Mientras los ecos de los disparos y las explosiones todavía resuenan en las calles de París, es sin duda temprano para el análisis de lo ocurrido. Un hecho que estaba más que avisado con las múltiples detenciones de militantes islamistas en los últimos meses en todos los países europeos. También estuvo lo de la revista Charlie Hebdó y los diversos atentados nada fancy en las capitales orientales-occidentales como Beirut (no es que no nos importen estos atentados, es que nos pillan lejos).
Y aquí estamos.
Las ideas se amontonan sin poder abrirse paso. La inmediatez de nuestro tiempo y lo efímero que define nuestras vidas hace que cualquier reflexión medio seria llegue tarde. De ahí quizás que quienes no se toman un tiempo para el análisis sean aplaudidos. La acción audaz sin duda tiene sus pros, pero recibir alabanzas del batallón de la testosterona a mí no me dice nada (bueno). Es inevitable que una de las reflexiones sobre la huella humeante de la batalla de París haya que dirigirla a esa especie peligrosa que habita entre la pomposidad y la grandilocuencia en nuestros arcos parlamentarios. Esa gentuza a quien se le llena la boca con palabras como “civilización”, “cultura europea” y demás. Esa gentuza, que con tanto ahínco busca vencer a los que quieren acabar con nosotros, que no les importa que nosotros cambiemos lo que nos define.
Si por un lado Al Qaeda, los seguidores de Saddam et al. quieren destruir nuestro modo de vida, la extrema derecha europea quiere asegurarse de que no exista un “nosotros”, poniéndoles así en bandeja la victoria a los tarados de la toalla en la cabeza (sus aliados naturales, véase al tito Adolfo lo bien que se llevaba con el muftí de Jerusalén, etc.). A los españoles esto nos suena a chino, pero Francia está a cinco minutos de tener un gobierno xenófobo como el australiano o el inglés. Para que llegue ese gobierno no hace falta que gane Le Pen las elecciones, esto supongo que lo sabéis ¿no?
Hay más micro ideas amontonadas en la esquina.
Islam e islamismo. El poder de la palabra y su significado es esencial para poder ordenar ideas. Sin duda Islam (sumisión, sometimiento) hace referencia a una de las grandes religiones del mundo. Una religión que por los millones de fieles y docenas de países por los que se extiende, sobra decir que es tan heterogénea o más como lo que va de la iglesia de Westboro a las obispas lesbianas de Inglaterra.
Es curioso (y preocupante) que algo que es tan de cajón lo pasemos continuamente por alto. A mí leer en la prensa la palabra “Islam” me produce la misma emoción que el crecimiento de un cactus. Es como leer “Eurasia” o “endocrinología”. Una palabra-continente que a mí no me aporta nada. Ah, pero hay gente a la que sí le aporta. Esa gentuza que dota a las palabras de significados mágicos y que al hacerlo ignora que está siendo trasladada involuntariamente a una época anterior a los griegos clásicos. Una época de miedo, brumas y supersticiones. Yo no quiero formar parte de ese submundo asqueroso lleno de temor y oscuridad en el que las palabras tenían significados arbitrarios.
Islam e islamismo, la primera convenimos en que identifica una gran religión. Un repaso a la historia de esta religión nos indica que se trata de algo más que una religión. Se trata, en resumen, de un compendio de normas de vida, un código civil y penal, una definición del gobierno, una normativa de comportamiento en los negocios y en las relaciones interpersonales. El Corán, como la palabra de Dios, y los desarrollos (múltiples y contradictorios entre sí) de las escuelas coránicas forman el corpus de algo que trasciende lo que en Lisboa y Dublín entendemos por religión. Yo me inclino por decir que Islam es religión, pero también forma de gobierno y modelo de sociedad. Si esto es así, el islamismo será la palabra que define el movimiento político que pretende la extensión y triunfo del islam, de la misma forma que el marxismo es el movimiento político que pretende la extensión y triunfo de cierta idea marxista.
Siempre que me preguntan por los motivos que llevan a los marxistas, a los nazis o a los islamistas a matar a inocentes suelo responder la misma cosa: no pierdo un segundo en reflexionar sobre los motivos de los malos. De los malos sólo me interesa saber dónde se reúnen, con quién, dónde tienen las armas, cómo las obtienen, cómo se financian, cuáles son sus objetivos y qué partes de sus cuerpos son más sensibles ante las descargas eléctricas. El enemigo que quiere matarme no levanta en mí la curiosidad por saber su color favorito ni hace que caiga en la tontería esa de explicar el mal por las carencias propias de una vida de perros. Existen campos de refugiados en África donde la gente no tiene nada. Gente que no sólo no tiene nada sino que ha visto el horror despiadado de guerras infinitas en las que la vida humana vale menos que un guisante. Y en esos campos no aparecen terroristas. Así que lo de la ignorancia y pobreza para explicar a los malos, que nos lo ahorren los ociosos o los científicos sociales (¿hay alguna diferencia?). Los terroristas cuentan con medios y sus ídolos no son precisamente unhos analfabetos. Ahí tenemos por ejemplo todo el terrorismo de los años 70, cuyos líderes habían recibido una excelente educación en Francia.
Hay un meme que no sé de dónde ha salido (bueno, sí, de La Sorbona en los 60, pero sería confuso cortar ahora ese tomate) que viene a decir que las intervenciones occidentales en Oriente Medio convierten a ese lugar en una fábrica de terroristas que quieren matarnos. Es decir, que la culpa es tuya. Este meme tiene muchos problemas para ser creíble. Más o menos sucede como con el meme de “la pobreza y la ignorancia” o como aquel meme tan gracioso como incierto que afirmaba que Saddam Hussein y Al Qaeda no tenían nada que ver. Bien mirado, de todo esto podemos sacar una pequeña ley: “cuando se trata de Oriente Medio, la verdad tiende a ser lo contrario de lo que dicen los progres”.
No sólo Saddam tenía armas de destrucción masiva y fue buena idea asegurarnos de que no volviera a usarlas, sino que la relación entre Al Qaeda y los remanentes pro-Saddam han creado el grupo terrorista que conocemos por ISIS o Daesh. Este grupo no se crea con el principal objetivo de acabar con las bases occidentales en Oriente Medio , sino más bien con el de oponerse al control iraní sobre Irak e intentar, ya de paso, resucitar al califato de los cuatro califas justos, el de Rashidun. Es evidente que los objetivos de las pequeñas bandas que integran el grupo tienen que ver con sexo, drogas y realización personal.
Curiosamente la “zona de control” de Daesh coincide bastante bien con el vilayato histórico de Raqqa. Los otomanos tuvieron la idea de aplacar a esos animales de bellota árabes que nunca saborearon las mieles de la civilización urbana. Lo hicieron por el conocido y efectivo método del fariseísmo: la Sublime Puerta recabó reliquias de todo el mundo islámico e incluso el sultán llegó a nombrarse califa. Los turcos pretendieron unir su dominio temporal al dominio religioso. No lo consiguieron y el mundo islámico llegó a la modernidad con un gran anhelo de un pasado mitificado, el califato Rashidun, lejano a las pugnas de Abásidas, Fatimíes y Omeyas. El verdadero califato, aquél que lograse el éxito definitovo del Islam. Un dios, una ley, un califa.
Con este bagaje, con estas piedras en la mochila, los países árabes llegan a la época de los aviones y los automóviles. El resto es una historia conocida: Inglaterra y Francia, que no pintaban nada ahí, trazan con escuadra y cartabón unas fronteras nacionales y aúpan a bandos aleatorios en el poder de esos nuevos países. Estos clanes pasan a tratar esos países de la forma supersticiosa y vengativa propia de la época premoderna, pero con armas automáticas, policía secreta y petrodólares. Los ingleses aúpan a una de tantas de las tribus en guerra al trono de Arabia (un país que se inventan, de hecho). Es decir, tratamos de que en dos generaciones esta gente pase por la Paz de Westfalia, la sala del juego de la pelota, el Tratado de Versalles y la constitución de Naciones Unidas en San Francisco. Se trata de tribus y clanes que en términos históricos todavía andan en pañales... y ni siquiera saber esto nos sirve para nada.
Hay centenares de millones de malayos, indios e indonesios a los que no tenemos que mirar con temor pese a rezar a Dios cinco veces al día, ayunar en Ramadán y hacer todas esas otras cosas que hacen los moros. Ahora parece raro verbalizarlo, pero el problema nunca fue la religión (religión que como he apuntado antes, puede que sea mejor tratar como ideología. Una ideología incompatible con la idea del estado-nación por aquello de que el califato es único). El problema parece que está bastante localizado entre la Cirenaica y Baluchistán y entre Antioquía y Adén. Si me preguntáis, me inclino por pensar que el problema tiene más que ver con la palabra “árabe” que con la palabra “musulmán”. Algunas de las personas más rabiosamente occidentales que he conocido son musulmanas (no árabes, todo sea dicho).
¿Estoy culpando a los árabes de algo? La mera pregunta es ofensiva. A ningún gran grupo humano se le puede atribuir una lista cerrada de características o dejes. Esas listitas son las que hacen los nacionalistas, los progres y los nazis. La propia palabra “árabe” es complicada de definir, pues aunque en términos geográficos haga referencia a esa península entre el mar Rojo, el golfo de Adén y el golfo Pérsico, sus límites la desbordan. Tanto es así que el más poblado país árabe del mundo es Egipto. Luego tenemos esas partes que históricamente se relacionan con el mundo cristiano y helenístico. Realmente la Arabia nunca dejó de ser un desierto entre los mundos persa y romano.
El enemigo en casa
Sí, sé que hay un problema muy gordo en casa. Esos moros que nacen en los locutorios de nuestras capitales. Yo no puedo estar de acuerdo con la idea de que esos moros se han vuelto malvados porque sus mamás no les abrazaban de pequeños. Hay mucha gente que no recibió abrazos, que vive de los servicios sociales y que está puteada que no acuerda en un polígono industrial la adquisición de fusiles de asalto y explosivo plástico para cargarse en un ataque coordinado a cientos de personas.
¿Es problemática una juventud desarraigada a la que nunca se le enseñó que vivir en occidente es lo mejor del mundo? Supongo que sí. Pero en algún momento comenzamos a pensar que era mala idea decir abiertamente que nuestras sociedades son mejores, que están siendo imitadas en todo el mundo y que aquí la gente es más próspera, está más segura y suele ser más alegre que en esos pozos de inmundicia que no nos importan salvo cuando aparece un perro en una playa (¿o era un niño? Bah, como cada semana hay un Dramita Importantísimo ya los mezclo y dejan de ser importantes).