"Este es mi espacio, este es tu espacio, yo no entro en tu espacio y tú no entras en el mío", la proxémica.

Por Sleticias
Agosto mes típicamente vacacional, las playas españolas se llenan de eufóricos veraneantes deseosos de sacudirse la rutina invernal. Y como uno más de esos turistas bolsa en mano, sombrilla y aquel libro que ha reposado en la mesilla de mi cuarto durante meses a la espera de una insomne noche que nunca llegó, me dispongo a tomar un lugar privilegiado en primerísima línea de playa.
Según va pasando el tiempo van llegando el resto de veraneantes más o menos cargados para la ocasión, desde los más frugales con sus toallas y su móvil hasta las más previsoras familias equipadas para el apocalipsis con neveras, sillas, colchonetas, jaimas… Poco a poco cada uno invade ese terreno de nadie de cálidas arenas.
Tumbada al sol cuan lagarto ignoro los hostiles movimientos que se producen a mí alrededor. Una pareja de edad avanzada ha colocado sus sillas nada más y nada menos que a la fresca sombra de mi sombrilla, mi cara de estupefacción con boca abierta incluida debió de ser más reveladora que en mayor de los improperios porque con lentos movimientos y sentidas disculpas la pareja ha retrocedido para ocupar un espacio cercano pero menos hostigador.
Una pareja con niños llega cargada con sombrilla, sillas… y decide que aunque no son merecedores de la primera línea de playa, destinada a los más madrugadores, han de colocarse  justo delante de mí porque es sin duda el lugar más fresco, por suerte el más avispado del grupo pronto se da cuenta que si despliegan todo su cargamento entorpecerán el continuo discurrir de cuerpos bronceados que pasean por la orilla.
Y yo que antes reposaba plácidamente en mi toalla relajada, hundida en mis ensoñaciones y ajena a todo ruido me siento en pie de guerra dispuesta a defender mi territorio como Juana de Arco, irritada, agitada… han superado sin mi autorización ese espacio único de mayor proximidad, mi espacio personal.

Este espacio que nos rodea y nos permite interactuar con el resto de mundo de manera cómoda y ajustada a cada situación fue descrito por el antropólogo estadounidense Edward T. Hall en 1963 bajo el nombre de proxémica. La proxémica regula el grado de privacidad que deseamos mantener en cada interacción. Hall distinguía cuatro tipos de distancia:
  • Distancia íntima: destinada a la pareja, familia, amigos…
  • Distancia personal: distancia que mantenemos con las personas conocidas.
  • Distancia social: Es la distancia que nos separa de los extraños.
  • Distancia pública: Es la distancia idónea para dirigirse a un grupo de personas.

Cuando nos encontramos en situaciones en las que obligatoriamente asumimos la invasión de este espacio como p.e en el metro, conscientemente admitimos que la situación es inevitable pero enseguida afloran sensaciones de desasosiego, incomodidad… nuestra mirada se pierde en el infinito evitando un contacto visual que acortaría aun más las escasas distancias.
La proxémica varía de unas culturas a otras, determinadas distancias confortables para algunas culturas son intolerables para otras sociedades.
También correlaciona con el sexo, al contrario que en la película de Dirty Dancing donde un irresistible Patrick Swayze marcaba territorio: "Este es mi espacio, este es tu espacio, yo no entro en tu espacio y tú no entras en el mío" parece que las mujeres toleramos peor la proximidad de un hombre desconocido en nuestro espacio más íntimo.
Depende además de factores personales como la introversión, los introvertidos necesitan mantener una mayor distancia entre ellos y su interlocutor.
Mi pronta retirada de la playa alentó a una inmensa familia a ocupar mi preciado territorio y sin haber cerrado aún la sombrilla me vi rodeada de niños, flotadores, neveras… tan sólo les falto darme un beso de agradecimiento por mi marcha para ver totalmente violado mi espacio personal. Por suerte, logramos hallar nuestro lugar en otra playa más alejada para disfrutar al fin de nuestro ansiado descanso.