El Poder del Estado en el sistema democrático es omnipresente en tanto en cuanto puede aparecer en cualquier sitio según su interés, esperando el momento favorable para la aplicación de las leyes que regulan la corrupción de la sociedad, de este modo legitiman su existencia y fungen a la vez que fingen la protección de sus súbditos.
El Poder del Estado es directamente proporcional a la corrupción de la sociedad a gobernar, es decir, a sociedades más corruptas, más Poder tendrá el Estado para promulgar, legislar y aplicar más leyes a sus súbditos, siempre siguiendo unas directrices predeterminadas por la élite que está al mando del Estado.
Cabe destacar que en el fenómeno de la corrupción de la sociedad interactúan varios factores, siendo el Estado uno de los principales actores de esta tragedia, en la que el individuo sin menos recursos es el más desfavorecido del sistema, porque es el Estado quien regula buena parte (sino toda) de la actividad social, política y económica de la sociedad en general, estableciendo las leyes y por ende las normas de conducta del individuo sometido, que se encuentra con muy pocas posibilidades de poder hacer otra cosa que no sea perjudicial para el Poder encarnado en el sistema de dominación que lo componen en buena medida; una inmensa mayoría de los súbditos y sus amos: la élite de Poder.