Pasó hace dos años, poco antes de las Navidades, después de muchas cosas y antes de muchas otras. Pero es uno de los recuerdos más intensos que tengo.
Los músculos amenazaban con dejarme paralizada por el miedo de un momento a otro. El corazón me iba a explotar y sin duda el barquero al que había confiado mi vida debía estar escuchando los latidos. Estábamos en una barca de madera, en medio de la oscuridad a varios kilómetros de la costa, apenas nos iluminaba la luna y unas cuantas estrellas. Entre estas estrellas sólo hay oscuridad, una negrura que no existe en las ciudades, una carencia de luz que activa todas las señales de peligro de mi cerebro. El agua aún era más oscura que el cielo, no tenía fondo y estaba llena de peces y otras especies que no quería imaginar. Por un segundo me pasan por la cabeza los tiburones que había visto por la mañana. Yo iba a meterme en esa agua que movía la barca. No había cobertura telefónica ni hubiese sabido a quien llamar, me encontraba en medio de un país desconocido donde no hablaban mi idioma y a cientos de miles de kilómetros de cualquier persona conocida. Me acompañaba un señor que me entregaba unas gafas de buceo y por señas me decía que me tirara. El tuvo que meterse primero en el agua. Yo estaba aterrada no quería ni pensar todo lo que me podía pasar, por unos segundos controlé lo suficiente mi imaginación y me lancé en el agua. Ya rodeada de ese líquido templado y con la oscuridad debajo de mí empecé a mover mis manos, mis pies para mantenerme a flote. ¡Y ahí estaban! Ahí estaban las miles de estrellas agitándose conmigo dentro del agua. Por una décima de segundo dejé de pensar en mi corazón, en mi respiración y en la parálisis inminente de mi cuerpo. Aquello era extraordinario, había tantas estrellas en el cielo como en el mar. Había estrellas sobre mi cabeza, bajo mis pies, en mis manos, entre mis dedos, había estrellas por todos lados. Se movían brillantes a mí alrededor, podía jugar con ellas, dejar que hicieran una estela o quedarme quieta y hacerlas desaparecer. Usé el tubo para meter mi cabeza bajo el agua, el espectáculo era increíble, algo que sólo se puede explicar estando ahí. Pero varios ataques de pánico en el agua me recordaron que todas las alarmas de seguridad de mi cuerpo estaban activadas. La situación me aterraba, me cortaba la respiración y me hacía hiperventilar casi a la vez, me deja sin palabras, ya no sé si por el espectáculo del plancton o por el miedo.
Mi cabeza pensando: “A lo mejor hoy muero de un infarto pero ¿Cómo se puede explicar lo que es flotar entre estrellas?”