Aquel México de 4.025.283 kilómetros cuadrados tiene hoy sólo 1.964.375 kilómetros cuadrados, menos de la mitad de su superficie original. La misma superficie que México perdió la ganaron los Estados Unidos.
Trump no tiene pinta de ser un estudioso de la Historia y seguramente desconoce que los mexicanos, cuando emigran a Estados Unidos, van a tierras que, según muchos autores y expertos, quizás les pertenezcan en justicia porque, aunque se firmaron tratados, todas las cesiones de territorios se hicieron bajo la coacción y la abrumadora superioridad militar de un ejercito norteamericano que hasta llegó a ocupar la capital mexicana.
El arrogante e insensible Trump, dispuesto a humillar de nuevo a los mexicanos haciéndoles pagar también el coste de la construcción del muro, debería reflexionar y recordar que si la vecindad de los dos países ha beneficiado a alguno de ellos ha sido a los Estados Unidos que, en poco menos de dos siglos, se apropió de más de la mitad de la finca del otro.
El muro de Trump despertará viejas reivindicaciones y rencores que parecían olvidados después de la amplia colaboración comercial entre los dos países. El hosco y brusco rubio gringo Trump tal vez esté despertando a una bestia y sembrando terribles y peligrosos sentimientos de odio porque si hay un pueblo orgulloso y bravo en el mundo, ese es el mexicano, como lo demostró con creces en su lucha contra los franceses y en su famosa Revolución.
Trump y su pueblo no saben lo peligroso que resulta tener un enemigo al lado. Ellos están acostumbrados a tenerlos a miles de kilómetros, en Corea, Vietnam, Afganistán o Irak, pero el "enemigo a las puertas" es otra cosa.
Francisco Rubiales