En noviembre de 2013, Estocolmo, capital de Suecia, preparó su candidatura a los Juegos Olímpicos para el invierno de 2022. Pero el Consejo Municipal analizó los gastos que los juegos traían a la ciudad, versus las ganancias, y llegó a la conclusión de que organizar las olimpiadas de invierno tenía un costo demasiado alto y no era rentable. No tenía ningún sentido malgastar el dinero público y pensó que se podría invertir en otras cosas de mayor importancia. “No puedo recomendar a la asamblea Municipal dar prioridad a la realización de un evento Olímpico, si tenemos otras necesidades primordiales en la ciudad, como la elaboración de más viviendas”, detalló el alcalde, Sten Nordin. De esta manera, el mandatario de Estocolmo publicaba que el dinero que se tenía destinado para organizar el evento se destinaría a la construcción de viviendas sociales de calidad y, de esta manera, garantizar un derecho básico a la ciudadanía. Una decisión del consejo municipal que llegó en medio de una burbuja inmobiliaria que afectaba a la ciudad.
Todo lo contrario de lo que pasó en Madrid en septiembre de ese mismo año, siendo la alcaldesa de Madrid, Ana María Botella, mujer de José María Aznar quien se vió en una hipotética final ante Tokio, siendo eliminada a las primeras de cambio. Estambul se salvó y Madrid se quedó en el camino. El silencio de incredulidad fue la primera reacción. Era la segunda vez que esta ciudad acogía unos Juegos. Ya lo hizo en 1964. En cambio, sí que parece que pesó mucho el tema del dopaje para España. Dos de las cuatro preguntas que recibió la delegación española iban en este sentido. Hasta cuatro veces la capital de España optó a ser ciudad olímpica. Y fracasó en todas ellas. Ana María Botella pronunció el discurso ante el comité, duramente criticado tanto por la forma como por el fondo. Ricardo de Querol lo calificó, en El País, de “cursi, ñoño y provinciano”. En especial, una frase en la que Botella instaba al comité a tomarse “A relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor” (“Un relajante café con leche en la Plaza Mayor”). La frase se convirtió rápidamente en objeto de burla en Internet y en la calle. Pero no fue en la única metedura de pata de Botella. Ella y 7 excargos de Madrid, fueron condenados, el pasado mes de diciembre, a pagar 26 millones por malvender 1.860 viviendas sociales, pisos públicos a fondos buitres. La condena también fue por “responsabilidad contable” a la entonces alcaldesa, Ana Botella, a su mano derecha en el Gobierno municipal, Concepción Dancausa, delegada del Gobierno en Madrid hasta el pasado julio, y a otros cinco concejales que formaban el núcleo duro del Ejecutivo municipal. El pasado 22 de enero el juzgado 38 de Madrid publicó un dictamen sobre esa venta, pero concluyó que “no existen elementos suficientes” para continuar el procedimiento. El juez considera, en la sentencia, que no está “debidamente justificada la perpetración del delito” y por ello pide el “sobreseimiento provisional” y el “archivo” de la causa. Pero el escándalo de Ana Botella pasará a la historia de Madrid por su actuación en los Juegos, tan diferente a lo ocurrido en Estocolmo.