Una de las funciones del Trabajo Social que entronca directamente con sus orígenes es la de Reforma Social, esto es, la modificación de las condiciones estructurales que generan las injusticias y la desigualdad.
Más de cien años más tarde (pocas profesiones tienen la suerte de tener desafíos tan antiguos), nos encontramos ante el reto de redefinir para el contexto histórico y social actual esta función y para ello el Trabajo Social Comunitario (al que no terminamos de hacerle el hueco necesario), debe ocupar un lugar principal.
Personalmente creo que es una función que debe ejecutarse de modo colectivo por la profesión y por tanto los debates, y canales institucionales me parecen fundamentales para ello.
Pero más allá de todo eso, también es cierto que cada uno de nosotros, como profesionales, debemos tener presente en nuestro ejercicio esta dimensión de reforma social.
Y en este terreno de lo individual, observo frecuentemente estrategias que se contraponen.
Por un lado, aquellos profesionales que optan por la confrontación y denuncia pública de toda forma de opresión, desigualdad o injusticia. Con más o menos vehemencia plantean la necesidad de manifestarse contra las mismas, tanto para los problemas individuales como para los más colectivos, constituyendo las redes sociales un instrumento preferente para ello.
Desde otra postura la lucha contra esas desigualdades se realiza de una manera más institucional y con menos presencia pública. La transformación interna de estructuras y procedimientos constituyen el eje central de la intervención y la búsqueda de consensos, alianzas y términos medios los instrumentos prioritarios.
A mí me parecen legítimas ambas estrategias y utilizo una u otra en función del contexto concreto de cada problemática. Para muchas de ellas, me resulta más eficaz la segunda de ellas, pues la primera sólo genera resistencias que encallan más el problema. Sin embargo, hay otras muchas ocasiones que es necesario manifestarse y llamar la atención sobre un problema, pues sin ello no se movilizan las fuerzas necesarias para modificarlo.
Como en todo, la elección de la estrategia me parece fundamental. Utilizar siempre una u otra como el único modo de intervención rígido ante los problemas puede hacerse en otras situaciones, pero no en una disciplina como la nuestra, que se pretende científica.
Como tampoco lo es descalificar o denostar a quien utiliza otras estrategias diferentes. Cada cual tiene su contexto desde el que desarrolla unos u otros instrumentos, sin que esto quiera decir que todo valga o que no podamos señalar una mala práctica.
Malas prácticas que podemos encontrar en cualquiera de las estrategias utilizadas e independientemente de ellas.
Por otro lado, en mi experiencia, aún siendo éstas frecuentes, las buenas prácticas lo son mucho más y creo necesario una puesta en valor y un reconocimiento de nuestra profesión y de la legión de trabajadoras sociales (la gran mayoría mujeres) que están intentando a dirario y muchas veces en condiciones nada fáciles, transformar la realidad para hacer de esta sociedad algo más habitable.
Independientemente de las estrategias que se utilicen, los errores que se cometan o los resultados que se obtengan.