Europa después de la Segunda Guerra Mundial

Publicado el 03 mayo 2015 por Rafael García Del Valle @erraticario
<img src="//i0.wp.com/www.erraticario.com/wp-content/plugins/send-to-kindle/media/white-15.png" alt="" title="" width="" height="" data-recalc-dims="1">Send to Kindle<img src="data:image/gif;base64,R0lGODdhAQABAPAAAP///wAAACwAAAAAAQABAEACAkQBADs=" data-lazy-src="//i2.wp.com/www.erraticario.com/wp-content/uploads/2015/05/german-girl.jpg?resize=850%2C680" alt="german girl" title="" data-recalc-dims="1"><noscript><img src="//i2.wp.com/www.erraticario.com/wp-content/uploads/2015/05/german-girl.jpg?resize=850%2C680" alt="german girl" title="" data-recalc-dims="1"> Las cifras de la Segunda Guerra Mundial son inaprensibles para la mente humana. Se escapan a la escala diaria y hace falta mucha voluntad y esfuerzo de conciencia para llegar a intuir algo del horror que se percibe lejano. M&#225;s lejano si cabe por la manera en que se cuenta la historia al ciudadano de un mundo civilizado: un psic&#243;pata se hizo con el poder en Alemania y, embaucando a las masas, comenz&#243; una guerra despiadada que se extendi&#243; por todo el mundo. Finalmente, el ej&#233;rcito aliado liber&#243; los diferentes pa&#237;ses y, tras el suicidio de aquel enfermo mental el 30 de abril de 1945, el ej&#233;rcito nazi formaliz&#243; la rendici&#243;n el 7 de mayo del mismo a&#241;o. Quedaba a&#250;n la guerra del Pac&#237;fico, pero esa es otra historia y tiene un ep&#237;logo diferente. La realidad es otra a la que cuentan los libros y documentales al uso. Estos se regodean en el mito, y poco m&#225;s. Nada m&#225;s. S&#243;lo en los &#250;ltimos a&#241;os ha comenzado a tratarse con m&#225;s dignidad la verdad de la historia. El nazismo fue la causa de la mayor barbarie que ha conocido Europa, pero su derrota no fue, ni mucho menos, el fin del horror. Porque el horror tuvo muchas m&#225;s causas que la enajenaci&#243;n nazi. O, mejor dicho, una sola causa m&#225;s amplia e invencible: la maldad que aguarda dentro de cada ser humano &#8211;incluidos los lectores de este art&#237;culo&#8212; el momento en que la dejen libre. Tras la gran devastaci&#243;n f&#237;sica y humana de Europa, hay otra que apenas se suele mencionar y que arraig&#243; sobre todo tras el fin del conflicto. En palabras de Primo Levi, la Segunda Guerra Mundial dej&#243; una &#8220;fuerte sensaci&#243;n de que en todas partes estaba presente una maldad irreparable y definitiva, acurrucada en las entra&#241;as de Europa y el mundo, la semilla del da&#241;o futuro&#8221;. La cita de Levi se incluye en el libro de Keith Lowe Continente salvaje. Tras hacer un repaso exhaustivo de todas las cifras habidas y por haber, y se&#241;alar los debates acad&#233;micos y pol&#237;ticos sobre las mismas en busca de la &#8220;precisi&#243;n&#8221; que favorezca a unos y/u otros, de diseccionar por nacionalidad, raza o condici&#243;n los cincuenta o sesenta millones de muertos, cifras que no incluyen &#8211;porque no se les encontr&#243;&#8212; a quienes se desintegraron y fusionaron con los hierros de las ciudades bombardeadas, o incendiadas a conciencia junto a los cultivos y bosques arrasados en la huida &#8211;70.000 pueblos y 1.700 urbes s&#243;lo en el frente sovi&#233;tico, donde ambos bandos emplearon la estrategia de tierra quemada para desabastecer al enemigo, dejando a sus habitantes, los que sobreviv&#237;an, perdidos en una extensi&#243;n yerma, sin siquiera bosques donde refugiarse porque hab&#237;an sido quemados para evitar las emboscadas, donde lo mejor que pod&#237;a pasarle a uno era morirse pronto de hambre porque ninguno de los ej&#233;rcitos era amigo&#8212;; despu&#233;s de hablar de los mil a&#241;os de cultura europea que se evaporaron con sus monumentos y bibliotecas desde el Este al Oeste, de explicar c&#243;mo tres cuartas partes del norte de Francia fueron arrasadas por los aviones aliados para facilitar el desembarco de Normand&#237;a y adyacentes, de que en Grecia murieron 100.000 personas de hambre s&#243;lo en el invierno de 1941-42, a causa del bloqueo brit&#225;nico que no pod&#237;a levantarse para que los alemanes no descubriesen los pasos mar&#237;timos sin minas, etc., etc., etc.; despu&#233;s, en fin, de reconocer que el ser humano es incapaz de sentir tales cifras, Lowe llega a una conclusi&#243;n: Quiz&#225;s la &#250;nica forma de acercarse a la comprensi&#243;n de lo sucedido es dejar de imaginar que Europa es un lugar poblado de muertos, y en cambio pensar que es un lugar que se caracteriza por la ausencia. [&#8230;] la ausencia de aquellos que hab&#237;an ocupado las salas de estar de Europa, sus tiendas, sus calles, sus mercados. Al finalizar la guerra, el continente era un territorio de agujeros y escombros, f&#237;sicos y ps&#237;quicos. Millones de hombres desaparecieron. Europa era un continente de mujeres y de ni&#241;os que s&#243;lo pod&#237;an seguir vivos si se dedicaban al robo y a la prostituci&#243;n. En el verano de 1945, s&#243;lo en la ciudad de Berl&#237;n hab&#237;a 53.000 ni&#241;os perdidos. En 1946, las ciudades de Roma, N&#225;poles y Mil&#225;n sumaban 180.000 ni&#241;os vagabundos. Cifras imposibles de nuevo por todas partes. Basta elegir cualquier rinc&#243;n del continente, porque todos eran iguales, ruinas sin agua ni electricidad, sin paredes de verdad, s&#243;tanos si hab&#237;a suerte. Y entre tanta piedra y hierro retorcido, el deambular aterrado de mujeres, ni&#241;os, viejos, lisiados y un pu&#241;ado de sanos buscando protecci&#243;n frente a una horda de cuarenta millones de desplazados que ahora regresaban a sus hogares. Esas cuarenta millones de personas hab&#237;an sido obligadas a trasladarse a ciudades desconocidas durante la guerra para servir en industrias o campos y dem&#225;s parafernalia b&#233;lica. Ahora, se repart&#237;an por carreteras &#8220;demasiado deterioradas para darles cabida&#8221; sin que las autoridades pudieran controlarlas. Desconfiaban de la poblaci&#243;n local despu&#233;s del trato que les hab&#237;an dado sus guardianes alemanes, y la poblaci&#243;n local tem&#237;a hasta la histeria a aquellos grupos descontentos y tocados por la guerra. Su &#250;nica posibilidad de sobrevivir era &#8220;saqueando y robando tiendas, almacenes y granjas a lo largo del camino&#8221;. Enjambres de refugiados que hablaban 20 idiomas distintos se vieron obligados a gestionar una red de transporte que hab&#237;a sido bombardeada, sembrada de minas y abandonada debido a seis a&#241;os de guerra. Se reun&#237;an en ciudades que los bombardeos aliados hab&#237;an destruido por completo y en las que no hab&#237;a alojamiento ni siquiera para la poblaci&#243;n local, y mucho menos para la enorme afluencia de reci&#233;n llegados. Y en todos aquellos rincones de Europa ocurri&#243; lo mismo meses y a&#241;os despu&#233;s de que el psic&#243;pata se hubiera suicidado y mientras los l&#237;deres del mundo libre organizaban oficialmente la paz: &#8230;las mujeres y los ni&#241;os fueron tratados como bot&#237;n de guerra. Fueron esclavizados de un modo que no se hab&#237;a visto en Europa desde la &#233;poca del Imperio romano. Pero eso ya no fue cosa de civiles, sino de soldados. Los ej&#233;rcitos aliados liberaron el territorio, las ciudades, los pueblos, pero no salvaron a la poblaci&#243;n del sufrimiento. Al contrario, mostraron cu&#225;n profunda puede ser la ruina del alma humana. No hubo ninguna empat&#237;a hacia los ciudadanos de los territorios liberados. Los soldados del Ej&#233;rcito Rojo violaron por sistema a las mujeres que se les cruzaban en su camino hacia Berl&#237;n. Los soldados brit&#225;nicos y americanos, tambi&#233;n, aunque quiz&#225;s los estudios dir&#225;n que menos. La raz&#243;n es que ten&#237;an un recurso m&#225;s &#8220;civilizado&#8221; que les faltaba a los sovi&#233;ticos: el chantaje; sexo a cambio de las raciones que estaban destinadas a la poblaci&#243;n pero que, a causa de la degradaci&#243;n moral que sucede a toda cat&#225;strofe en cualquier tiempo y lugar, se desviaba hacia el mercado negro. Los occidentales siempre han sabido c&#243;mo someterse a las leyes del mercado para evadir responsabilidades. En octubre de 1943, Norman Lewis, de la Secci&#243;n 91 de la Seguridad Zonal Brit&#225;nica, lleg&#243; a una plaza de las afueras de N&#225;poles, reci&#233;n liberada por el ej&#233;rcito aliado. All&#237; hab&#237;a un cami&#243;n lleno de provisiones estadounidenses, y un enjambre de soldados se estaba llenando las manos con latas para precipitarse acto seguido y en completo desorden en un edificio municipal. Lewis les sigui&#243; y anot&#243; en su diario, seg&#250;n lo reproduce Lowe: Hab&#237;a una fila de se&#241;oras sentadas a intervalos de un metro m&#225;s o menos con la espalda apoyada en la pared. Esas mujeres estaban vestidas con ropa de calle y ten&#237;an el aspecto normal del ama de cada casa de clase trabajadora limpia y respetable, que hace la compra y chismorrea. Al lado de cada mujer se alzaba un montoncito de latas, y enseguida se hizo evidente que era posible hacer el amor con cualquiera de ellas en aquel lugar p&#250;blico a&#241;adiendo otra lata al mont&#243;n. Las mujeres se manten&#237;an muy quietas, no dec&#237;an nada, y sus rostros eran tan inexpresivos como m&#225;scaras. Podr&#237;an haber estado vendiendo pescado, salvo que ese lugar carec&#237;a de la emoci&#243;n de una lonja. No hab&#237;a gestos expl&#237;citos, ni insinuaciones, ni incitaci&#243;n, ni siquiera la exhibici&#243;n m&#225;s discreta y fortuita de la carne. Los soldados m&#225;s audaces avanzaban a empujones hacia delante, las latas en la mano, pero ahora, ante estas proveedoras de la familia que vienen aqu&#237; impulsadas por sus despensas vac&#237;as, parec&#237;an flaquear. Una vez m&#225;s, la realidad se impuso al sue&#241;o, y cundi&#243; el des&#225;nimo. Hubo algunas risas de verg&#252;enza, chistes que no hicieron gracia, y una tendencia visible a escabullirse discretamente. Al final, un soldado un poco achispado, azuzado todo el tiempo por sus amigos, puso su lata de v&#237;veres al lado de una mujer, se desabroch&#243; y se sent&#243; sobre ella. Inici&#243; un movimiento lento de caderas y no tard&#243; en acabar. Un momento despu&#233;s estaba de pie abroch&#225;ndose de nuevo. Fue algo para olvidar lo antes posible. Pod&#237;a haber estado entreg&#225;ndose a un castigo en vez de a un acto de amor. Aquellos soldados hab&#237;an sido una vez ciudadanos corrientes, trabajadores y granjeros que viv&#237;an en ciudades y pueblos de los pa&#237;ses m&#225;s civilizados del mundo. No eran psic&#243;patas. La experiencia de la muerte despert&#243; en muchos &#8220;un placer perverso, incluso una euforia, ante su propia ruptura de los c&#243;digos morales&#8221;. En toda Europa, millones de personas hambrientas estaban dispuestas a sacrificar todos los valores morales en aras de su siguiente comida [&#8230;] de modo que un soldado brit&#225;nico pod&#237;a decir de la mujer alemana que dorm&#237;a con &#233;l, le hac&#237;a la compra y remendaba su ropa que &#8220;Era como mi esclava&#8221;. Pero las violaciones no fueron un fen&#243;meno exclusivo de las regiones devastadas por el combate. En Reino Unido, por ejemplo, &#8220;los delitos sexuales, entre ellos la violaci&#243;n, aumentaron casi un 50% entre 1939 y 1945&#8221;. Incluso los pa&#237;ses neutrales, como Suecia y Suiza, experimentaron un aumento de actividades delictivas relacionadas con el robo y la violencia. Y, en los territorios de combate, tampoco fue un asunto exclusivo de los soldados. El asesinato, el robo y la vejaci&#243;n de mujeres y ni&#241;as se convirtieron en parte de la rutina. No hab&#237;a castigo, y muchos se complac&#237;an en ello: &#8230;cuando uno de los corresponsales de guerra compa&#241;ero de Vasili Grossman viol&#243; a una chica rusa que lleg&#243; a sus habitaciones escapando de la turba de soldados borrachos que hab&#237;a fuera no lo hizo porque fuera un monstruo, sino porque fue incapaz de &#8220;resistir la tentaci&#243;n&#8221;. Tras la guerra, en Viena, los registros m&#233;dicos se&#241;alan 87.000 mujeres violadas. En muchos casos, eran violaciones en serie, de diez a veinte soldados por turno que dejaban a la v&#237;ctima moribunda; en otros casos, como en Prusia, las j&#243;venes eran retenidas en cuarteles donde se las violaba de sesenta a setenta veces al d&#237;a. El acoso dur&#243; hasta finales de 1948. Una generaci&#243;n completa de j&#243;venes alemanas aprendieron a pensar que era del todo normal acostarse con un soldado aliado a cambio de una tableta de chocolate. [&#8230;] En Hungr&#237;a hab&#237;a decenas de chicas de tan s&#243;lo trece a&#241;os que ingresaban en el hospital aquejadas de enfermedades ven&#233;reas. En Grecia se registraron casos como &#233;sos en ni&#241;as de s&#243;lo diez a&#241;os. Aquellos a quienes los gobiernos aliados llamaron su &#8220;mejor generaci&#243;n&#8221;, los h&#233;roes que acabaron con el nazismo, fueron, muchos de ellos, &#8220;ladrones, saqueadores y maltratadores de la peor especie. Cientos de miles de soldados aliados, sobre todo los del Ej&#233;rcito Rojo, eran tambi&#233;n violadores en serie&#8221;. Despu&#233;s de su servicio militar, estos hombres se diluyeron de nuevo en la comunidad de Europa, pero tambi&#233;n regresaron a Canad&#225;, Am&#233;rica, Australasia y otros pa&#237;ses de todo el mundo. El efecto, si lo hubo, que estos hombres tuvieron sobre las actitudes hacia las mujeres en sus propios pa&#237;ses despu&#233;s de la guerra podr&#237;a ser objeto de un estudio muy interesante. La degeneraci&#243;n no se redujo a las cuestiones personales. Dice Lowe que algunas de las peores atrocidades de la guerra no tuvieron nada que ver con el territorio, &#8220;sino con la raza o la nacionalidad&#8221;. La Segunda Guerra Mundial fue un burbujeo de conflictos locales en que se aprovech&#243; para solventar rencillas hist&#243;ricas. Los ucranianos asesinaron a los polacos, los rusos quer&#237;an matar de hambre a todos los ucranianos y bielorrusos, los b&#250;lgaros se cebaron con los griegos que encontraban a su paso; de ser por los h&#250;ngaros, no habr&#237;a quedado un serbio vivo. Al finalizar la guerra, estos conflictos no murieron. Se taparon. Para los comunistas de toda Europa, incluida la intelectualidad de franceses tan admirados por la progres&#237;a, el terror era la gran oportunidad para que los oprimidos del mundo iniciaran la revoluci&#243;n definitiva, otra de tantas. Atizaron el odio, avivaron la violencia en una Europa que ya no pod&#237;a m&#225;s. El ambiente de ira y rencor que impregnaba toda Europa inmediatamente despu&#233;s de la guerra era el entorno perfecto para agitar la revoluci&#243;n. Por muy violento y ca&#243;tico que fuera, los comunistas no lo consideraban una lacra, sino una oportunidad. [&#8230;] Amplios sectores de la poblaci&#243;n culpaban a sus gobernantes de haberles arrastrado a la guerra por encima del abismo. Despreciaban a los empresarios y a los pol&#237;ticos por colaborar con el enemigo. Y, cuando gran parte de Europa se hallaba al borde de la inanici&#243;n, odiaban a todos los que parecieran haber salido de la guerra en mejores condiciones que ellos. Si los trabajadores hab&#237;an sido explotados antes de la guerra, la explotaci&#243;n durante la misma lleg&#243; a su punto m&#225;ximo [&#8230;] el movimiento no s&#243;lo atra&#237;a por ser una alternativa alentadora y radical a los pol&#237;ticos anteriores desprestigiados, sino que adem&#225;s les daba la oportunidad de descargar toda la ira y el rencor que hab&#237;an acumulado durante estos a&#241;os terribles. El odio fue la clave del &#233;xito del comunismo en Europa, como ponen de manifiesto infinidad de documentos que instan a los activistas del partido a fomentarlo. Y, por supuesto, los nacionalistas no se quedaron atr&#225;s. La limpieza &#233;tnica era un sue&#241;o en aquellas condiciones. Si fracasaron en el empe&#241;o, fue porque el inicio de la Guerra Fr&#237;a impon&#237;a otras prioridades y les obligaba a estarse quietecitos. Se llev&#243; a cabo un programa de expulsiones y realojamientos que separ&#243; a las diferentes etnias entre s&#237;. Luego, se dio por zanjado el asunto. Pero el odio y la degradaci&#243;n nunca abandonar&#237;an Europa, como las generaciones que no conocieron la guerra pudieron comprobar de primera mano en los a&#241;os 90, cuando revent&#243; Yugoslavia; como se puede observar ante el auge de nuevos partidos de ultraderecha que no se enteran de nada porque viven de la irracionalidad m&#225;s asilvestrada, y que son contestados por una nueva ola de izquierda radical que habla, a pesar de sus presuntas novedades, con la boca pastosa de sus antepasados, que no ha le&#237;do nada nuevo porque se cree, ingenua, que todav&#237;a sirven los discursos amarilleados de sus viejas glorias, a las que el fracaso ha convertido en m&#225;rtires. En medio, la satisfacci&#243;n de aquellos que viven anestesiados por el bienestar, creyentes del mito de una Europa civilizada cuyos pa&#237;ses lucharon unidos contra el fascista, la extirpada ra&#237;z del mal. Al menos, esa ilusi&#243;n permiti&#243; el intento de una uni&#243;n europea que ha perdido sus may&#250;sculas ante la realidad. Aqu&#237;, lo &#250;nico verdadero y ajeno a los mitos es que el ser humano, as&#237; tomado de uno en uno, sigue siendo, como dir&#237;a un ilustre reportero de guerra, un perfecto hijo de puta. Si hab&#233;is nacido en un pa&#237;s y en una &#233;poca en que no s&#243;lo nadie viene a mataros a la mujer y a los hijos sino que, adem&#225;s, nadie viene a pediros que mat&#233;is a la mujer y a los hijos de otros, dadle gracias a Dios e id en paz. Pero no descart&#233;is nunca el pensamiento de que a lo mejor tuvisteis m&#225;s suerte que yo, pero que no sois mejores. Pues si ten&#233;is la arrogancia de creer que lo sois, ah&#237; empieza el peligro. Nos gusta eso de oponer el Estado, totalitario o no, al hombre vulgar, chinche o junco. Pero nos olvidamos entonces de que el Estado se compone de hombres, m&#225;s o menos vulgares todos ellos, cada cual con su vida, su historia, la serie de casualidades que hicieron que un d&#237;a se encontrara del lado bueno del fusil o de la hoja de papel, mientras que otros se encontraban del lado malo. Muy pocas veces ha escogido uno ese itinerario, ni siquiera hay una predisposici&#243;n a seguirlo. A las v&#237;ctimas, en la inmensa mayor&#237;a de los casos, nunca las torturaron o las mataron porque eran buenas, y sus verdugos no las torturaron porque fuesen malos. (Jonathan Littel, Las ben&#233;volas)</span>