Una aproximación a la cronología de Eurovisión nos llevaría a Lugano (Suiza) en el año 1956. Allí se celebró con siete países la primera edición del Festival de la Canción: Francia, la República Federal Alemana, Italia, Bélgica, Países Bajos, Suiza y Luxemburgo compitieron por un premio que se llevaría el próximo Estado anfitrión. La Unión Europea de Radiodifusión decidió organizar con los países en los que operaba un concurso musical que se retransmitiera a la vez en todos ellos. El objetivo oficial era impulsar la reconstrucción de la convivencia de Europa occidental tras la II Guerra Mundial. Sin embargo, el verdadero germen de Eurovisión se coció en París en el Palacio de Chaillot en 1948. La desclasificación de 23.000 documentos de la OTAN el pasado 2015 revelaba el papel que esta organización militar jugó en la conceptualización, programación y en la organización misma de este concurso musical.
En las actas del Comité de Información y Relaciones Culturales de la OTAN se plasma la relevancia propagandística de este festival para el bloque occidental. En un acuerdo con la BBC, a la que también le interesaba retransmitir un programa de estas características, se concretan los pormenores de la organización del festival —que en los documentos se denomina “Festival del Atlántico Norte”—: indicaciones técnicas, financieras y hasta sugerencias de programación. Incluso se establece la mala imagen que puede dar el reparto de folletos propagandísticos de la OTAN durante el concurso y se determina que es mejor que el espectáculo actúe como propaganda indirecta.
Con unas posiciones estratégicas inamovibles en el Viejo Continente, la guerra entre capitalismo y comunismo debía encontrar otros frentes por los que conquistar su superioridad. La guerra de las galaxias era uno, pero la radiodifusión y las comunicaciones eran igual de importantes; Eurovisión era un festival emitido en directo y retransmitido simultáneamente en muchos países, toda una muestra de músculo tecnológico y cultural. Comenzaba así la Historia de este espectáculo, cuya trascendencia rebasó desde el principio lo puramente musical.
Para ampliar: “Voces europeas y geopolítica: un recorrido por la historia de Eurovisión”, podcast de El Orden Mundial, 2017
Escenarios y pantallas de confrontación
Los primeros años fueron de conformación del festival: empezaron a participar más países y se redujo el número de actuaciones hasta llegar a una por país. En algunas ocasiones la cita anual se convirtió en una verdadera plataforma para el éxito de los artistas; quizá el mayor hit de la Historia de Eurovisión sea “Nel blu dipinto di blu (Volare)”, interpretada por Domenico Modugno en 1958.
Aunque logró reunir a las familias de Europa occidental alrededor de la televisión, su fuerza como representación del panorama musical de la época dejaba que desear. Mientras que los 50 y 60 eran los años del rock n’ roll y los 70 del punk, las actuaciones del Festival de la Canción parecían sacadas de un universo paralelo. Su objetivo era un público familiar; quería construir una comunidad de televidentes por el subcontinente que sintonizase la televisión y se emocionase. Sin embargo, que Eurovisión funcionase como máquina propagandística dentro del bloque occidental era importante, pero su mirada estaba puesta sobre todo en el vecino soviético. Y en ese terreno estaba alcanzando sus metas sobradamente.
Aunque se prohibía su retransmisión en el bloque oriental, las antenas de muchos países limítrofes lograban captar las ondas y se veía de forma clandestina en países como República Democrática Alemana, Estonia o Polonia. El éxito del evento allí, indudablemente engrosado por su carácter prohibido, llevó a la creación de un festival propio. Así nacía en 1961 en Gdansk (Polonia) el Festival Internacional de la Canción de Sopot, más adelante conocido como Festival de Intervisión. Su imagen era un popular músico y superviviente del Holocausto, Władysław Szpilman, a quien muchos ponen la cara del actor Adrien Brody por su interpretación de Szpilman en El pianista. Los responsables de Sopot/Intervisión investigaban las claves del éxito de Eurovisión para tratar de replicarlas en el bloque soviético. Incluso se escogían y estudiaban algunos artistas populares al otro lado del telón con la intención de clonarlos a la soviética.
Parecía que Intervisión estaba destinada a ir siempre un paso por detrás, pero en una cuestión se adelantó a su homólogo occidental: para elegir las canciones ganadoras y darle un componente participativo al concurso, se puso en marcha una fórmula para que el público votara desde sus casas las mejores actuaciones. Al no tener teléfono todas las familias, se pedía al público que a la hora de votar a favor de un artista encendiera las luces en casa y, si no les había gustado, que las apagaran. Las eléctricas retransmitirían esa información a los organizadores y así se lograba un componente de interactividad con la audiencia. Aunque se ha dudado de la fiabilidad de este sistema de puntuación, era de base más participativa y los resultados de la competición muestran una dirección menos política que la de Eurovisión. Intervisión viviría buenos momentos y en él llegarían a participar numerosos países no pertenecientes a la influencia soviética y alejados geográficamente; asimismo, invitó a artistas del bloque occidental de la talla de Charles Aznavour, Chuck Berry, Johnny Cash o Petula Clark.
Aunque Eurovisión gozaba de una mejor prensa entre los jóvenes del este por su carácter opositor al régimen soviético, en parte Intervisión murió de éxito. La atención que recibía en todo el bloque trató de ser utilizada por grupos opositores en Polonia, especialmente el sindicato Solidaridad. Las huelgas de los 80 buscaron ganar una mayor repercusión sirviéndose de la plataforma mediática de Sopot, un arma de doble filo que Moscú no supo gestionar en aquellos años. El festival dejaría de celebrarse en 1980; Sopot se reanudaría en 1984, mientras que Intervisión no volvería hasta 2008. Un año después el presidente ruso, Vladímir Putin, propondría recuperarlo; con la cancelación de Sopot y la victoria en Eurovisión de la drag queen Conchita Wurst en 2014, se planearon nuevas ediciones de Intervisión para ese año y el siguiente, que nunca llegaron a celebrarse.
Para ampliar: “La diplomacia de las seis cuerdas: rock contra la URSS”, Fernando Arancón en El Orden Mundial, 2017
Anecdotario eurovisivo
Aunque los niveles de audiencia y seguimiento de Eurovisión cambian de país a país y van por épocas, no cabe duda de que se trata de un escenario único para mandar un mensaje político. Desde su nacimiento, el festival se conformó como una máquina de propaganda para emitir un mensaje que llegara de forma simultánea a millones de espectadores. Se trata de una plataforma diplomática y cultural única, pero es, sobre todo, una arena de confrontación de poderes.
Si bien se prohíben las letras con mensajes políticos, este acontecimiento musical se ha configurado como un canal ideal para ellos, algo que puede ejemplificarse con múltiples anécdotas. Sin duda, la victoria comprada de España en 1968 con Massiel tras rechazarse la versión en catalán de Joan Manuel Serrat era un movimiento clave en aquellos años. El que había sido tachado de régimen fascista y aliado de los países del Eje se convertía en un aliado de la OTAN. Además de ceder enclaves estratégicos importantes a la Alianza, servía como contención anticomunista en el continente. Había que ofrecer un apoyo público al régimen y la mejor manera era celebrar este hito cultural en suelo español.
No parece tampoco dejada a la casualidad la victoria de Dana en 1970. En plena época de The Troubles en Irlanda del Norte, una joven irlandesa católica que vivía en Derry, una de las ciudades más afectadas por los enfrentamientos, regresaba a casa como ganadora. Lo mismo ocurriría con “Ein bisschen Friede”, ‘un poco de paz’, petición que hacía la alemana Nicole en 1982 con el recrudecimiento de las tensiones durante la segunda Guerra Fría. Por su parte, Armenia presentaba la canción “Face the Shadow” en las semifinales de 2015, coincidiendo con el centenario del genocidio armenio, algo que Turquía consideró una clara alusión política y la llevó a solicitar su descalificación.
Otras rencillas no se mostraban en escena. Cuando Israel ganó en 1979 y le tocaba organizar el festival al año siguiente, alegó falta de recursos para no organizarlo y terminó por no participar en 1980. Los organizadores, como respuesta, invitaron en esa edición a dos países musulmanes, Marruecos y Turquía. En 1998 tiene lugar otro hecho relevante para la Historia del festival relacionado con Israel: la victoria de Dana International en representación del país supone un antes y un después en muchos sentidos. En primer lugar, se trata de la primera persona trans que gana Eurovisión; el seguimiento de tantas personas LGTB por fin se veía reflejado en una victoria. Pero además pueden destacarse dos aspectos: si bien el avance de los derechos LGTB en Israel tardaría algo en llegar, la potencia de esta herramienta de soft power sería utilizada más adelante por el país en su estrategia de pinkwashing.
Para ampliar: “Los homonacionalismos”, podcast en Julia en la Onda, 2017
La publicidad que da una retransmisión de estas características va más allá de las actuaciones en directo de la final. Bien lo sabían los georgianos cuando se presentaron en 2009 con la canción “We Don’t Wanna Put In” con un claro objetivo de provocar a Rusia tras el conflicto en Osetia del Sur. Aun a sabiendas de que iban a ser descalificados por ser demasiado políticos, su denuncia se veía recompensada con polémica y visibilidad.
Europa a la carrera
De doce se pasa a diez; de diez, a ocho. Desde los ocho puntos ya se van repartiendo en números sucesivos a los países correspondientes. El sistema de votación en el festival de la canción ha cambiado a lo largo de su Historia, como también su normativa —número de músicos, música enlatada con banda en directo, minutos de duración de las canciones, etc.—. Hace no tanto era decisión de un jurado de expertos conformado en cada país exclusivamente, pero desde 1997 se introdujo el televoto en algunos países y esta práctica se fue extendiendo. Hoy la puntuación la da una parte el jurado y otra el televoto, un método sumamente lucrativo para las televisiones. Para darle más emoción, desde hace un par de años se separan los puntos correspondientes al jurado —doce al que tenga más votos, diez al segundo, ocho al tercero…— y los del televoto —que sigue esa misma secuencia—.
Una de las mayores quejas de muchos televidentes es la votación en bloques de los últimos años. Existen grupos de países que se otorgan puntos unos a otros casi de manera automática —véanse los países escandinavos o los Balcanes—. Paradójicamente, los países de la antigua Yugoslavia echaron pulsos eurovisivos durante las guerras posteriores, pero hoy se votan entre sí; este hecho puede llevarnos a la conclusión de que las votaciones en bloque son, al contrario de lo que pueda parecer a primera vista, culturales y no solo políticas.
Por otro lado, está la cuestión de los Big Five, los cinco países que pasan automáticamente a la final por ser los que más aportan a la Unión Europea de Radiodifusión: Italia, Francia, Alemania, España y Reino Unido. Este hecho es criticado por algunos países, como Turquía, que alegó este motivo para no presentarse al festival en 2013 y en años sucesivos. Con todo, hay quienes apuntan que estar entre los cinco grandes es casi una maldición en vista de sus resultados en los últimos años.
Salvo excepciones, las grandes polémicas se han enmarcado alrededor del eje este-oeste desde comienzos del siglo XXI. Los 90 fueron años de despliegue para los países de Europa oriental; muchos de los recién creados vieron en Eurovisión una oportunidad única para desarrollar su agenda en cuatro puntos claves: para mostrar músculo nacional, como estrategia de acercamiento a Europa y la OTAN, como reivindicación frente a Moscú y, finalmente, como fórmula de diplomacia cultural para lograr alianzas.
En los últimos años, la verdadera protagonista de Eurovisión ha sido la tensión entre Ucrania y Rusia. La canción “Shine”, presentada por Rusia en 2014, sería contestada por “1944”, ganadora en 2016, sobre la deportación de los tártaros de Crimea. En 2017 Ucrania prohibió la entrada a la cantante Yulia Samoilova, que representará a Rusia este 2018. Todo un partido de tenis en el que ahora la pelota está en el campo de Putin.
Para ampliar: “Eurovision 2017: What is making Europe’s annual song contest so political?”, Damien Sharkov en Newsweek, 2017
Más allá de confrontaciones y polémicas, a Eurovisión ya le han salido hermanos. A la creación en 2012 del Festival Televisivo de la Canción de la Unión Asia-Pacífica de Radiodifusión y el anuncio de otro festival en Asia-Pacífico bajo la etiqueta oficial —coloquialmente conocido como Asiavisión— los ha seguido entre 2013 y 2015 la celebración de Turkvisión entre países túrquicos. Por razones musicales, pero sobre todo por su utilidad como indicador de las tensiones políticas, no queda más que animar a otros continentes a sacar un espíritu festivalero que asista en sus análisis a los internacionalistas.
Para ampliar: The Secret History of Eurovision (documental), Stephen Oliver, 2011
Eurovisión, geopolítica en antena fue publicado en El Orden Mundial - EOM.