Julio agoniza entre horas perezosas y una luz que se difumina en sombras de tardes soñolientas. Los días empiezan a declinar levemente con el chirrío de cigarras y grillos, inquietos con el aire fresco de unas noches que anuncian el cambio inminente del mes. La luminosidad cegadora del verano todavía domina el horizonte hasta que el atardecer se hace más corto y vulnerable al avance imperceptible de la oscuridad. Son los estertores de julio, cuyas bocanadas de calor y sopor forman parte de los ritos de un estío que se concentra en agosto, antes de agotar la estación. Para los que iniciamos un nuevo ciclo, el verano está consumido.