Artículo publicado en EL CORREO. Abril 2017. Javier Madrazo
Este año se cumple el 60 aniversario de la firma del Tratado de Roma, un acuerdo clave para la creación de una Europa más unida y próspera, defensora de valores como son, entre otros, la igualdad, la solidaridad y la convivencia. Grandes expectativas, sin duda alguna, que lamentablemente se han visto frustradas. La conmemoración de esta efemérides no ha podido tener un sabor más amargo. Los discursos y llamamientos lanzados por los Gobiernos de los Estados miembros, defendiendo con poco éxito un proyecto en sus horas más bajas, se han enfrentado a la realidad del Brexit, el auge de las ideologías de extrema derecha, el empobrecimiento crónico de las clases medias y populares, la crisis de las personas refugiadas y la desconfianza, cuando no el rechazo explicito, de la ciudadanía, a la que deberían representar.
Europa se enfrenta a un futuro lleno de incertidumbres, derivado, en gran medida, de la incapacidad demostrada por sus gestores para responder satisfactoriamente a las necesidades y aspiraciones de las personas que la integran. La unidad económica y monetaria, el banco único, la defensa basada en el militarismo impuesto por la OTAN y la ausencia de un control democrático sobre las decisiones adoptadas en Bruselas o Estrasburgo, se han convertido en el verdadero fundamento de la Unión Europea, y están en el origen de la pérdida de legitimidad de unas instituciones y un modelo, que no han mostrado ninguna sensibilidad ante dramas como el paro, los recortes sociales, el racismo o el cambio climático.
Los desafíos que amenazan a Europa en el corto plazo se agravan día a día, sin que sus responsables sepan cómo abordarlos de un modo proactivo y eficaz. Parece difícil concluir que quienes nos han conducido al abismo puedan ahora salvarnos de la debacle que se intuye. El terrorismo yihadista, la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump, las tendencias centrífugas que cobran fuerza en cada vez más países, la desafección creciente de la ciudadanía europea hacia un proyecto compartido o las amenazas que se proyectan sobre las próximas elecciones en Francia y Alemania son razones suficientes para la preocupación y el desasosiego . La radicalización de grupos islamistas asentados en el corazón de Europa alimentan los posicionamientos más xenófobos, en una espiral peligrosa, que parece no tener fin. En este contexto, solo cabe preguntarse si hay una solución viable y útil que nos ayude a repensar y reformular el concepto Europa.
La respuesta no es fácil. Las instituciones de la UE son percibidas como una estructura opaca, ajena a las preocupaciones de la ciudadanía, dirigida por élites que actúan como un ejército fiel al servicio del neoliberalismo más feroz. Las fuerzas de la derecha y del centro hacen suyos planteamientos del populismo más reaccionario en un intento por preservar su espacio y evitar la pérdida de votos, en una estrategia fallida que termina por fortalecer la posición política de figuras como Le Pen o Wilders, entre otros. La izquierda, por su parte, no tiene un relato convincente y compartido sobre la Unión Europea, más allá de una posición crítica, que no logra articular una alternativa creíble con opciones de ser socializada.
Son muchas las voces que alertan sobre los efectos perniciosos del capitalismo y la urgencia de promover un cambio del modelo de desarrollo, que tenga como prioridad atender los requerimientos de las personas. Me refiero a derechos fundamentales como son el empleo, la educación, la sanidad, la vivienda, un sistema digno de pensiones y un medio ambiente sano. Hablamos, en definitiva, de aspectos clave que contribuyen a una vida más plena y feliz. Soñamos, en su día, especialmente en España tras cuarenta años de dictadura, con una Europa más democrática, más justa y más solidaria, y ahora sentimos decepción, frustración y desapego. Incluso los representantes de los Estados miembros de la Unión saben que, sin la adhesión ciudadana, Europa se resquebraja. Sin embargo, siendo esto verdad, no son capaces de planificar una hoja de ruta que nos permita salir del atolladero en el que nos encontramos. Las fuerzas neoliberales no muestran propósito sincero de enmienda, presionadas además por el avance la extrema derecha, y la izquierda, debilitada en el contexto europeo, no puede ejercer la influencia deseada. Parece evidente que este escenario no invita al optimismo. La revolución tecnológica y la globalización, al menos en los próximos diez años, destruirán más empleo de los que crearán y la desigualdad continuará creciendo, profundizando la brecha social.
Por ello, resulta prioritario que las fuerzas de la izquierda alternativa y transformadora sumen voluntades para definir una alternativa efectiva, plural y unitaria , desarrollando un nuevo relato sobre Europa, que se centre en recuperar sus señas de identidad originarias. Un proyecto que ilusione , movilice y confronte con el modelo hegemónico de la derecha , que cuenta con la colaboración inestimable de la mal llamada socialdemocracia, que se ha reducido a hacer del espacio europeo un gran mercado ,sostenido por un entramado institucional con grandes déficits democráticos, y que aplica sobre los estados más débiles la tiranía del austericidio. Pienso en una Europa más democrática, que escuche a sus habitantes, establezca cauces de participación y fije como criterios de funcionamiento la transparencia y la ética; una Europa más social, que fije una carta de derechos sociales y laborales vinculante, que establezca políticas fiscales progresivas y mecanismos reales de redistribución , que combata las causas que explican el empobrecimiento de la población, luche contra la injusticia y los abusos, y garantice políticas que favorezcan el bienestar y calidad de vida de la población; una Europa más solidaria, que integre a las personas inmigrantes, acoja a quienes buscan refugio huyendo del hambre y de las guerras y haga de la diversidad un factor de enriquecimiento; una Europa más plural, que reconozca el derecho a decidir de pueblos como Euskadi, Catalunya o Escocia, entre otros. En definitiva, como decía José Saramago, “sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir”. Aprendamos la lección.
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