Son estos tiempos en que la inocencia ya no está al alcance de un “¿señora, puede salir a jugar Juan?”
En estos tiempos de “solicitudes de amistad” no puedo más que acordarme de los más pequeños, los esclavos del miedo de los padres. Una consola de videojuegos o una computadora es la medianera entre lo atroz que (algunas veces) puede ser el internet y el pavor del aislamiento. Es una finísima escapatoria que nos corta los pies y nos acerca las derrotas. Nadie ama, corre o abraza desde atrás de un monitor, es necesario salir a meternos todo el cielo en los ojos y que el mundo nos acaricie y nos golpee, porque son esos “horrendamente hermosos” golpes que nos encienden y arrancan de nuestra habitual “sección de asegurados”.
En estos tiempos en que pocos se lastiman las rodillas jugando en la calle, o son emboscados al jugar a las escondidas, donde muchos padres, en ocasiones, están demasiado cansados de tanto elaborar falsas libertades y llenando la casa de cosas, sustituyendo a las personas, a los amigos del barrio o de la escuela con artefactos que consumen una buena parte de sus sueldos para así crear una generación de fragilidades hechas niñas y niños (las damas primero, señor) que creen que son más libres y más inteligentes sólo porque pueden arrancarle información a una PC pero carecen de la facultad de extirpar un rubor a la cara de otra niña o de otro niño confesando (por ejemplo) que le gusta.Son estos tiempos en que la inocencia ya no está al alcance de un “¿señora, puede salir a jugar Juan?”, en que los clubes de barrio se perdieron en algún vericueto de los agigantados pasos del planeta cibernauta en el que crecen los niños, encerrados por el temor de los padres a la violencia exterior. Pero claro, algo se nos pasa por alto a los mas grandes: es más fácil lastimar o labrar un plan perverso desde el otro lado del monitor porque hay más tiempo para pensar. Entonces ¿cuál lugar es más fiable para que el niño crezca? ¿Bajo el cielo de los hombres o bajo el cielo cibernético?
En estos tiempos en el que los caracteres sustituyeron a los grafemas más hermosos que tenemos: la letra de la infancia, el corazón con destellos que nuestro propio corazón dibujaba en una hoja que se humedecía con la transpiración de las manos.
En estos tiempos de reemplazos perversos en los que la niñez tiene una prematura fecha de caducidad, son muchos los padres que, entre vítores y aplausos, rezan: “los niños de ahora son más inteligentes, manejan el celular a su antojo, hablan y piensan como adultos”. Déjeme frustrarle su orgullo señora mamá, señor papá: no son más inteligentes, sólo son festejados por las cosas que antes nos castigaban como una manera de calmar la culpa de los padres que se ausentan debido a sus obligaciones.
Hoy en día se halaga la falta de respeto con la excusa del carácter fuerte, el carácter fuerte con la violencia y la violencia con la hombría y son cada día más las mujeres que reciben maltrato de sus parejas y hasta de sus propios hijos.
Ahora algunos niños creen ser vivaces por nuestra culpa, puesto que no supimos pregonar.
Para que el mundo sea un lugar un poco más afable se necesita gente inteligente, los “vivos” hacen del mundo un chiste penoso y falso, tan falso como un emoticón que reemplaza al abrazo, la caricia o la sonrisa.
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