Sin embargo, otros muchos creemos que la influencia de los medios ha tocado techo y que a partir de ahora factores como la libertad reinante en Internet, la valiosa y libre labor de los ciberperiodistas, la resistencia activa de los ciudadanos frente al poder político, el rechazo popular a los medios sometidos al poder, la pérdida de credibilidad mediática y el déficit de verdad hundirán poco a poco a los imperios mediáticos.
Aunque los medios siempre han sido poderosos en democracia, porque la luz y la verdad eran dos valores imprescindibles para el sistema, nunca fueron tan influyentes como ahora. Sin embargo, ese auge del poder mediático, que está acompañado de fenómenos como pérdida continua de audiencia y el hundimiento de la publicidad, no es sinónimo de fuerza creciente sino de una especie de "canto de cisne" que anticipa la decadencia y la caída.
Las cosas empezaron a cambiar con la generalización de la radio y, sobre todo, de la televisión. Al llenarse los hogares de televisores en las últimas décadas del siglo XX , el poder mediático subió como la espuma y cambió el mundo. La televisión, al entrar en el hogar y convertirse en el principal interlocutor del ser humano, se transformó también en la mayor influencia, lo que cambió muchas cosas, entre ellas la democracia representativa tradicional, que pasó a ser una democracia de opinión pública con reglas distintas. El público perdió el respeto al poder y hasta se puso en duda el concepto mismo de gobierno. Los políticos, al ofrecer diariamente su mercancía en televisión, tratando a los ciudadanos como clientes, adquirieron perfiles de tenderos, mientras que los televidentes se sentían más poderosos.
Los medios y, en especial, la televisión han arrebatado a los partidos políticos el papel de mediadores exclusivos del proceso político, lo que los deja reducidos a puras maquinarias de poder. Es mucho más eficaz publicar un escándalo en un medio que contárselo a un político. Los representantes del pueblo ya no caminan por las calles, ni preguntan a sus electores en las plazas y mercados. Los políticos se han hecho élite y se refugian en burbujas de poder y de privilegios, una actitud que les ha hecho merecedores del desprecio y hasta del odio popular. Son los medios y no los políticos los que ahora pueden preguntar a los ciudadanos por sus vidas, denunciar las injusticias, hacer encuestas y dar voz a los que no la tienen. Los políticos, en el nuevo mundo mediático, se han alejado de sus bases y son poco más que privilegiados que se aprovechan del sistema y que mienten cuando afirman que representan a un pueblo al que realmente desconocen. La apoteosis mediática ha agrandado el foso que separa a los ciudadanos de sus dirigentes y ha desprestigiado hasta límites peligrosos a la política y al liderazgo.
Pero los medios tradicionales, a su vez, se encuentran envueltos en imbatibles dinámicas de decadencia y fracaso. Los ciudadanos desconfían de ellos porque las alianzas de los medios con los políticos les resultan despreciables y el rechazo es cada día mayor porque los medios aparecen claramente como aliados incondicionales de la corrupción y de las oligarquías que manipulan y envilecen la democracia. Además, todo lo que los medios pueden ofrecer, se encuentra gratis en Internet. La televisión y la radio resisten mas porque se transforman en medios de entretenimiento que, simultáneamente, emiten programas informativos, que los ciudadanos siguen consumiendo mas por inercia y comodidad que por convicción o por afán de información.