Estamos entre 2012 y 2013, pero la burocracia en España sigue igual que bajo Felipe II, el gran burócrata de hace casi cinco siglos, lo que paraliza el país frente a sus rivales industriales y comerciales.
Asómbrese: su estructura política emite un millón de folios anuales en leyes y órdenes, papeleo que tiene a centenares de millares de funcionarios ocupados en la única misión de rebotarse unos a otros expedientes inacabados.
Como acaba de denunciar la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), las empresas, fabricantes o comercializadoras, está atenazadas por 100.000 leyes, 65.000 de ellas de autonómicas. Mañana habrá más,
Ahí tiene usted a 17 parlamentos autónomos regulando a su aire, por ejemplo, los cinturones de seguridad de los autobuses escolares, cuando una simple ley puede abarcar a toda España y pronto a toda Europa.
Para el mismo ascensor, camión con sus modelos o rutas de carretera, los sistema de pesca, de selvicultura, ambiental, de seguridad de viviendas o alimentaria, o de ambulancias, en lugar de ser igual en toda España, se legisla en cada Comunidad Autónoma.
No por el interés general, sino de acuerdo con la necesidad de vivir del cuento de sus diputados para dar la impresión de que cobran porque son necesarios, ellos, sus conmilitones y sus familias.
Hasta la Inquisición española era más una fuente de papeles que de tormentos, y el “Vuelva usted mañana” de Larra, escrito hace casi dos siglos sobre los trámites que había que pasar para culmnar toda actividad, es un anticipo de “El proceso”, de Kafka.
España es un país kafkiano controlado desde hace siglos por los burócratas al servicio de los señores feudales y del clero, que ahora son los diputados y políticos autonómicos, mucho más que los estatales.
Absolutamente innecesarios casi todos, si no todos, su papel histórico, como el del Senado actual, es mantener la burocracia caciquil y arruinar España.
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SALAS.