Hubo un tiempo en el que la tecnología no iba ligada a mi quehacer diario. Leía, trabajaba, leía, trabajaba y vivía en una constante individualización, me había alejado de las masas, me enfrascaba en mi pensamiento, flotaba libremente con naturalidad en mi interior. Ordenaba mi propio mundo a partir de mi propio sistema de sociabilidad. Era como un pájaro, andaba en mi propio vuelo, pero no había bandadas que me siguieran, pasaba desapercibida y eso para mí era libertad.
Hubo un tiempo en el que me quedaba petrificada frente a la existencia de las personas, me sentía en un laberinto. Hija ejemplar encerrada en una alcoba introvertida con pensamientos herméticos que se agrupaban sin separarse. Visto así, me convertí en mi propia ciudad, con mi propia organización dotada de ramificaciones internas que siem-pre tenían una salida: escribir, leer, hablar sola. Mantenía un orden.
Hubo otro tiempo en el que empecé a sentirme en un callejón sin salida: pasillos de ansiedad, pensamientos entretejidos que caían por escaleras, ya no leía con regularidad, lloraba cuando tenía que ir a trabajar, ya no me movía con mesura en mi propio espacio.
Hubo otro tiempo en el que todo era ficción. Leyes por doquier, padres estrictos, hija rebelde. Sueños truncados. Vivía en un sistema de funciones que funcionaban solo para funcionar porque algo no funcionaba. Vivía en un sistema de ficciones que me sacaban de la caja y me permitían fingir. Visto así, me convertí en pensamientos ilógicos, empecé a aliarme a las masas, me convertí en cifras, registros, exámenes, salidas, paseos, no mantenía el orden.
Hubo otro tiempo en el que la ciudad que me había creado ya no era capaz de ocultar el deseo de la muerte o de la vida; la ficción seguía manteniendo el orden, pero me había olvidado de mí misma. Las cosas solo eran temporales, dejé de leer, salí de mi pensamiento hermético, ya no todo era calma y orden; ya no era un laberinto donde me entretenía. Ahora todo era un círculo que me llevaba en marcha lentamente al mismo punto.
Hubo otro tiempo en el que la ilusión me sobrecogió, esperaba en mi dormitorio, en el comedor, en el patio, algo que me llene. Esperaba en la calle, en los pasillos, en los jardines, no ser olvidada. Nadie sabía de mí, sin celular, sin redes sociales, sin algo que los invite a conocerme. Fingía ser amable solo para asociarme, luego me di cuenta de que estaba en una sociedad donde todos fingen para ser únicos; fingen por una libertad, por una sonrisa, se creen libres; olvidan lo que es la libertad.
Hubo otro tiempo en el que yo vivía en una incubadora que mis padres habían creado para mí. No salía de casa. Salí del trabajo, empecé a leer más libros, empecé a escribir, buscaba la quinta pata al gato. Me cree un Facebook, un Twitter, un Instagram, un Google+, un LinkedIn y automáticamente se reconstruyó mi pensamiento, como cuando uno le da la ultima mano de pintura a una casa. Me instalé en un sistema de redes que abrieron mi visión del mundo. Conocí gente con peores defectos que los mío, defectos no físicos sino espirituales, emocionales y me sentí mejor.
El peso se alivianó, flotaba libremente en la red la cantidad de veces que quería. A veces la superficie pintada se quebraba, la pared se agrietaba, pero ahí aparecían personas que me hacían reír, me desconectaba con pena porque tenía que dormir. Nueva-mente volví a ser el pájaro que andaba en mi propio vuelo, pero ahora tenía una bandada que me seguía. Caminos se abrieron. Leía más, muchísimo. No dejaba de hacer clic en cada enlace compartido.
En ese tiempo habían más «¡Hola! ¿Cómo estás?» tener una vida detrás de la pan-talla me ayudó a encontrar personas maravillosas y oportunidades que entre la nada y algo creaban nuevos mundos. No es porque haya una nueva visión del mundo. No es porque existía un conflicto en mi propio mundo. Es porque los mundos nuevos que se iban creando me criticaban a mí misma, me hacían sentir que existe un aquí y un ahora. Creaba nuevas relaciones políticas en un escenario que no era para nada inquieto.
Existe un tiempo en el que ya no soy retraída, hablo, pienso, escribo con libertad. Mi mundo es libre. Duermo. Me asigno mis propias emociones. Muero en mi cama, callo en mi cama. Grito lo suficiente en las redes sociales, en las reuniones con amigos. Aprendí a convivir en un mundo humanamente posible, es decir, una sociedad que aprecio a través de mi máquina. Ese mundo virtual es un lugar en donde todos pueden vivir, con-versar, ser amables, fingir, ofrecerme su amistad, su tiempo, etc.
Aprecio la naturaleza sola sin intervención de una foto sin mediación de palabras. Soy feliz cuando estoy en mi mundo de pensamientos, en mi mundo real, único para mí, donde me escribo a mí misma; donde en realidad puedo sentir el aire; donde mis amigos me dan abrazos, y donde no es un gif el que me expresa emociones. He tomado la relación social prestada de ese mundo, lo utilizo como me conviene, no es una declaración, ni una confesión. Es algo que ese mismo mundo me ha dado y que me mantiene atenta. Sigo haciendo clic/abrir/cerrar/bloquear/ignorar/enviar/ pero, ahora el desafío es salir de ese mundo porque ahí hace demasiado frío.
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