Eufemismos

Publicado el 24 mayo 2009 por Trilby @Trilby_Maurier
No se pueden imaginar en qué clase de angostas veredas me está metiendo el período de exámenes. El aburrimiento, que siempre hace acto de presencia, viene a colmar la sucesión de los minutos y una, desprovista de cualquier capacidad de concentración, se deja seducir por todo tipo de distracciones extra-académicas. De hecho, pocas veces puedo presumir de tener una habitación tan ordenada y reluciente como en esta época. Y eso no es todo: del periódico me leo incluso las páginas de deportes y, si me tomo un yogur, friego hasta el envase. Vamos, pura higiene. Por no hablarles de los pudores nostálgicos que me suelen invadir acompañados de unas irreprimibles ganas de escribir cartas por doquier a todos los amigos... Así que, harta del encierro hogareño, me dispuse a disfrutar de un asueto vespertino y me dirigí a tomarme un café en un bar cualquiera a pesar de que, dicho sea de paso, nunca atinen con la proporción adecuada de los ingredientes: a mí me va el café con leche pero alguno se empeña en presentarme un tazón de leche desteñida. En fin, que por ese tipo de enredos patológicos en los que a veces se ven envueltos dos destinos diametralmente opuestos, acabé conversando con el otro joven que se hallaba en el lugar, desértico de no ser por nuestra presencia. A una le cuesta eso de ser extrovertida y sociable, además, la vergüenza suele subirme a la azotea con este tipo de relaciones fugaces y algo interesadas, en las que se comparten cuatro bromitas agradables y un par de comentarios insulsos. Sin embargo, algo en mi interlocutor, su decoro al expresarse y cierto amaneramiento de dandy, me resultaron más interesantes de lo habitual en estos encuentros. Pero poco tiempo fue necesario para darme cuenta de que algo entorpecía nuestra conversación. Caí en la cuenta de lo que era: veníamos de mundos distintos y puede que aquello influyese en nuestra forma de ver las cosas. Él procedía del Planeta Euphemismus, allá en no sé qué órbita protocolaria, pero en cualquier caso, su atmósfera está plagada de eufemismos; y todo allí resulta una "manifestación suave o decorosa de ideas". No es que a mí lo extraterrestre me dispare la xenofobia, simplemente se notaba que aquello no cuajaba, nuestra conversación no fluía: Donde yo decía muerte, él matizaba aquella palabra malsonante, argüía algo sobre un tránsito y "pasar a mejor vida" (¡como si se aliviase con ello la pena que produce!). O sea, que si en este planeta hablamos de subida de los precios, en el suyo a eso se le llama "reajuste de tarifas" y la pobreza allá en su mundo no existe: vendría a ser una "economía debilitada". Los arrestos penitenciarios parecían también mucho más agradables tal y como él los definía: "una responsabilidad personal subsidiaria". Y ya entrando en temas farragosos la hipérbole se disparaba: él se refería a sus "amigas" donde sospecho que su mujer vería amantes; y mis borrachos eran sus "embriagados". Dejándome enredar por el tacto lingüístico del susodicho, yo comencé a pensar que el suspenso que adivinaba sobre mi próximo examen, siempre podría definirlo, a modo de alivio, como "un control fallido" o "insuficiente" (¡claro! -me dije- insuficiente para librarme de septiembre). El caso es que allá donde yo veía detestables corruptos, él veía a "filántropos desviados"... Total: Un gatuperio de sinónimos insultantemente "bien sonantes". Así que atajé el caos con un silencio y decidimos darle un descanso a aquel litigio que debía estar despertando las pasiones de algún miembro de la RAE.
Intenté distraerme con el televisor que sonaba de fondo, donde Barack Obama comparecía ante el texto constitucional norteamericano para intentar convencer a ciertos fósiles totalitarios sobre la conveniencia de solucionar las aberraciones producidas en Guantánamo. Al hilo -pensé yo- saquemos un poquito de sentido común. Y le dije a mi compañero de mesa que aquello de las torturas había sido una auténtica atrocidad, inconcebible, que exigía asumir responsabilidades. Algo confuso, el muchacho me miró con expresión interrogante y acabó por preguntarme si con aquella palabreja, "tortura", me refería a las "técnicas de interrogación reforzadas". Tenía al mismísimo Cheney frente a mí, al menos, a su sombra, o algo horripilantemente similar. Le di un sorbo al café por otorgarle cierto respiro a mi impulsividad y no decirle a aquel chaval lo que me estaba inspirando con su comentario. Pero nada pude hacer por cómo se desarrollaron los hechos a partir de entonces. La elegancia y el decoro que aquel dandy me había mostrado en un comienzo, se derrumbaron ante mis ojos cuando le repliqué que, con aquella pregunta, estaba comenzando a "herir mi sensibilidad" (por aplicar sus tejemanejes lingüísticos y no decirle directamente la verdad: que lo que me estaba tocando era las narices). Pero al ver que no me entendía se lo dije tal cual sonaba en el lenguaje coloquial, rudo y directo, sin demasiados intentos por hacer que mi prosodia edulcorase el significado de la oración.
Entonces, mi dandy eufemístico, perdió cualquier destello de su elegancia y por la boca le salieron todo tipo de improperios acompañados de remolinos de saliva que se iban depositando como gotas de coñac sobre mi café. El temple, que a mí me dura un suspiro, lo destrocé diciéndole que sus eufemismos eran una patraña y un elemento de manipulación para intentar esquivar la realidad que, a veces, además de encandiladora, también es dura.
La vulgaridad que comenzó a rodear sus maneras ya no dejó lugar a maniqueísmos, ni residuo alguno de delicadeza en su conducta. Yo no salía de mi asombro ante el espectáculo que estaba presenciando. Por evitar caer en lo soez, no les voy a hacer un retrato exhaustivo de la escena. Sólo les apunto un par de cosas: se agarró a su "virilidad" con la mano derecha y lanzó toda clase de ofensivas flechas gestuales con la otra, faltas de cualquier dulzura. Aunque, claro, un ser de su planeta me diría que aquello del dedo corazón encolerizado y tieso, apuntándome a la cara, no era en absoluto ofensivo sino una clara demostración de su deseo por enviarme al Cielo rápida como un cohete... Sí, debía de ser aquello, y la posición del resto de los dedos venía a representar la plataforma de despegue en Cabo Cañaveral. El caso es que, perdida en mis fabulaciones, confirmé mi saturación mental y en ese momento decidí concluir, de una vez por todas, mi escapada vespertina. Me di la vuelta y abandoné la cafetería, no sin antes explicarle a aquel gentil muchacho extraterrestre por dónde se podía meter todas sus indicaciones... Y el lugar venía siendo, obviamente, por el lugar que se topase allá donde se le acaba la espalda.