Estupor y temblores y Ni de Eva ni de Adán, de Amélie Nothomb
Editorial Anagrama. 143 y 173 páginas. Primera edición de 1999 y 2007
Traducciones de Sergi Pàmies
Había leído Estupor y temblores (1999) de Amélie Nothomb (Kobe, 1967) en enero de 2001, sacándola de la biblioteca de Móstoles. Por esos días yo trabajaba en una auditora norteamericana, en una de las llamadas Big5, un terrible infierno laboral, en el que podías sufrir la condena de padecer 80 horas de trabajo a la semana. Me recuerdo leyendo este libro en un tren de Meco a Madrid, una mañana. La empresa me había enviado a Meco para realizar un inventario en una nave gélida, perdida en medio de un erial. Y aun así me sentía contento por haber podido alejarme de la oficina por unas horas. Reconfortado en el calor del tren, leía Estupor y temblores, que trataba el tema del terror moderno que los seres humanos viven en las oficinas y del que rara vez parece ocuparse la literatura o el cine. Me sentí muy identificado con la Amélie –un trasunto de la autora– que narraba aquella historia de humillaciones y absurdeces. Es posible que la lectura de este libro sea una influencia para mi novela Esto no es Bambi, que escribí sobre mi experiencia en la auditora norteamericana.
Estupor y temblores relata el año que vivió la joven Amélie, de veintidós años, en la empresa japonesa Yumimoto, año que se corresponde con el comienzo y el fin de 1990. «El señor Haneda era el superior del señor Omichi, que era el superior del señor Saito, que era el superior de la señorita Mori, que era mi superiora. Y yo no era la superiora de nadie.», con esta frase sobre la jerarquía de la empresa comienza el libro.
Estupor y temblores se lee como si se tratase de una novela autobiográfica puesto que la protagonista tiene el mismo nombre de la autora, la misma edad, y ambas comparten más de un dato biográfico: Nothomb nació y vivió hasta los cinco años en Japón porque sus padres eran embajadores belgas en aquel país, luego pasó a China e Indonesia. En la adolescencia se instaló en la Bélgica de sus padres para regresar a Japón en 1989. En algún momento de Estupor y temblores se evoca esta remota infancia japonesa, pero el lector no va a conocer nada de la vida de Amélie fuera de la empresa, tema que se reservará para la novela Ni de Eva ni de Adán (2007).
Uno de los motivos que me han llevado a esta relectura de Estupor y temblores, más de veinte años después, es laboral. A mis alumnos de Economía de primero de bachillerato les pido que lean Rebelión en la granja de George Orwell, y hablo con ellos de los sistemas económicos, y ahora, que cada vez doy más clases de Gestión de empresas en bachillerato internacional he pensado pedirles a estos otros alumnos que también lean un libro. Los temas que trata Estupor y temblores me pueden servir para ilustrar el bloque de Recursos humanos del temario, ya que aquí se tratan asuntos como el de la jerarquía empresarial, la definición de tareas, la unidad de mando, la motivación, los choques culturales… Y, además, recordaba, se cuenta con humor y con un estilo sencillo, elementos que pueden resultar adecuados para alumnos de dieciséis años.
«Seguía sin saber cuál era mi misión en la empresa; pero no me importaba.», dirá Amélie en la página 13, después de varios días en Yumimoto.
Desde el comienzo de la novela, se abrirá un calvario laboral para Amélie, ya que nadie parece tener muy claro cuáles van a ser sus tareas en la empresa a la que acaba de llegar. Y así, diferentes jefes, de la inicial jerarquía nombrada, irán encargándole tareas a cada cual más absurda. Hay un momento que, como lector, he sentido incredulidad ante los despropósitos laborales que estaba leyendo, y he llegado a imaginar que Nothomb estaba simplificando las tareas a las que no podía enfrentarse para no aburrir al lector con comentarios técnicos sobre el trabajo, y también con intenciones cómicas. Así, por ejemplo, ha de estar fotocopian el reglamento del club de golf del jefe a mano, porque este opina que, si se usa la función automática, el texto no sale del todo centrado. En cualquier caso, tendrá que repetir las copias (de forma automática o a mano) un sinfín de veces. Cuando un jefe de otro departamento le pida ayuda a Amélie por sus conocimientos de francés, y ésta haga un buen informe sobre un producto que la empresa está pensando importar para Japón (Yumimoto es una empresa de importaciones y exportaciones), solo va a recibir reprimendas y castigos por haberse saltado la cadena de mando y ningún elogio porque su trabajo haya sido útil. Amélie ha firmado por un año de contrato en la empresa y, a pesar de todos los absurdos y las humillaciones, se ha propuesto cumplir con él, porque renunciar a una oportunidad en una empresa es algo inconcebible para un japonés, cultura en la que desea verse integrada.
Como ya he dicho, un aire de farsa se desprende del texto. Imagino que, en realidad, Amélie Nothomb (la escritora, no el personaje del libro) se tuvo que enfrentar a muchas tareas absurdas y repetitivas, que le quitaban la energía, y aprovechó esta experiencia para retorcer y simplificar los hechos y acercarse a sus vivencias en la empresa japonesa de una forma simbólica. De este modo más sencillo, pero más irreal, consigue transmitir esa idea de absurdez sin caer en la autocompasión y buscando la simpatía del lector, haciendo el texto más ameno, pero menos punzante. Menos reflexivo y más infantil, más para todos los públicos, en definitiva. Esta idea me la corrobora una frase de Ni de Eva ni de Adán, donde nos narra su vida en Japón, pero esta vez fuera de la oficina. En esta frase dice «por no hablar de algunas noches que pasaba en la empresa por no haber concluido mi trabajo.» (pág. 153 de Ni de Eva ni de Adán), aquí da a entender que esta era una situación habitual, y en Estupor y temblores solo se cuenta que esto de salir tarde le ocurre durante menos de una semana, y la ocupación a la que se le va a asignar durante sus últimos siete meses en la empresa es tan simple que no podía darse el caso de salir tarde de la empresa por no haber cumplido con su trabajo.
También se muestra alguna escena un tanto surrealista, con intención cómica, como que debido a que no consigue enfrentarse a un trabajo sencillo (como es el de comprobar en yenes el importe de unos cargos de dietas de los empleados en otra moneda) acaba varias noches sin dormir en la oficina y esto la lleva al delirio, a quitarse la ropa y a correr desnuda sobre las mesas, para acabar durmiendo bajo una montaña de basura.
Como en El castillo de Franz Kafka, Amélie no podrá osar acercarse al líder supremo de la organización, al señor Haneda del que se habla en la primera línea del libro. En cualquier caso, si pudiera estar en presencia del señor Haneda ella debería enfrentarse a él con esos «estupores y temblores» a los que alude el título de forma irónica, ya que esta es la única fórmula según la cual en Japón los súbditos deberían acercarse al emperador.
En algunos momentos del libro se le recuerda al lector que se encuentra ante la evocación de los recuerdos de la narradora. El estilo narrativo es sencillo y, de vez en cuando, aparece algún cliché en el texto, como «no daba pie con bola» (pág. 68) o «mujer de primera fila» (pág. 91), que imagino que el traductor Sergi Pàmies elige para trasladar al castellano un cliché equivalente del francés.
Algunas de las páginas más interesantes de Estupor y temblores son aquellas en las que la autora analiza la sociedad japonesa, y sobre todo aquellas que se ocupan de la posición de la mujer en dicha sociedad; que debe alcanzar, por ejemplo, la excelencia en el trabajo y casarse antes de los veinticinco años; pero si se sacrifica por su carrera no podrá encontrar con quien casarse. Y con este tipo de contradicciones y presiones ha de organizar su vida.
Como dije al principio, tenía un gran recuerdo de este libro, por la cercanía temática que sentí a él en su momento. Ahora mismo, con el paso del tiempo y las lecturas siento que Estupor y temblores es un libro simpático, escrito con sencillez, que sin ser una gran obra cumple su función de entretener, hablando de un tema que me interesa: el de los abusos laborales. Creo que puede ser una lectura interesante para mis alumnos.
Después de terminar Estupor y temblores empecé Ni de Eva ni de Adán (2007) –que saqué de la biblioteca de Móstoles– porque sabía que en esta novela Nothomb volvía al tema japonés y tenía entendido que era una suerte de cara B del otro libro, en el que la autora contaba sus vivencias en Japón, pero, en este caso, las que no transcurrían dentro de la empresa Yumimoto.
En realidad, la historia contada en Ni de Eva ni de Adán comienza a principios de 1989, justo un año antes de lo contado en Estupor y temblores. La voz narrativa vuelve a ser la del personaje llamado Amélie y lo contado va a ser coherente con lo expuesto en la novela anterior; por tanto, he tenido la sensación de estar leyendo una nueva parte de la misma novela.
Amélie, de veintiún años, acaba de llegar a Japón para estudiar el idioma y decide además anunciarse como profesora de francés. «Me pareció que enseñar francés sería el método más eficaz para aprender japonés», es la primera frase del libro y es significativa: Nothomb muestra en ella su búsqueda de las contradicciones con afán cómico. De este modo, va a conocer a Rinri, un joven japonés de veinte años que estudia francés en la universidad. Unos capítulos más tarde, Amélie y Rinri van a dar comienzo a una relación sentimental.
Como en Estupor y temblores, la prosa usada por Nothomb en esta novela es sencilla. «Le quería mucho. Y eso no puedes decírselo a tu novio. Lástima. Por mi parte, quererlo mucho significaba mucho.
Me hacía Feliz.
Siempre me alegraba de verlo. Sentía por él amistad y ternura. Así era la ecuación de mi sentimiento hacia él y aquella historia me parecía maravillosa.» (pág. 53)
A veces, como en la otra novela, también usa algún cliché o alguna expresión demasiado oral como «Mira quién fue a hablar» (pág. 21), «arrojar la toalla» (pág. 24), «se les crucen los cables» (pág. 27), «me importaba un comino» (pág. 41)
En Ni de Eva ni de Adán el texto se divide en capítulos, a diferencia de lo que ocurría en Estupor y temblores, donde toda la narración iba de corrido. En los capítulos de Ni de Eva ni de Adán se narran sucesos normalmente amables, en los que Nothomb hace hincapié en mostrarnos los choques culturales de una joven occidental en Japón. Como ya ocurría en Estupor y temblores, en esta novela la narradora también juega al despiste, a mostrarnos que no analiza bien la realidad, con intenciones cómicas. Así, por ejemplo, aunque al lector le queda claro, desde casi el principio, que Rinri es un joven de la clase social alta tokiota, de forma recurrente, Amélie hablará de sus sospechas de que pertenecía a la Yakuza, la mafia japonesa. Se narrará alguna visita a la costa, una escalada al monte Fuji, a la isla de Sado…, y más que una historia de amor hacia una persona, Rinri, esta novela acabará siendo una historia de amor hacia un país, Japón.
Los capítulos tienen encanto, aunque avanzan sin tener tensión narrativa. Lo único que parece mover la casi inexistente trama del libro es la capacidad de Nothomb para generar extrañeza mediante sus exageraciones cómicas, como la de que Amélie se transforma al subir o bajar montañas y entonces puede caminar por ellas a más velocidad que el resto de los humanos. Todo esto es simpático, aunque también algo infantil. En otros capítulos se incide en el exotismo oriental, como la ocasión en la que en la isla de Sado le ofrecen a Amélie en el hotel comer pequeños pulpos vivos, ante su repulsión.
Siguen siendo interesantes, como ya ocurría en la novela anterior, aquellas páginas en las que Nothomb nos habla de la sociología japonesa: así sabremos, por ejemplo, que los años universitarios son los años de relajación para el japonés medio, que durante el colegio tendrá que esforzarse mucho para llegar a la universidad, y que en el mundo laboral no tendrá tregua hasta que se jubile, pero durante la universidad puede sentarse a contemplar el paisaje.
Me ha gustado cuando el tiempo narrativo de Ni de Eva ni de Adán se acercaba al de Estupor y temblores. Así leemos en la página 152:
«Principios de enero de 1990, entré en una de las siete inmensas compañías niponas que, bajo la apariencia de negocios, tentaban el verdadero poder japonés. Como cualquier empleado, pensaba trabajar allí cuarenta años.
En mi tratado de estupor y temblores, conté por qué apenas conseguí permanecer hasta el fin de mi contrato de un año.
Fue un descenso a los infiernos de una extrema banalidad. Mi destino no difirió radicalmente del de la inmensa mayoría de empleados japoneses. Solo se vio agravado por mi condición extranjera y por cierto genio personal para la torpeza.»
Por fin, en las páginas finales de Ni de Eva ni de Adán conoceremos algo de la vida de Amélie fuera de la empresa Yumimoto: «Llevaba una doble vida. Esclava de día, novia de noche. Habría podido sacar provecho de ello si las noches no hubieran sido tan cortas: nunca me reunía con Rinri antes de las diez de la noche y en aquella época ya me levantaba a las cuatro de la mañana para escribir.» (pág. 153)
En las páginas finales del libro sí que aparecen, al fin, atisbos de tensión narrativa, ya que el lector asistirá a las no fáciles decisiones que Amélie ha de tomar sobre su futuro.
En definitiva, me ha gustado volver, después de más de veinte años, a Estupor y temblores, un libro que me ayudó en su momento a pasar un mal trago personal, y me ha gustado también ampliar mis conocimientos –gracias a Ni de Eva ni de Adán– sobre la vida de Amélie en Japón, un país que me resulta fascinante y que sueño poder visitar algún día. Estupor y temblores y Ni de Eva ni de Adán no me parecen gran literatura, pero son libros simpáticos y que tratan temas que me interesan. A veces, solo esto es ya suficiente.