No llevo tacones desde marzo y creo que no volveré a llevarlos nunca. Perdí mis gafas de sol más nuevas (cinco años) y estoy utilizando unas de guardia civil cabreado que tienen diez años. La vida media de las toallas de mi casa ronda los treinta años de edad y, gracias a dios, en mi casa los tupers llevan usándose toda la vida así que no necesito comprar dos docenas de ellos para "aprender a cocinar y organizar mi alimentación".
Para «darle un aire nuevo a mis textiles» hemos reciclado unos retales de tela de hace dieciséis años y hemos hecho cortinas nuevas para mi cuarto. (Inciso: el hemos es plural mayestático, yo tuve la idea, se la sugerí a mi madre y colgué las cortinas. El resto, corte, confección y medición lo hizo mi madre. Inciso del inciso, yo medí pero mi madre no se fía de mí porque con cuarenta y siete años le sigue sorprendiendo que sea capaz de respirar por mí misma y volvió a medir. Fin de los incisos).
Yo no quiero ser creativa en mi cocina, preparo comidas y cenas y aunque me preocupo de poner la mesa de manera correcta, no tengo paciencia para dedicar cuarenta y cinco minutos a colocar platos, sobreplatos, copas, cubiertos, platitos para el pan y centros florales cada día.
No me aburro, no tengo tiempo para hacer todo lo que quiero y no necesito planes creativos, ni alternativos, ni sorprendentes. Solo necesito una buena película, un buen libro, salir a dar un paseo o escuchar un podcast.
Dicen que la publicidad cada vez está más personalizada, que el algoritmo te conoce, que todo está pensado para ti, que internet solo te enseña lo que te interesa. ¿Dónde están mis anuncios de tintas de colores para pluma estilográfica, de preciosos cuadernos, de recomendaciones de libros que me interesen, de refugios remotos en bosques, de planes para ver llover y de buenos vinos?
Sospecho que yo tengo el algoritmo de otro.
Devolvedme el mío.