Ética para una psicología

Por David Porcel

Estas primeras semanas de verano ando preparando el curso de Psicología que impartiré a partir de septiembre a mis alumnos de 2º de Bachillerato. Preparar una asignatura es una de las experiencias más motivadoras de la enseñanza, pues en el proceso acabas sintiéndote alumno y profesor a un mismo tiempo. Diríamos que descubres en el proceso de aprendizaje nuevas fórmulas y estrategias de enseñanza. Y el caso es que ando enfrascado en lecturas interesantísimas sobre el papel de la empatía en las relaciones humanas, la función afectivo-emocional de sentidos primarios como el tacto o el olfato, o la manera de tratar algunas de las adicciones más comunes. La psicología, ya lo estoy viendo, es una de las ciencias que uno puede ensayar a partir de conocimientos extraídos de otras ciencias humanas como la epistemología o la antropología. Y creo interesante hacer de la asignatura un motivo para que los alumnos puedan practicar los conocimientos adquiridos también en su vida diaria, y vean en ello la asunción de una determinada posición ética en la relación con sus semejantes.

Por ejemplo, es sabido que la escucha es una de las condiciones para que funcione el ejercicio dialógico entre psicólogo y paciente en el proceso de terapia. Cuando las relaciones humanas están muy dañadas, con frecuencia ocurre que hay dificultades para conectar emocionalmente con el otro, comprenderlo y respetarlo en su debida medida, de ahí que esa distancia entre médico y paciencia sea esencial para el funcionamiento de la terapia. También entre miembros de una familia, de una pareja, o compañeros de trabajo muy dolidos, cada individuo suele centrarse en su propio sufrimiento y agravio, incapacitándose para una visón más abierta y amplia que le proporcionaría nuevas herramientas para abordar la situación. La atención pasa por desatender muchas veces aquello que más nos afecta, de ahí que el ejercicio de la escucha suponga un determinado posicionamiento ético ante la vida basado en el respeto hacia uno mismo y el otro. La escucha no nace como arte o hábito, sino como resultado de una determinada actitud ética. Lo contrario de la escucha no es la desatención, sino la desconsideración hacia el otro, por lo que - y he aquí la primera enseñanza- se hace necesaria una educación de la sensibilidad moral para el ejercicio de la práctica vital psicológica.