Parece que comienza a olvidarse en los 28 países que forman la actual Unión Europea que seis naciones que habían participado en la II Guerra Mundial la fundaron en 1951 para crear intereses comerciales tan profundos que impidieran nuevos enfrentamientos.
El gran poder militar estaba en dos vencedores de aquella guerra, la URSS, que le había impuesto su propio mercado común en los países este-europeos para beneficio soviético, y los EE.UU., que por entonces ayudaba a la reconstrucción de la Europa democrática con su Plan Marshall.
Pero EE.UU. toleraba también las dictaduras anticomunistas, como la de Franco, que tenía vetado el ingreso en naciente el Marcado Común Europeo.
España se adhirió por fin 1986 y enseguida se benefició enormemente de aquella Europa símbolo de paz, libertad y prosperidad.
En 1991 desaparecía la URSS y el sistema con el que oprimía al Este, cuyos países reclamaban luego la adhesión a la antes denigrada “Europa capitalista”.
Las dos guerras europeas, I y II, que sumaron cerca de cien millones de muertos, se produjeron por los nacionalismos y etnicismos, base del fascismo, y por los comunismos, todos ellos movimientos fanáticos, mesiánicos e imperialistas: lo que trataba de evitar la Europa comunitaria.
Pues, atentos y a reflexionar: parece que las elecciones europeas de este domingo nos retrotraen al embrión, aun pequeño, pero vivo, de la situación de las preguerras.
Observemos a vista de pájaro: a un lado, el fracaso relativo de las dos grandes ideologías moderadas, que ahora en España incluyen a UPyD y Ciudadanos, que construyeron esta Europa pacífica y próspera, pese a sus crisis cíclicas.
Al otro, extremismos de izquierdas y derechas, populismos y, junto a nacionalismos expansionistas como en Cataluña, aparecen los chavismos-ayatolaismos como ese Pablo Iglesias, caudillista telepredicador fabricado con técnicas de Gran Hermano y Hay una cosa que quiero decirte.
Vienen tiempos tempestuosos. Hay quienes quieren otras guerras, también las civiles: quizás las consigan.
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SALAS premonitorio