Revista Espiritualidad

Este escrito de nuestra compañera Maribel Nuevo Frias: "Un lugar de la mente llamado Málaga"

Por Yogasala Málaga @YogaMalaga

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                                                No me rendí a la noche cuando la ciudad se abría a mi llegada.

Madrugada de latido constante, tiempo incierto que la mañana acechaba.El olor a cera que caía de una vela encendida y el sonido de las olas a lo lejos me anunciaba que ya estaba allí.  Sueño de un retorno que borraba la huella de unos pasos sin destino. Reconocí su luz; el viento plácido cantaba, aire de una brisa de primavera, aire como un latido de nuevo constante y arrebatador.Me quedé quieta, inmóvil planté mis pies en la arena .Mis manos se buscaban al unísono posándose contra mi pecho y un sudor salado resbalaba por mi piel. Me estiré una vez más. La imagen de una niña feliz se dibujaba en mi mente, imaginaba aquello que pudo llegar a ser… Pero ahora estaba allí tumbada, cómodamente  abrazando mis piernas con movimientos suaves, me mecía. Y un calor sofocante derretía mi aliento, temí entonces que un llanto se apoderara de mí.Abrí los ojos, desperté sin haber dormido y alcé la vista como queriendo encontrar acaso una estrella. Era el sol, su luz me deslumbró como plegaria infinita. Eche a andar sin saber a dónde. Creí estar sola  pero de repente las voces de unos niños que tiraban piedras a unos barcos anclados en las rocas, me advirtieron su presencia. Volví la mirada y la silueta parada a contra luz de uno de ellos me recordó una escultura rígida, inerte, como en un museo. Tal vez lo estaba soñando, me engañé a mí misma. Cerré los ojos y continué andando…Por fin llegué a la ciudad de los artistas. Entré por la Puerta del Mar.Nadie me esperaba, tampoco yo esperaba nada de ella.Me dejé llevar por el laberinto de sus calles. Aún era de día. Sus gentes transitaban despacio, sin prisa como si el tiempo se hubiese detenido bajo aquel sol penetrante. Nadie parecía advertir mi presencia, era como si me hubiese vuelto invisible. Mis pasos me llevaron hasta un callejón sin salida, en él dos puertas  perfectamente simétricas detuvieron mi camino. Las observé detenidamente, fotografié cada detalle en mi mente. ¿Cuál de las dos ha de abrirse? Pensé. Mi puño se alzó y toqué en las dos con fuerza. Herméticamente cerradas, ninguna lo hizo. Nadie debió oírme ni verme. Desconsolada me di la vuelta y me fui.Curiosamente no estaba cansada, había recuperado fuerzas con el aire de la mañana. Pronto caería la tarde, en el acantilado sin rumbo.¡Cómo habría de perderme una de las puestas de sol más bellas halladas en cualesquiera de los paisajes!Había visto muchas pero esta… ¿sería una más?El cielo azul se tiñó de rojos y amarillos. Un maravilloso arco iris reflejaba sus  colores en el agua, que descansaba vagamente en la horizontal perfecta. Sentada en una piedra con los pies descalzos, me dejé llevar por el lento  susurro de las olas; entonces cerré los ojos y mi mente voló.Debí despertar y la luna llena de abril había aparecido, impaciente, cautiva de la noche, melancólica y sola, una vez más me recordaría a mí.No sé cuántos días pasaron desde entonces, no sé cuándo volvería a ese lugar. El sueño de la noche se detuvo y con él el tiempo. Tiempo de un pasado que no volverá. 

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