Este jueves, Gus nos ha pedido que describamos la comarca donde vivimos o que nos inventemos una. Como veréis, yo no vivo en la comarca que describo, pero es lo que se me ha ocurrido para participar en esta convocatoria. Podéis ver más participaciones pinchando en el enlace Juliano el apóstata.
Mi comarca cambia cada día. A veces el cielo es negro y el mar fucsia intenso. En el agua nadan las aves transparentes y en el aire los peces vuelan moviendo sus emplumadas aletas como si fueran alas. Los ríos discurren hacia arriba, entre las montañas en forma de pirámide invertida, hasta llegar a la base donde los árboles exponen al aire sus intrincadas raíces y entierran sus copas. Otras veces, el cielo está abajo y el mar embravecido ruge por encima de nuestras cabezas, mientras los antílopes trotan por las nubes de color esmeralda, que chocan entre sí produciendo grises relámpagos y truenos con bellas melodías. Casi siempre pongo siete soles, uno de cada color, formando un arcoíris de brillante fulgor, bailando en la bóveda celeste mientras forman vistosas figuras. Por el aire vuelan grifos, quimeras y dragones en miniatura que se posan suavemente en las espinosas flores de tallos púrpura. En las azules praderas, hay árboles que dan manzanas cuadradas o peras recubiertas de chocolate blanco. En mi comarca la nieve no está fría, el sol no quema, las flores no huelen y el agua no está mojada. Nunca he visto mi comarca porque nunca he visto la superficie de la tierra. Nací aquí, en un búnker enterrado a varios metros, conectado a una máquina que me ayuda a respirar y me alimenta. Todo mi universo es virtual, desde que hace un par de siglos el mundo dejó de existir tal y como lo conocieron nuestros padres y un pequeño resquicio de vida humana consiguió sobrevivir bajo la corteza terrestre.