Eugénie Grandet (1833) es uno de esos clásicos que llevan como título el nombre de la protagonista/ heroína. Pero como primera discordancia (hoy tengo ganas de ir directa al grano), voy a desvelar un secreto, un hecho más bien, de esta novela. Eugénie, si bien cumple un papel fundamental dentro de esta historia, no es exactamente el personaje principal, sino que la mayor parte de la trama está centrada en su padre, El señor Grandet.
Balzac quiere transmitirnos un claro mensaje con esta historia: qué mala es la avaricia, y qué bajo nos puede hacer caer. Para ello, se vale de un personajillo despreciable, de un hombre que vive como pobre cuando es una de las figuras más poderosas de su provincia, y que tiene un control absoluto, una vigilancia enfermiza sobre cada una de sus pertenencias y ganancias, y por añadido, sobre las de su mujer y su hija, a quienes tiene sometidas a su régimen.
Así, el Señor Grandet consiguió gustarme como personaje, por ser tan terriblemente real. Es la personificación perfecta del avaro, de ese ser miserable con los demás y consigo mismo, que solo busca ganar y ganar con la absurda idea de no disfrutar de su dinero (puaaaaj).
Por su parte, y aunque no toda la obra gire en torno a ella, Eugénie se nos muestra en cierta forma como la antítesis a su padre: ingenua, generosa y enamoradiza; quien da todo por un amor que en realidad no vale ni significa nada, pero que consigue escapar aún así de los valores tan miserables en que ha sido criada.
En resumen, esta es una novelita corta, y a pesar de ser muy a la francesa (que no se me entienda mal; con esto quiero decir que a veces la literatura francesa clásica es un poco más lenta, un pelín más sobria), no se hace pesada. En sí el mensaje es muy bueno y válido, muuuy válido, también para nuestros días.
Porque, ¿quién no conoce a un avaro como el señor Grandet?