Vivían a la sombra de la Alhambra y de tanto mirarla se les quedó el color en los ojos. De aquella casa, capital del califato de los Omega, entraban y salían artistas de los que no basan su arte en vender que son artistas. Estrella Morente no es una de ellas sólo por la generosidad de su apellido, sino por haber aprendido de los mejores a revolcar quejíos por la garganta «con la gitanería y con el compás» que heredó de la familia de su madre, como si fueran los últimos.
La granadina iba a llegar a Valencia el día 17 de julio para ofrecer su espectáculo en el recinto de Viveros, «un lugar» para ella «muy apetecible»; y esa fecha es uno de los dos brochazos de flamenco que tenía programados la feria en el cartel de este año. El suyo y cinco días más tarde, Paco de Lucía, que volverá a los conciertos de verano en la ciudad el día 21.
Ahora anda por los escenarios con dos formas de presentarse al público. Una, con poca gente y mucha acción. Y otra, a veces y si se puede, con la embestida de una orquesta que le acompaña por la ciudad que pasa. «Siempre ha habido bastante afinidad entre el flamenco y la música clásica en mi casa», recuerda Morente. A poco que se busque en la memoria se encuentra la semilla.
Su padre, Enrique Morente, compuso Fantasía del cante Jondo para voz flamenca y Orquesta hace más de veinte años. Mucho antes Carmen Amaya, que pisaba el suelo cuando bailaba como si fuera una toalla tendida en la arena caliente en el Embrujo del fandango.
Y también Sabicas o Manuel de Falla con El amor brujo, pero también otros que transformaron el flamenco en una cosa nueva para la que hubo que buscar un nombre nuevo. Una tarea dificilísima, porque en este género «hay más intérpretes que creadores. Además, los clásicos no te pertenecen nunca; sólo puedes reinterpretarlos».
«Hay estrellas que lucen más que otras, pero en los últimos tiempos el flamenco ha experimentado un subidón que tenía que explotar por alguna parte», señala, y eso se consigue sólo con «mucha ilusión, mucha afición y sobre todo ganas de volverte loco en tu casa dándole vueltas al trabajo para ofrecerle a la gente algo nuevo e interesante».
Aparece otra vez en la conversación pero es inevitable. Enrique, productor de los discos de Estrella, es el ejemplo de trabajo paciente, el que sólo se consigue con las manos.
Él «escucha y trabaja mucho lo que está haciendo en ese momento, pero jamás repasa lo antiguo. Con lo nuevo es desquiciante; le dedica mucho tiempo a comprobar que la guitarra, las palmas, la palabra, están donde deben». Y así es con todo, «que lo que tiene al lado lo convierte en oro».
«No es el mejor por ser el más perfecto y el que más acierta, porque en los errores es mejor que en los aciertos. E incluso se ha negado a sacar a un nuevo morentito -en referencia a su hermano, también Enrique, que acompañaba a su padre y a Estrella haciendo coros, y ahora saca las primeras cuentas de su carrera en solitario- sólo por el gusto de sacarlo. Mi padre es un genio y si no tengo complejo de Edipo es de milagro. Es una persona que como lo da todo hay que corresponderle con todo».
Para EL MUNDO, 7 de julio de 2010