, que ofrecía unos singulares minibocadillos de chopitos, que acompañamos de unos ahumados de salmón y unas cervezas, buen aperitivo para marcharnos (casi sentíamos alergia a la ciudad, por ser ciudad) hasta Tao, en cuyo Tele Club (restaurante) degustamos un Sancocho lanzaroteño –con pescado, batata y patata) y una Vieja, delicioso pescado canario que ofrece auténtico placer al paladar.
Nos apetecía volver a zona playera y nos volvimos a Sóo, llegándonos hasta la Caleta de Famara, en la que paseamos algo, ya que el viento comenzaba a importunar bastante. Y como la tarde fenecía, hicimos lo mejor, que fue regresar a nuestro “cuartel general”, donde aprovechaos el atún que habíamos reservado el día anterior para cocinarlo encebollado y acabar así un día de Navidad sin demasiados hechos notables, aunque lo verdaderamente significado es que habíamos gozado en pareja de un día sosegado y lleno de atractivos naturales. El descanso nocturno fue, como siempre, estupendo.SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA