Estas ruinas que ves, por Jorge Ibargüengoitia

Publicado el 30 septiembre 2012 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

Editorial Joaquín Mortiz. 181 páginas. 1ª edición de 1975, ésta de 1997.
Como me gustó mucho Las muertas decidí seguir leyendo a Jorge Ibargüengoitia (1928, Guanajuato, México - 1983, Mejorada del Campo, Madrid). Estas ruinas que ves es la obra narrativa que había escrito inmediatamente antes de Las muertas. Una obra que sólo consta de 7 libros (6 novelas y una colección de relatos), debido a la prematura muerte del autor a los 55 años, en un accidente aéreo que tuvo lugar cerca de Barajas. Ibargüengoitia viajaba de París –donde residía– a Madrid, con la idea de tomar un avión que habría de llevarle a la feria del libro de Bogotá, cuando el avión que llegaba de París se estrelló al intentar tomar tierra en Barajas. Sin embargo, la obra periodística y de teatro de este autor es bastante extensa.
Estas ruinas que ves está narrada por Paquito Aldebarán, joven licenciado en Literatura que, tras vivir y estudiar durante años en Ciudad de México, regresa a su ciudad natal, Cuévano, en el estado del Plan de Abajo, contratado como profesor en la universidad. Ya escribí en la entrada correspondiente a Las muertas que el estado del Plan de Abajo no existe y que es un trasunto de Guanajuato, el estado natal del autor. Cuévano tampoco existe y sería un trasunto a su vez de la ciudad natal de Ibargüengoitia, Guanajuato. Algún toponímico más es coincidente en Estas ruinas que ves y Las muertas, como por ejemplo el pueblo de Pedrones, que ya no sé si es nombre inventado o existe, o es otro lugar al que Ibargüengoitia le ha cambiado el nombre.
Aldebarán nos hablará en Estas ruinas que ves de los que él denomina intelectuales de pueblo: las vidas de un grupito de profesores de la universidad que se van a convertir en sus compañeros de jarana por las calles y tabernas de Cuévano –“En una ciudad como ésta, tan chica y donde hay tanta gente tan chismosa” (pág. 119)–; y también de su propia persecución de mujeres jóvenes y atractivas (ante la escasez, no le quedará más remedio que fijarse en la mujer de uno de sus amigos, y en una de sus alumnas, además de vecina, comprometida con un joven ingeniero de la capital, atractivo y de prometedor futuro).
Si en la entrada del domingo pasado apunté que el tono con el que está escrito Las muertas es de distanciamiento irónico, debería decir ahora que el tono de Estas ruinas que ves es también irónico pero más cercano y gracioso, más celebrativo de lo contado. Además, en más de una ocasión, hay una perspectiva pretendidamente ingenua de lo narrado, ya que, por ejemplo, Aldebarán se cree durante un número sorprendente de páginas un chisme de borracho que le cuenta uno de sus compañeros de universidad: que Gloria, la alumna y vecina de la que anda medio enamorado, sufre una grave enfermedad cardiaca, que hará que muera el primer día que tenga un orgasmo; así que su posible boda con Rocafuerte, el ingeniero de la capital, es una condena a muerte en la noche de bodas. Además, buscando la complicidad continua con el lector, muchos párrafos de la novela se cierran con preguntas en las que el narrador de nuevo finge ingenuidad ante cuestiones que aparentemente le superan. Por ejemplo, leemos en la página 76: “Es estudiante de Historia, me dice. Está escribiendo su tesis sobre el liberalismo cuevanense. ¿Tendrá Algarilla algún atractivo irresistible para las mujeres?”.
Muchas de las escenas dibujadas por Ibargüengoitia en esta novela, en gran medida provocadas por el contraste entre las grandes ideas intelectuales y el atavismo de una vida de provincias, son decididamente cómicas, y el lector no puede dejar de leer Estas ruinas que ves sin una sonrisa casi constante.
En este libro Ibargüengoitia parece jugar a la autoficción, ya que él también, tras formarse en la capital, fue profesor en la universidad de Guanajuato, y además Paquito Aldebarán nos comenta que ha decidido escribir una historia que el lector atento sabe que va a ser Las muertas. En la página 75 ya aparece una referencia al caso: “Justine ha dejado su trabajo habitual de en las noches –su catálogo de ideas fijas cuevanenses– y está absorta en la lectura de El sol de Abajo. ‘MACABRO HALLAZGO’, dice el encabezado. En el pueblo de Rinconada la policía desenterró los cadáveres de varias mujeres ‘que en vida fueron prostitutas’. El desentierro fue hecho en el corral de una casa que es propiedad de las hermanas Baladro, ‘tres notorias lenonas de la localidad’”. En la página 135, Aldebarán narra: “Decidí escribir un libro sobre las Baladro, las madrotas asesinas que habían sido juzgadas en Pedrones y condenadas a treinta y cinco años de cárcel, y con ayuda de Justine, que había seguido el caso con atención y tenía los recortes, empecé a recopilar el material necesario: las fotos de las putas, la historia de los burdeles, las declaraciones del defensor de oficio”.
Y según nos acercamos al final del libro, el tono chistoso, de cercana ironía, parece dar cabida a una cierta nostalgia, como si Aldebarán supiera que los divertidos meses que ha pasado entre los intelectuales de pueblo van a dar pie a la repetición y a la monotonía de una vida sin demasiados alicientes. Este paso de la celebración cómica a la nostalgia me ha recordado, en cierto modo, al Gesualdo Bufalino de Argos el ciego; aunque debería apuntar que esta última novela me parece mejor que Estas ruinas que ves (aunque también debería señalar que para mí Gesualdo Bufalino es uno de los autores europeos más importantes de la segunda mitad del siglo XX, y del que siempre planeo una relectura; al menos de sus obras La perorata del apestado y de Argos el ciego).
Si bien en Estas ruinas que ves Ibargüengoitia parece elegir un tipo de narración menor, alejada de los posibles grandes temas literarios (si algo así existe), tengo que apuntar también que esta novela es un libro con mucho encanto, que su sentido del ritmo es muy preciso, que me ha mostrado con solvencia la vida en la provincia mexicana, y que me ha costado reprimir la sonrisa de la cara según avanzaba por sus páginas felices.