Gracias a gente como ellos, y a tantos otros que conocí a lo largo de mi viaje, mi valoración sobre Estocolmo, y en general sobre Suecia, no puede ser más óptima. Ese regusto a placer sostenido en el alma, que luego se cuela en tus recuerdos y permanece ahí como una sensación cálida y amiga a la vez, sólo es posible cuando se alían diversos factores, tales como la belleza propia del país, la sincera y familiar acogida, la amabilidad, a fin de cuentas, de ese pueblo extranjero que te hace sentir bienvenido nada más llegar...
Para poder desenvolverme con cierta tranquilidad, y temiendo un poco el alto nivel de vida sueco, he sacado la tarjeta "mágica" Stockholm Card, que me da acceso a un sinfín de atracciones de lo más variopintas y fascinantes.
Ya desde el barco, alucinante, sumamente recomendado (TALLINK SILJA LINE), puedo atisbar un paisaje plagado de islas y pequeñas poblaciones atrapadas en una densidad boscosa voraz. El barco es estable como una balsa, y además de bonito tiene una variedad de atracciones que hacen de tu travesía un deleite continuado: Casino, restaurantes, espectáculos de gran calidad, tiendas...
En los próximos días iré narrando mis devenires (sucesos que están por llegar) por un dispar conglomerado isleño. En todas partes me recibió gente agradable, atenta, dispuesta a ofrecer lo mejor de sí, pese a la aparente frialdad inicial que tanto dista del desparpajo
Me gusta mucho la estética dorada mate, en consonancia con el resto de los edificios adyacentes. Para subir la escalinata de órdago que conduce a este palacio de 600 habitaciones, debo arrostrar una escarpadura de adoquines no apta para pies fatigados. No puedes evitar reparar en la grandeza de un monolito sobre el cual queda enhiesto y soberano Gustavo III, denominado "monarca cultural" por su gran afición a la música, entre otras artes supremas.
Piedras preciosas incrustadas, joyas y oro esmaltado... El sueño de Ali Babá y su caterva de maleantes. Muy en esta línea de dejar epatado (embobado) al más pintado es la pila bautismal de Carlos XI, toda plateada, una llave dorada enorme y el cetro de oro de Erik XIV; lo que decía, las ensoñaciones con que deliraba Ali Babá. Más estatuas en el salón del estado, del arquitecto Carl Harlemann y si te gusta la heráldica, entonces debes admirar la sala de escudos de caballería, que queda casi ahogada entre tanto rococó. Las escaleras que me llevan a plantas superiores no descuidan los pertrechos estatuarios, mármol a granel y tapices. Los techos pintados, muchos cuadros en esta "región" del palacio. Acaso una de las joyas estelares de entre todas las salas pueda ser la galería de Carlos XI, una gozada visual en barroco tardío. Pinturas, tapices áureos, arañas, molduras, todo un conglomerado de matices ornamentales que dejan ahíto de asombro y placer.
Un guiño español en la sala de tapices recoge escenas de nuestro más famoso caballero andante, Don Quijote de la Mancha. Para concluir esta visita, que deja el espíritu como si le hubiesen dado una somanta de palos emocional, me dirijo al anexo museo de antigüedades y me veo conminado a descender a un trasunto (algo similar a) de mazmorra. Luz austera y melancólica, por no decir muerta de angustia, Arcos de ladrillo visto, cimientos originales que parecen contar los días por eternidades. Interesante.
Después de tanto tráfago (tráfico, trasiego) palaciego se me ha abierto el apetito y me dirijo a comer algo a una especie de chiringuito llamado The Huset. Por 130-140 coronas hayalgo de manduca (alimentos) decente frente al Palacio Real. Estoy en Torg 9 Kungstradgarden, algo casi impronunciable. El parque, pequeño, casi de juguete, es el lugar donde han plantado este kiosco bar de madera para solaz de un buen puñado de turistas, hacinados en las mesas junto a unos jardines donde han buscado ya alojamiento manadas de pájaros y gaviotas ante la mirada apática de Carlos XII desde su púlpito de piedra. Después, para pasear, nada más recomendable que la calle animadísima y bellísima de Skeppsbron (siglo XVII), junto al lago Mälaren, donde nadan a sus anchas los cisnes y atracan grandes barcos en el puerto. En este punto de mi trayecto caminado es casi imposible escapar de la ensoñación. Es tan bonito Estocolmo que parece producto de un hechizo. Esta zona tan laudable (loable) parece una telaraña de fantasía, tejida para atrapar a los foráneos que, como yo, buscan nuevas emociones.