Estás que echas humo

Publicado el 24 mayo 2016 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Deberían dejar de fabricar tabaco y no hacer leyes absurdas, dice un calvo en la tele. Al estanquero de turno no le gusta nada tampoco; no entiende por qué los fabricantes no han hecho más para proteger su marca frente a la temida conquista del 66 %. Y también hay gente que está de acuerdo, que cree que esas fotos cada vez más grandes de pulmones hechos fosfatina ayudarán a decantar la balanza entre aquellos que quieren dejar de fumar.

Yo vengo de familia de fumadores, y ese primer comentario del artículo lo he escuchado miles de veces. Entre pitillo y pitillo, surge el tema de que nos están cosiendo a impuestos, de que están trincando una pasta, y de lo malo que debe ser para el sistema sanitario seguir manteniendo a la gente enganchada.

Pues no creo. Seguro que cuando estés muerto de asco en un hospital cualquiera enchufado a una máquina que te controla el oxígeno en sangre y con cortisona, chutes de quimio, y qué se yo, alguien se lucrará del leasing del gotero o de las palas que te enchufan en el pecho cuando terminas por petar por algún lado.

Hay otro argumento que me he cansado de oír también: de algo hay que morir; explotas, claro, harto de que te lo recuerden cada diez minutos, y mandas a más de uno, de dos y de tres a tomar por saco. Aun así, lo cierto es que a una extensa mayoría adulta eso no le preocupa demasiado: palmar, palmamos todos, antes o después. Por el contrario, la forma en la que lo hacemos es un tema más peliagudo. Rabiar de dolor cirrótico seguro que no es demasiado divertido, y ahogarse con una botella de oxígeno enchufada a todas horas, ya te digo yo que tampoco, que lo tengo visto.

¡Qué más te da lo que salga en la caja! Lo que te jode es que te recuerden lo que te estás haciendo. Lo idiota que eres por fumar; lo idiota que eres contentándote con el hecho de que otros idiotas se joden el hígado o las neuronas a golpe de ginebra, de ron, de cocaína o de anfetaminas. Porque como ex fumador sé que estás jodido cada mañana, tras cada sprint para coger el autobús y cada vez que desaparece la nicotina de tu cuerpo.

También está el perfil de fumador al que esto no le importa, que sabe que es malo, y que, o bien le gusta cómo sabe cada uno de los cigarrillos que fuma (no creo), o bien se autoconvence de que le gusta; contra ese no tengo nada que objetar mientras sea coherente hasta el final. Está jugando a la ruleta rusa, y cuando le explota el tiro en la sien, todavía tiene tiempo de ver lo que ha ocurrido: los daños pueden ser mayores, menores, e incluso puede quedar en un susto; pero si quiere conservar algo de orgullo entre tubos, debería seguir siendo coherente hasta el final.

Cuando diagnosticaron a mi padre un cáncer terminal, no tardó en decirle a mi madre: “Me lo he buscado.” ¿Y qué le vas a decir? Pues se lo niegas; le respondes que también da cáncer la comida, los coches, las centrales nucleares y el aire; él ya sabe que no han sido los sulfatos, ni la nuclear de Vandellós, ni el tráfico en hora punta en la Ronda del Litoral; él ya se siente idiota sin ayuda de nadie, y aún más cada vez que se escapa al baño a intentar echar otro cigarro con una metástasis que avanza imparable.

Pero lo cierto es que tenía razón. Tú te encoges de hombros; y te tomas un par de whiskys, y sabes que quizá, en veinte años, te pase lo mismo y que no eres quien para juzgar a nadie.

Para mí, hay algo peor que palmar así, o igual de malo, y es saber que durante medio siglo te has privado de respirar, correr, saborear la comida y no dañar a los que te rodean por algo que se han cansado de repetirte que era malo, malísimo, algo que nadie necesita y que, efectivamente, ha terminado por matarte. Y no es que te lo repitan hasta la saciedad, es que tú mismo ves que es así, porque todo apunta hacia esa verdad que te fuerzas a negarte.

Vamos, que lo que dice esa cajetilla del 66 %, y subiendo, no es que vas a terminar muerto, sino cómo te estás obligando a ti mismo a vivir de una forma que, en realidad, no quieres y lo idiota que eres por hacerlo. Y no mola nada que te recuerden que eres imbécil; imagínate si tienen razón.

Pero bueno, tampoco te lo tomes tan en serio, porque hay una cosa que sí es cierta, y es que no hay cura para la vida.