Una, que es de natural inocentón, creía hasta ayer que la población española se dividía en dos clases de clases: la clase corrupta, los listos; y la clase obrera, el pueblo tontorrón. En la primera clase, incluía a las avutardas de la izquierda y a los buitres que le han ido saliendo del gaviotero a la derecha, aves todas con pinta de banquero, sindicalista, político, tesorero o registrador de la propiedad. En la segunda, me encajaban bien el resto de las criaturas de a pie, las que se deslizan por la vida resignadas a ser comidas o cagadas por las que las sobrevuelan, los arrastrados trabajadores.
Teníalo yo todo bien organizado cuando, de pronto, ayer me vino a despertar, como una tormenta de ideas en junta, un rebaño de excepciones via whatsapp que me puso todo el mundo animal patas arriba en media hora. Tengo una amiga en concreto, escandalizada perdida, que va a interponer una queja a quien corresponda, porque el emoticono de la mierda se le queda escaso. Y es que andaba mi amiga algo más tranquila ahora que habíamos conseguido enjaular la cosa de la corruptela en espacios medio institucionalizados tipo La Moncloa, La Zarzuela, el Congreso, los ayuntamientos y los cajeros automáticos, y, de buenas a primeras, baja un día al bar de abajo a tomarse algo con los currelas de sus amigos y se la sientan a cenar en la bancada del mundo obrero, camuflada entre los trabajadores de pico y pala, vestida como uno más.
Un amigo de mi amiga tiene otra amiga (estos chismes llegan así), hija de albañil de los de mazo gordo y equis en el DNI, que, un día, cuando las vacas eran gordas porque pacían en los pastizales de Bárcenas y de la Gürtel, la suerte lo llamó a reformar el despacho del alcalde de su pueblo. Entre un "apártese, señor alcalde, que no me gustaría estucarle el traje", un "hay que ver lo fino que me lo estás dejando, Manolo", un "a mandar, señor alcalde" y un "déjalo un rato y tómate un carajillo conmigo, hombre", salió el albañil del consistorio convertido en todo un constructor. Resumiendo mucho el proceso evolutivo de una criatura de su especie, en el tiempo que transcurrió entre el lunes y el martes, pasó de llevarse el cocido al trabajo en la tartera a llevárselo crudo a casa. La mujer del albañil se transformó de ama de casa en ama de las casas de todo el centro. Y la amiga de mi amiga... La amiga de mi amiga merece párrafo aparte.
A la amiga de mi amiga, no se le conoce oficio más allá de chatear con media concejalía de obras públicas en horario laboral, asistir en acto oficial a las bodas de sus hijos y poner su nombre en la escritura de la mayoría de las propiedades que le han ido lloviendo al alarife de su padre. Sin haber cotizado ni tributado en su vida, la muy hija de su padre el constructor tiene a su nombre alrededor de diez inmuebles estratégicamente salpicados por toda la geografía española, un cabrio de importación valorado en cuarenta mil euros y un marido mantenido todavía sin valorar. Cuando el mundo se pregunta de dónde lo saca, ella argumenta que sólo son regalos de los amigos de su padre, que lo quieren mucho desde que se depiló el entrecejo de albañil. Y, con una sonrisa vitaldent y un guiño de ojos corporación dermoestética, se despacha a los moscones en un visto y no visto. Mi amiga y yo, inmunes a estas insinuaciones de bisturí, nos quedamos de piedra pómez porque toda la vida habíamos considerado que un regalo que no cabe en un paquete, más que un regalo, es una donación, pero las donaciones no salen gratis, así que, efectivamente, deben de ser regalos. Yo he llegado incluso a sospechar que la declaración de la renta de esta muchacha, para que le cuadren las cuentas al fisco, tendrá que llegar con los lazos de papel pinocho pegados en la casilla 780. Pero no sé bien cómo van estas cosas. Y, en cualquier caso, como dice la amiga de mi amiga, a mí qué me importa.
Mi amiga, que anda tramitando lo de la reclamación al departamento de emoticonos de whatsapp, me había pedido que echara yo las tripas por ella blog mediante. Y siento mucho si la decepciono, pero me he limitado a relatar los hechos como son porque me han parecido lo suficientemente laxantes por sí mismos. Si bien es cierto que tengo que apuntar, en descargo de la amiga de mi amiga y su marido, que ambos, cenando en el bar de abajo, parecen personas muy concienciadas con la situación que atraviesa el país. Concretamente él considera que tanta necesidad y tanto paro se solucionaba con un par de charlas sobre lo que no se puede ser. Lo que hace falta en España es más gente con un espíritu emprendedor como el suyo, que supo llegar arriba casándose con un suegro constructor. Y lo que no se puede consentir bajo ninguna circunstancia es lo de Bárcenas o lo de Urdangarín. Ahí, sin lugar a dudas, hay que meter mano pronto porque es que eso es una puta vergüenza.
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