Revista Educación

Estado de Derecho: reflexiones cínicas para tontos, por Santiago Álvarez de Mon

Por Petito2000

Publicado hoy en Expansión.

Por desgracia, la Historia Universal no es solo una historia del valor humano, sino también una historia de la cobardía humana, y la Política no es, como se nos quiere hacer creer, la dirección de la opinión pública, sino el doblegarse esclavo de los líderes precisamente ante esa instancia que ellos mismos han creado y sobre la que han influido”.

La controvertida sentencia del Tribunal Constitucional sobre Bildu me ha animado a releer Fouché, de Stefan Zweig. Retrato fino sobre un político frío, calculador, listo y amoral, permite trazar algunas similitudes. Del fallo del Constitucional me preocupan fondo y forma. Contenido, siempre que la democracia, en aras de integrar a los más violentos y radicales, ha transigido sobre las reglas del juego, le ha salido el tiro por la culata.

El caso más dramático lo representa Paul von Hindenburg. El 30 de enero de 1933 nombró a Hitler canciller del nuevo gabinete. ¿Argumento esgrimido?, las responsabilidades de gobierno le domesticarían. Ingenuidad, ceguera, timidez, tibieza…, degeneró en debilidad y abdicación temerarias. Una pena, la democracia es el único sistema que tiene la autoridad moral para mostrarse firme e incólume en sus principios.

Forma, afloran las sutilezas de los más astutos. Se dice que estamos en un Estado de Derecho, que se ha de respetar lo que dictan los órganos competentes. En el equilibrio ejecutivo, legislativo, judicial, los dos primeros tienen que obedecer los dictámenes y resoluciones del tercero.

Impecable razonamiento, difícil oponerse a esta lógica constitucional. ¿Dónde está la trampa? Es fácil referirse a la libertad e independencia de organismos que tú mismo nombras. ¿Quién te ha nombrado?, ¿con qué plazos?, son preguntas decisivas en cualquier relación de poder. El Tribunal Constitucional, artificio sin precedentes en el Derecho comparado, viene siendo desde su constitución objeto de una encarnizada batalla política. PP y PSOE se disputan sin ningún disimulo el control del Alto Tribunal, para luego en una argucia exquisita remitirse al respeto institucional.

Fouché en estado puro: “Ese estar en la oscuridad será su actitud: no ser titular visible del poder y, sin embargo, tenerlo por completo, tirar de todos los hilos y no pasar jamás por responsable”. ¿Qué control más férreo que intervenir en tu nombramiento? Te elijo por nuestra afinidad ideológica, para ipso facto retirarme y dejarte hacer.

Ortega decía que ser de izquierdas o de derechas es una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil. Clichés estúpidos que atentan contra la inteligencia, en asuntos jurídicos son gravísimos. Con absoluta naturalidad se habla de mayoría progresista o conservadora. Los dos grandes partidos negocian sin empacho, intercambian cromos sin ningún pudor, para luego airear el imperio de la ley. Deben pensar que somos tontos, y no les falta razón. Los tentáculos del poder político crecen, vista la abulia de una sociedad victimista.

Organismos como la Comisión del Mercado de Telecomunicaciones (CMT), la Comisión Nacional de Energía (CNE), la Comisión Nacional de la Competencia (CNC), la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), son objeto de un constante tira y afloja para situar al que más se alinea con los intereses de partido. Hasta medios de comunicación privados, en plena campaña electoral, sufren presión sobre el tratamiento de la información.

La politización atmosférica ahoga a los profesionales más valientes y cualificados. ¿Dónde reside la fuerza de las grandes democracias? ¿En la personalidad de sus líderes, o en la robustez y fiabilidad de sus sistemas de gobierno? ¿Cuántos nombres de jueces americanos, británicos, canadienses, están constantemente en el mentidero? Cuanto más aséptico y despersonalizado es el equilibrio institucional, más libertad y seguridad jurídica disfruta la ciudadanía.

Apena ver como una cuestión de Estado como el terrorismo es sometida a intereses electoralistas. “Le bastan veinticuatro horas, a menudo solo una, para arrojar sin más la bandera de su convicción y envolverse susurrante en otra. No va con una idea sino con el tiempo, y cuanto más corra más deprisa correrá él detrás”.

¿De quién escribe Zweig, de Joseph Fouché, seminarista, saqueador de iglesias, comunista precoz, diplomático de la Convención, ministro del Imperio, de la República, de Luis XVIII, duque de Otranto, multimillonario…, o de algunos de nuestros políticos actuales, relativistas rendidos al favor perecedero del momento? Talleyrand, camarada de la Convención y la época napoleónica, ironiza: “Fouché desprecia tanto a los hombres porque se conoce demasiado bien”. Radiografía descriptiva de algunos cínicos que achican el noble arte de la política vaciándola de su dignidad.

Santiago Álvarez de Mon, profesor del IESE.


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