26 de Noviembre del 2012 | etiquetas: Este Cine es Nuestro, Carles Guardiola
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En esta ocasión nos impresiona lo del volcado de las imágenes en dos personajes en tú a tú potente al que la cámara responde dándoles fuerte atracción. Lo de pasar largas ristras de minutos viendo cómo esos dos se relacionan y cómo esa decisión afecta a lo demás. Hallamos en "Baby Doll" (Elia Kazan, 1956) la obra de teatro "27 wagons full of cotton" de Tennessee Williams tornada en pantalla con la ayuda del mismo dramaturgo en la escritura, surgiendo la experiencia resultante de hacer descender la tela de proyección delante de las tablas teatrales.
Porque Baby Doll Meighan y Silva Vacarro (interpretados por Carroll Baker y Eli Wallach) se conocerán en el patio, compartirán columpio y se balancearán mientras conversen cada vez más personalmente, acurrucados en encuadres cada vez más particulares a sus gestos y reacciones, y a un hálito de seducción imaginativa que da ideas a Éric Rohmer ("La rodilla de Clara", "La coleccionista", "Cuento de verano").
Cuando la ninfa empiece a acalorarse, y resigamos su escurridizo abandono del columpio fregando a Silva, resulta apabullante recordar que estábamos dentro de un marco específico, concretado poco tiempo antes como las cercanías a la casa de un propietario de desmotadora de algodón en el delta del Misisipi. ¡Parece que lo hubiéramos olvidado! La continuidad dedicada a la tensión entre ambos, a cada golpe de balanceo, ya dejaba de lado los ruidos de la desmotadora y los dicharacheros trabajadores…
La historia seguirá de todos modos, porque una limonada lo pide, y recaerá esta vez en el interior de la casa la inmersión de los dos en un espacio aparte, como huidizo, a ese tercer personaje que, en sus triquiñuelas de empresa, se diría que quiere otra película desde fuera. Si el ojo de Glauber Rocha convierte en "Barravento" una playa de Bahía en un campo de ritual que ya ocurre en otra playa y para furiosos pescadores más que para bañistas, el de Kazan lleva a las habitaciones, apenas ocupadas por mobiliario alguno, a unos espacios que Baby Doll y Silva recorren hasta el rincón, rompen y hacen libérrimo hogar. Las estancias ya no eran de nadie y pasma cómo la película los ha hecho, aprovechando ese entresijo entre ambos personajes, sitios dispuestos para los correteos de "El sirviente" de Joseph Losey o de "Cul-de-sac" de Polanski.
Maravillosa es esa capacidad de concentrar en ellos dos lo que el filme nos da, más allá de lo que esperábamos de él, en un estira y afloja que presenciamos entre ellos y la cámara. Y podemos sentir que ésta los capta en sus mentes, en sus motivaciones psicológicas entre intereses industriales y entrega al cuerpo a cuerpo emocional, y, a la vez, los comprende como una fuerza común, entre atlética y burlona, que se hace con los escenarios y los decoraran ellos mismos. Misteriosa fuerza, y el algodón sin desmotar aún.