En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»
“Dios amó tanto al mundo...”
Jesús continúa: “Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que ninguno de los que creen en él se pierda, sino que tengan la vida eterna.” Esto es un signo del amor de Dios... ¿Cómo pudo decir: -Dios ha dado a su Hijo único? Es evidente que la divinidad no puede sufrir. No obstante, gracias a su unión, la humanidad y la divinidad de Jesús son uno. Por esto, aunque sólo el hombre sufre, todo lo que toca a su humanidad se atribuye también a su divinidad...
San Pablo, para mostrar esta grandeza de la pasión, dice: “Si lo hubieran conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria.” (cf 1Cor 2,8) Quiere revelar, dando este título a Jesús, la gloria de su pasión. Del mismo modo, Nuestro Señor, para mostrar la riqueza de su amor a través de los sufrimientos padecidos, declara muy acertadamente: “Dios ha dado a su Hijo único.”
Teodoro de Mopsueste (hacia 428) obispo de Mopsueste en Cilicia, teólogo