Estrés, mindfulness y equilibrio emocional

Por Carlos Carlos L, Marco Ortega @carlosmarco22

En su libro "El hombre en busca de sentido", el psiquiatra austríaco Victor Frankl escribió: "Entre el estímulo y la respuesta existe un espacio. En este espacio radica nuestro poder de elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta yace nuestro crecimiento y nuestra libertad". Su afirmación cobra un significado más profundo si tomamos en consideración el hecho de que él mismo era prisionero en un campo de concentración Nazi cuando desarrolló las ideas de este libro y de un nuevo tipo de psicoterapia focalizada en la libertad humana, libertad que está presente incluso cuando enfrentamos las peores circunstancias imaginables. En el caso de Frankl, su propia capacidad para encontrar un espacio entre el estímulo y la respuesta desempeñó un papel crítico en su supervivencia física y psicológica en medio de los horrores del Holocausto. Su propia voluntad de no renunciar a su libertad de responder, en lugar de simplemente reaccionar a sus circunstancias, acabó creando un espacio donde parecía imposible encontrarlo.

Aunque sea difícil de identificarnos con la experiencia concreta de Frankl siendo encarcelado en un campo de concentración, probablemente estemos más familiarizados con la experiencia de sentirnos encadenados a nuestra propia tendencia a reaccionar ante las circunstancias de la vida desde nuestros arraigados hábitos mentales, emocionales y conductuales, incluso cuando estos hábitos han demostrado una y otra vez no ser eficaces en cuanto a traer felicidad a nosotros mismos ni a quienes nos rodean. El poeta sufí Jalāl ad-Dīn Rumi dijo una vez: "Mas allá de las ideas de bien o mal, existe un lugar. Nos encontraremos ahí". Reconociendo la tendencia humana a crear cárceles mentales, la invitación de Rumi apunta a la capacidad humana de ir más allá de los juicios para explorar un campo de posibilidades que sólo surge cuando se cultiva la conciencia no-reactiva y no-enjuiciadora. El que encontremos este campo no radica en hacer algo especial sino en traer una actitud especial a cada cosa que hacemos.

Tengo en mi memoria un recuerdo vívido sobre lo que sucede al encontrar ese campo espacioso más allá de los juicios, el espacio al cual nos invita amablemente Rumi. Ocurrió durante el retiro de invierno el año 2000 en Plum Village, el centro de retiros en el sur de Francia del maestro zen vietnamita Thich Nhat Hanh. Además de las prácticas regulares de meditación, había en este centro varias herramientas para recordarnos cultivar la atención plena en medio de nuestras actividades cotidianas, medios hábiles para ayudarnos a transformar poco a poco nuestros patrones habituales de automatismo y reactividad. Dos de esas herramientas eran el sonido de una campana que sonaba cada media hora y el sonido del teléfono que estaba en el gran comedor cada vez que alguien llamaba. Cada vez que escuchábamos el sonido de la campana y también durante los tres primeros repiques de una llamada telefónica, todos deteníamos lo que estabamos haciendo, nos erguíamos nuestra postura estirando la columna, y respirábamos profundamente tres veces, relajando nuestro rostro y dejando que se dibujase una leve sonrisa en nuestros labios. También podíamos recitar el siguiente verso en el silencio de nuestra mente: "Escucha, escucha: Este maravilloso sonido me trae de vuelta a mi verdadero hogar".

Uno de los participantes en el reiro aquel invierno era un adolescente francés que sufría de depresión crónica y, mirando su expresión, era fácil imaginar que su mente estaba enfrascada en pensamientos autocríticos la mayor parte del tiempo. Sin embargo, cada vez que este muchacho escuchaba la campana o el teléfono, encontraba una salida de su prisión mental: Abría el pecho, enderezaba su columna vertebral, sonreía suavemente y respiraba hondo. Alguna vez me dijo después de este pequeño ritual de presencia: "Ce téléphone m' a sauvé la vie" (este teléfono me ha salvado la vida).

Cuando recuerdo su rostro joven, su ceño fruncido derritiendose al ritmo de su respiración consciente y su cuerpo abriéndose poco a poco a la realidad del momento presente, se renueva mi confianza en que existe una oportunidad en cada persona de romper el ciclo de la reactividad para entrar en la libertad.

Cómo entramos en la reacción de estrés:

No es difícil reconocer la importancia de encontrar un espacio entre el estímulo y la respuesta, sin embargo, hacerlo puede ser bastante más difícil que pensarlo, especialmente cuando nos sentimos estresados. La paradoja consiste en que el estrés no es un "error en el sistema" sino que es parte integral de la vida: nuestro cerebro y nuestro cuerpo evolucionaron con un sofisticado mecanismo cuya función consiste precisamente en sentir y reaccionar al estrés. Es en parte gracias a esta capacidad innata que tenemos para sentir estrés que hemos sido capaces de lidiar como especie con la amenaza de depredadores, climas adversos y otras presiones ambientales a través de nuestra historia evolutiva. Podemos decir que el estrés es simplemente la forma en que el cuerpo ha evolucionado para reconocer amenazas y prepararse para hacerles frente de manera efectiva. Sin embargo, aunque nuestra capacidad de experimentar estrés sea natural y adaptativa, parece haber un desajuste entre los riesgos y desafíos que tenían que enfrentar nuestros ancestros y el tipo de estresores que lo humanos modernos comúnmente tenemos que enfrentar. En un sentido, estamos viviendo una especie de "resaca evolutiva", donde enfrentamos desafíos posmodernos desde una fisiología paleolítica.

Piensa por un momento en las cosas y en las situaciones que te provocan estrés. Es muy probable que si lograste encontrar un momento en tu día para leer estas palabras, tu reacción de estrés no sea gatillada muy a menudo por depredadores que se esconden en el patio de tu casa. Es probable también que tu subsistencia no dependa de tener que salir a cazar un jabalí antes que otros lo atrapen. El estrés de la vida moderna suele estar más relacionada con largas horas de trabajo, un jefe difícil, no poder desconectarte con el trabajo, luchar para que tus niños se tomen el desayuno y que se vistan para que lleguen a la escuela a tiempo, o con situaciones que te produzcan ansiedad social, miedo al rechazo o vergüenza. Aunque es improbable que cumplir una fecha límite para entregar un trabajo o tener que responder cincuenta emails en un día se conviertan en una amenaza de muerte, el cuerpo responde a estos estresores a través de una reacción en cadena que nos prepara para luchar, huir o paralizarnos.

Para hacer las cosas un poquito más complejas, no sólo nos estresamos por los eventos externos. Las experiencias internas tales como los pensamientos y las emociones pueden también desencadenar reacciones completas de estrés: un pensamiento puede ser (y a menudo es) más estresante que las cosas mismas. Los humanos venimos equipados con una súper máquina para viajar en el tiempo y para construir realidades virtuales: el neocórtex. Esto es a la vez una bendición y una maldición, ya que nos permite planificar, soñar y coordinarnos a través de la comunicación, pero también nos permite pasarnos una parte importante del tiempo recreando el pasado o ensayando mentalmente para el futuro en vez de simplemente lidiar con lo que se encuentra presente. El profesor de biología de Stanford, Robert Sapolsky, resume nuestra condición diciendo que las cebras no tienen úlceras pero los humanos sí. Mientras que las cebras lidian con sus estresores (un león hambriento, por ejemplo) lo mejor que pueden mientras el león está presente, los humanos tenemos la capacidad única de preocuparnos por peligros que podrían surgir en el futuro o que podrían haber surgido en el pasado. Si alguna vez has sufrido de insomnio sabrás que incluso en una noche tranquila y oscura sólo hace falta tener una mente para preocuparse de las cosas más increíbles, las cuales pueden ser perfectamente insignificantes a la luz del día. Dicen que Mark Twain dijo alguna vez: "He pasado por cosas terribles en mi vida, algunas de las cuales efectivamente sucedieron".

Ya sea que el estresor es interno o externo, una situación de riesgo vital o el fantasma que vive debajo de la cama, el cuerpo responde con una cascada de reacciones. Estas reacciones están arraigadas en nuestra química y nuestra fisiología y fueron diseñadas para ponernos a salvo en una situación de riesgo o amenaza, por lo cual a menudo se le llama la respuesta de lucha o huida. En realidad, aunque muchas veces se habla de la "respuesta de lucha o huida", lo cierto es que hay una tercera reacción posible que está igualmente determinada biológicamente: la reacción de quedarnos paralizados o bloqueados ante el riesgo, como les sucede a los animales ante un sobresalto o susto repentino. Ya sea que luchemos, huyamos o nos paralicemos, una cadena de reacciones internas toman el control de manera automática y a menudo inconsciente. Esta reacción de alarma prepara el cuerpo para la acción contra el peligro percibido, y esto puede realmente salvarte la vida en una situación de riesgo vital, disponiendo la mente y el cuerpo para lidiar con la amenaza real o imaginada de la mejor manera posible.

La reacción de alarma nos hace entrar en un estado de hiperalerta e hiperactivación. La amígdala, una especie de campana de alarma en forma de almendra al centro del cerebro da la señal de "¡¡¡Peligro!!!", activando el hipotálamo (una especie de comando central que orquesta nuestra reacción), el cual a su vez activa la glándula pituitaria y las glándulas adrenales, las que producen cortisol y adrenalina. Esta cadena de activaciones químicas y eléctricas producen una serie de cambios físicos, incluyendo el aumento del latidos del corazón, la dilatación de los pulmones, la activación de los músculos de las piernas y de los brazos, aumento en la sudoración, intensificación de las emociones y agudización de nuestros sentidos, por nombrar sólo algunos. Esta respuesta es apropiada y saludable cuando es ocasional y cuando nos ayuda a lidiar con situaciones difíciles, por ejemplo, ante un accidente donde haya que actuar con rapidez. Incluso cuando hacemos actividad aeróbica producimos voluntaria y conscientemente un estado físico similar que en este caso nos ayuda a mantener nuestro corazón sano y flexible. Sin embargo, este modo reactivo automático a menudo se activa al percibir estresores que realmente no son una amenaza real a nuestra supervivencia. Pueden ser estresores agudos y de corto plazo (un cliente quejándose, o el tráfico que no avanza, o pueden ser estresores de largo plazo, como el estar cuidando de un familiar enfermo mientras también trabajamos a tiempo completo. La respuesta de estrés puede incluso activarse ante amenazas percibidas a nuestro estatus o imagen social, a nuestro sistema de creencias o nuestro sentido de control. Gracias a esto, Facebook puede ser una gran fuente de estrés.

Cuando este estado de activación caracterizado por una gran tensión psicológica y fisiológica se vuelve crónica, la ansiedad, el insomnio y la fatiga se vuelven algo tan común que terminan siendo percibidos como "normales", y podemos acabar ignorando completamente que estamos (sobre)viviendo nuestra existencia desde el ciclo reactivo de estrés. Pero aunque no seamos conscientes de nuestro estrés crónico el cuerpo seguirá registrando las consecuencias de este estado y expresará nuestro malestar a través de síntomas como hipertensión, dificultades para dormir, dolores crónicos de cabeza o espalda, problemas digestivos, etcétera. Y aún así, necesitamos seguir funcionando, hay que seguir yendo al trabajo, hay que llevar los niños a la escuela, hay que seguir conviviendo con la "catástrofe completa", como decía Zorba el Griego.

Los autos viejos, a diferencia de los modernos, no tenían computadoras que enviasen un mensaje cuando algo andaba mal con el auto. Antes de las computadoras, la única indicación de un problema en el motor era una lucecita roja que se encendía en el tablero. Imagínate que estás conduciendo uno de estos autos y que la luz roja se enciende en el tablero. ¿Qué harías? Probablemente la solución más lógica sería ir lo antes posible a un taller mecánico para ver qué anda mal. Otra solución posible sería estacionar el auto al costado de la camino, buscar detrás del tablero el cablecito que va hacia la luz roja y cortarlo. Voilá! Se apagó la luz roja: No hay problema. Quizás suene ridículo, sin embargo esto es exactamente lo que hacemos a menudo cuando nuestro cuerpo nos trata de enviar señales de estrés en forma de dolores crónicos, insomnio, problemas digestivos, irritabilidad, y nosotros elegimos ignorar o anular estas señales.

Es muy común, casi epidémico, en nuestras sociedades modernas el uso de la comida, el alcohol, el tabaco, y otras sustancias o actividades más o menos legales y más o menos aceptadas socialmente para anular las señales de estrés que nos envía el cuerpo. Esto puede llevar a adicciones de distinto tipo porque la fuente del problema nunca es vista, y menos aún tratada. Finalmente, al continuar suprimiendo la respuesta de estrés e ignorando las señales del cuerpo, es posible llegar a un colapso, como le pasaría al auto si no lo llevamos al taller.

La buena noticia es que no necesitamos ser víctimas del ciclo de reacción de estrés. Podemos utilizar la atención plena para intervenir en este ciclo auto-perpetuador, permitiéndonos responder más efectivamente a los estresores diarios de nuestra vida.

Mindfulness en medio del ciclo reactivo de estrés:

Podemos pensar en dos niveles complementarios en los cuales la atención plena (mindfulness) puede ayudarnos a lidiar con el estrés de una manera más efectiva. Un primer nivel consiste en la práctica de invitar la cualidad de la atención plena en cualquier punto del ciclo de reacción de estrés que describimos en la entrada previa del blog, lo cual nos ayuda a despertar de la reacción automática, abriendo espacio a nuevas estartegias que sean más conducentes a nuestro bienestar y al de los demás. Un segundo nivel que quizás sea menos evidente pero que tiene una gran importancia consiste en volvernos conscientes de la manera en que pensamos sobre el estrés y cuáles son nuestras creencias sobre cómo el estrés afecta nuestra salud. En esta entrada de blog nos enfocaremos en el primer nivel y en la próxima entrada exploraremos los efectos de nuestras creencias sobre el estrés.

Incorporando la atención plena en el ciclo reactivo del estrés:

A través de la práctica de traer nuestra atención a la experiencia presente, momento a momento, y de una manera no enjuiciadora, es posible insertar "cuñas" de mindfulness en cualquier parte del ciclo reactivo del estrés, generando el espacio en nuestro cuerpo-mente para responder en vez de reaccionar. Desde el momento en que se gatilla la reacción de estrés, ya sea por un estresor externo (por ejemplo, un vuelo atrasado y una larga espera en el aeropuerto con la consiguiente pérdida de las conexiones, que es mi situación en el momento en que escribo este post :-/) o un estresor interno (por ejemplo, el miedo a ser juzgado por otros), la misma percepción del estresor puede ser alterada al prestar atención plena a lo que está sucediendo dentro y fuera del cuerpo sin dejarnos entrar automáticamente en la cascada de interpretaciones, juicios, pensamientos y emociones sobre lo que está pasando. No se trata de juzgar como positivo algo que se percibe como negativo, ni tampoco de que te guste o que apruebes el estresor. Se trata más bien de no echar gasolina sobre el fuego, dándole a la situación algo de espacio y el beneficio de la duda en vez de verla como algo sólido, monolítico, catastrófico y sobre todo, personal. Podemos descubrir que, por ejemplo, la simple práctica de respirar y prestar atención a las sensaciones físicas, podemos evitar perdernos en las historias que nos contamos o seguirlas inflando a través del ciclo veloz de de pensamientos, emociones y sensaciones físicas.

Naturalmente, la intensidad percibida del estresor afecta nuestra capacidad de traer plena conciencia a lo que surge momento a momento. Con estresores menores, es más fácil hacernos conscientes y observar cómo estamos interpretando el evento estresante y ampliar nuestra percepción de manera que la reacción de estrés no se desencadene automáticamente. En cambio, cuando reaccionamos inconscientemente ante un estresor agudo e intenso nuestra experiencia tiende a volverse completamente sólida y binaria (blanco-negro, bueno-malo, víctima-victimario) y entonces se hace muy difícil darnos cuenta de nuestras interpretaciones: simplemente reaccionamos en piloto automático (hablando de aviones...). En estos casos, nuestras interpretaciones de la situación se fusionan y confunden con la percepción de la misma. Sin embargo, con práctica, el gesto de insertar cuñas de plena conciencia no es solamente posible sino que es algo que puede volverse habitual, incluso frente a estresores intensos. Gradualmente se puede cambiar la respuesta "por defecto" de nuestro sistema ante el estrés por una respuesta más adaptativa y sana.

Al cultivar la plena conciencia de nuestra percepción del estresor es posible comenzar a percibirlo como algo menos permanente y quizás menos personal que en un primer momento. Cuando vemos al estresor como algo fijo y sólido que está dirigido personalmente contra nosotros, la tendencia habitual consiste en hablarnos internamente de una manera que alimenta el miedo y la ira (apagamos fuego con gasolina). De pronto se vuelve mucho más importante tener la razón que tener algo de paz. En estos casos, puede ser útil tener en cuenta el breve consejo de Shantideva, el sabio indio del siglo 7 d.C.:

Si el problema tiene solución, ¿para qué preocuparse?

Y si no tiene solución, ¿de qué sirve preocuparse?

Aunque sea sencillo comprender a un nivel intelectual lo que Shantideva nos dice, integrar esta perspectiva en situaciones reales de la vida no es fácil, ni siquiera para los monjes a quienes Shantideva estaba hablando. Sin embargo, la práctica de aplicar la atención plena a la percepción de los eventos estresantes puede ser fructífera desde nuestros primeros intentos. Puede que la reacción de estrés no desaparezca del todo, pero el aumento de conciencia puede ayudar a reducir el nivel de activación fisiológica y emocional. El corazón seguirá latiendo fuerte y los músculos se seguirán tensando, pero podemos comenzar a sentir un cambio sutil en la intensidad de la reacción.

Otra manera importante en que la atención plena puede crear un espacio para responder en vez de reaccionar consiste en mantenernos concientes del contexto completo de la situación, lo cual nos permite encontrar nuevas alternativas para lidiar con el estresor percibido. Cuando estamos sumidos en una emoción intensa nuestro campo perceptivo y nuestra conciencia se estrechan, notando únicamente los elementos del contexto que son relevantes para el estado emocional particular, dejando entrar sólo la información que confirme la emoción que estamos sintiendo. Si, en cambio, hacemos una pausa para prestar atención a lo que efectivamente está ocurriendo en el momento presente adentro y afuera de nuestro cuerpo, podemos obtener una visión más clara de la situación, lo cual nos permite notar los distintos elementos de la situación y encontrar nuevas posibilidades y recursos adentro y afuera para enfrentar la situación de manera efectiva.

La atención plena también nos permite ser conscientes de lo que ocurre cuando nos volcamos hacia distracciones o comportamientos autodestructivos (tales como comer en exceso, usar alcohol, tabaco u otras sustancias, trabajar en exceso o ver demasiada televisión) como estrategias para evitar el malestar. En este caso, podemos traer una mirada curiosa hacia nuestra experiencia en ese mismo momento, en vez de quedarnos fijados en la vergüenza, la culpa, el odio a nosotros mismos, todas emociones que tienden a reforzar y perpetuar el ciclo adictivo. Algo similar ocurre con los síntomas asociados con haber normalizado o internalizado la reacción de estrés. En vez de cortar el cable que enciende la luz roja en nuestro tablero físico y mental, comenzamos a prestar atención con curiosidad y a des-normalizar las señales de alerta que el cuerpo y la mente nos están enviando (presión arterial alta, trastornos del sueño, ansiedad, lumbago, migrañas, etc.) no para preocuparnos y estresarnos a causa de ellas, sino para ser conscientes de lo que están señalando y tomar las acciones más apropiadas.

Como puedes ver, existen numerosas maneras en que podemos introducir la atención plena para despertar del ciclo reactivo del estrés. A través de ellas, podemos comenzar a responder en vez de reaccionar, resultado de lo cual recobramos la homeostasis, un estado dinámico de equilibrio flexible en el cual es posible ver y relacionarnos con nuestra situación desde una perspectiva más amplia, accediendo a soluciones que no podemos ver cuando nuestra percepción está sesgada por la reactividad emocional. Este tipo de respuesta desde la atención plena permite que recuperemos más prontamente un sentido de calma y equilibrio, incluso si inicialmente experimentamos altos niveles de estrés físico y emocional.

La práctica de la meditación nos ayuda a practicar esta respuesta consciente, permitiéndonos observar lo que está ocurriendo en la mente y el cuerpo momento a momento. Con práctica, la experiencia de la sesión de meditación se transfiere a nuestra manera de enfrentar los eventos estresantes de la vida, que es la práctica más ardua, necesaria y auténtica.

El impacto de nuestras creencias sobre el estrés:

Cada vez existe más evidencia que sugiere que el impacto del estrés en la salud no se debe únicamente (y ni siquiera principalmente) a la cantidad o la intensidad de los estresores que enfrentamos, sino también a nuestras creencias acerca de cómo el estrés afecta nuestro bienestar. Revisemos los resutados de algunos estudios relevantes al respecto.

En un estudio amplio, investigadores de la Universidad de Wisconsin hicieron un seguimiento a una muestra representativa de la población norteamericana (casi 30.000 participantes) para examinar la relación entre el nivel de estrés percibido y las creencias que los participantes tenían sobre el impacto del estrés en su salud (Wisk et al., 2012). Uno de los hallazgos más importantes del estudio fue que la gente que reportaba altos niveles de estrés y que creían que el estrés afectaba negativamente su salud tenían una probabilidad un 43% más alta de riesgo de muerte prematura, controlando factores socio-demográficos (riqueza, educación, etc.), hábitos de salud (tabaquismo, ejercicio físico, etc.) y acceso a prestaciones de salud. Este riesgo resultó ser significativamente más alto que en el caso de quienes reportaron niveles igualmente altos de estrés pero que no creían que el estrés era malo para ellos.

En un estudio similar en el Reino Unido (Nabi et al. 2013), se realizó un seguimiento a 7,258 adultos por un período de 18 años para explorar la relación entre la percepción que los individuos tenían sobre el impacto del estrés y el riesgo de enfermedad cardiovascular. Al analizar los datos, los investigadores descubrieron que, ajustando los factores biológicos, psicológicos y conductuales que podrían afectar el resultado, quienes creían que su salud era "muy" o "extremdamente" afectada por el estrés tenían más del doble de riesgo de sufrir un ataque cardíaco comparado con quienes no pensaban que el estrés afectaba negativamente su salud.

En otro set de estudios que exploraron el rol de diferentes maneras de pensar sobre el estrés, psicólogos de Yale (Crum, Salovey & Achor, 2013) encontraron que las personas que tenían una perspectiva constructiva del estrés ("stress-is-enhancing mindset"), es decir, que creían que la respuesta de estrés mejoraba su funcionamiento físico y mental para enfrentar los desafíos del ambiente, tenían un perfil de cortisol más flexible y adaptativo y una mayor motivación por mejorar su desempeño, en comparación a quienes que se identificaban con una perspectiva debilitante del estrés ("stress-is-debilitating mindset"), el cual se correlacionó efectivamente con efectos debilitantes sobre su salud y su desempeño.

Estos estudios son interesantes por varias razones. Por un lado, dan cuenta de que los humanos no reaccionamos ante las cosas "en sí mismas", sino que reaccionamos ante nuestra manera de ver las cosas. En segundo lugar, estos estudios suman evidencia a lo que, por suerte, ya muy poca gente niega: la íntima relación entre cuerpo y mente. Nuestra manera de percibir, pensar y sentir, afecta nuestra fisiología al punto de co-crear salud o enfermedad. Tercero, estos estudios desafían la creencia tan arraigada de que el estrés es algo malo en sí mismo. De hecho, por lo que sugieren estas investigaciones, creer que el estrés es algo inherentemente negativo con consecuencias catastróficas sobre la salud no solo es impreciso, sino también contraproducente, actuando como una profecía auto-cumplida. Una creencia habitual sobre el estrés es que uno siempre debe disminuir su nivel de activación psico-fisiológica y permanecer en total calma en situaciones de estrés. Pero como sugiere el último estudio menciondo mas arriba, las personas que sostienen una perspectiva constructiva del estrés tienen un nivel adaptativo y flexible de activación psico-fisiológica al momento de enfrentar las demandas externas: sus niveles de cortisol disminuyen si están muy altos y aumentan si están muy bajos. El problema no es la activación del sistema; el problema es la rigidez de la respuesta (siempre alto/siempre bajo).

No estoy sugiriendo que sea una buena idea tratar de estar más estresados de lo que ya estamos (la vida en su generosidad y sabiduría infinita nunca dejará de proveer estresores), o que el simple hecho de creer que el estrés es positivo va a evitar los efectos negativos del estrés crónico en el cuerpo-mente. Esto sería absurdo. Lo que sugiero es que quizás sea mejor aceptar que el estrés es parte de la vida antes que añadir una capa adicional de sufrimiento pensando que el estrés es un enemigo mortal que se esconde detrás de cada desafío que enfrentamos y que debemos erradicarlo de nuestra vida. En este sentido, y volviendo al tema de mindfulness, es importante recordar que la práctica de mindfulness no está principalmente dirigida a disminuir el nivel de estrés (por más que se promocione como la última píldora anti-estrés), sino que apunta a transformar radicalmente nuestra manera de relacionarnos con el estrés (y, en realidad, con toda nuestra experiencia). Paradójicamente, es la aceptación radical de nuestra experiencia tal como es (incluido el estrés) la que abre el espacio para el cambio.

Referencias:

Crum, Alia J, Peter Salovey, and Shawn Achor. 2013. "Rethinking Stress: The Role of Mindsets in Determining the Stress Response." Journal of Personality and Social Psychology 104 (4): 716-33. doi:10.1037/a0031201. http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/23437923.

Nabi, Hermann, Mika Kivimäki, G David Batty, Martin J Shipley, Annie Britton, Eric J Brunner, Jussi Vahtera, Cédric Lemogne, Alexis Elbaz, and Archana Singh-Manoux. 2013. "Increased Risk of Coronary Heart Disease Among Individuals Reporting Adverse Impact of Stress on Their Health: The Whitehall II Prospective Cohort Study." European Heart Journal: 1-9.

Wisk, Lauren E., Whitney P. Witt, Kristin Litzelman, Paul D. Creswell, Erika Rose Cheng, Torsheika Maddox, and Abiola Keller. 2012. "Does the Perception That Stress Affects Health Matter? The Association with Health and Mortality." Health Psychology. doi:10.1037/a0026743.

Fuente: Red Mindfulness.

C. Marco