Estos tiempos de crisis no son adecuados para planificar grandes viajes. Pero siempre es posible agarrar el propio automóvil y hacer unos cuantos kilómetros hasta Portugal, el acogedor país vecino, al cual tenemos tan olvidado, a pesar de que ellos siguen nuestra actualidad (bueno, más bien la actualidad de nuestra liga de fútbol) a todas horas.
Realicé la entrada a Portugal desde Extremadura, para evitar a las hordas que a primeros de mes sin duda se dirigían desde Sevilla a las playas de Huelva. Fue todo un acierto, pues apenas encontré tráfico en todo el camino y la distancia fue cubriéndose de manera muy amena.
Así pues, el viajero que se dirige hacia Lisboa desde la frontera de Badajoz va a encontrar a medio camino la hermosa ciudad de Évora, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La primera impresión que transmite Évora al viajero es la de ser una ciudad tranquila y provinciana, como si descansara de una agitada historia de siglos. Entre sus iglesias y monumentos sobresalen los restos de un templo romano del siglo III, que debió tener bastante importancia en la época, observando sus espectaculares dimensiones.
Caminando desde el templo, en dirección al monumento que más me atraía del conjunto, la Capella dos Ossos, situada en la Iglesia de San Francisco, se atraviesan calles estrechas jalonadas de palacios pertenecientes a la Edad Moderna, que desembocan en la hermosa Praça de Giraldo, centro neurálgico de la ciudad.
Lo más singular de Évora, lo que el viajero de paso no debe perderse en ningún caso, es la mencionada Capilla de los Huesos. Su origen se remonta al siglo XVIII, cuando una catástrofe, la explosión de uno de los depósitos de municiones de la ciudad a causa de un rayo, acabó con más de la mitad de la población. Haciendo gala de un macabro sentido del humor, la capilla que los homenajea se construyó empleando el material de sus propios huesos, con lo cual el visitante se encuentra de pronto inmerso en uno de los cementerios más extraños del mundo. Y aún más desconcertado cuando acaba de leer las palabras que le han recibido en el arco de la puerta: "Nosotros los huesos que aquí estamos, a los vuestros esperamos".
Sin duda toda una muestra de humor negro, a la que el visitante no sabe si responder con una sonrisa y una profunda reflexión acerca del sentido de la existencia y sobre nuestra verdadera naturaleza. La sabiduría de quienes ya no tienen nada que perder y nos recuerdan la brevedad de nuestra existencia.
La arquitectura interior de la capilla, como el lector puede imaginarse, es macabra. No puede ser de otra manera con semejantes materiales de construcción. Los cráneos, tibias y demás huesos se alinean en una rara armonía que podría parecer hermosa en otras circunstancias. Pero cuando uno piensa que una vez, hace mucho tiempo, dichos huesos gozaron del soplo de la vida, como los nuestros en la actualidad, una leve desazón invade el alma.