Ética histórica

Publicado el 30 noviembre 2011 por Abel Ros

La sierra de Guadarrama esconde en el pulmón de sus entrañas el silencio intrahistórico de miles de ciudadanos que lucharon entre iguales por la defensa de sus libertades. En las líneas imborrables de tanto dolor se mezcla el aroma en blanco y negro de cuarenta años de censura y represión de la España del Nodo y la gracia de Dios. Bajo 150 metros de cruz yacen ambos ríos desiguales en el mártir igualitario de los mares de Manrique. El discurso póstumo de Franco comparte sus sílabas con el recuerdo de miles de familiares abrazados al amargo dolor de sus seres caídos.

El enterramiento de dos ciclos históricos en un mismo lugar, o dicho en otros térmicos, la correlación falaz entre causa y efecto en una misma premisa, invita a la crítica intelectual a reflexionar sobre  la herida que durante treinta y seis años ha ido carcomando la cultura cívica de este país.
La inmortalidad del recuerdo como rasgo distintivo del animal social, en palabras de Aristóteles, debe separar de la esfera material los símbolos históricos que provocan la herida psicológica en el relevo generacional de sus espectadores. La dimensión de las superestructuras ideológicas del arte no debe entrar en dialéctica con sus connotaciones infraestructurales. El Valle de los Caídos ilustra la incoherencia marxista entre su representación ideológica y sus desviaciones tangibles. Las víctimas de una contienda civil, o dicho de otro modo, el efecto nefasto de una guerra entre iguales duerme eternamente “codo con codo” con el discurso vivo de miles de nostálgicos que visitan a diario la tumba de su tirano.

La ética histórica, debería ser el  principal argumento para clamar la retirada a gritos de la causa común que explica la  lógica del concepto pedagógico de “los caídos”. En alusión a la ética de Kant es irresponsable por parte de la hija de Franco negarse al traslado de los restos de su padre. La presencia de tal cadáver pone en tela de juicio  la falta de entendimiento con nuestro pasado. Las “víctimas de la contienda“ sin la mancha turbia del cadáver de Franco serviría al juicio histórico artístico del momento para otorgarle la coherencia estructural de su mensaje. Mientras no hagamos este ejercicio de diligencia política seguiremos entrando sanos y saliendo heridos de nuestra visita turística por la obra arquitectónica. Las palabras mal sonantes, esputos e insultos de algunos visitantes heridos procedentes del bando republicano y viceversa ponen en tela de debate político la necesidad de conseguir una adecuación conceptual entre el hecho histórico y su mensaje artístico.

La reubicación del cadáver enciende la llama sobre el espacio arquitectónico que lo represente. La legitimación de su mandato por la “gracia de Dios”, o dicho de otro modo, las connotaciones católicas de su mandato invitan a la iglesia a realizar un ejercicio de coherencia con su pasado político y ubicar su brazo político cerca de sus postulados divinos. La ubicación en cualquier cementarlo de Madrid recibirá la crítica de laicos republicanos ante la incomprensión de compartir espacio con los visitantes nostálgicos de su general. El nuevo enterramiento de Franco traerá sin duda alguna más de un dolor de cabeza al señor Rajoy si sigue en pie la batalla por la ética histórica levantada por el gobierno en funciones de Zapatero.

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