En Chile, Reino Unido, Grecia: altercados. Los gobiernos, la prensa, la opinión pública dicen: son unos vándalos, unos criminales, unos enfermos. Se pide mano dura, represión. No hay voluntad ni interés en comprender, en indagar las razones: el inmenso sufrimiento aletargado y al fin despierto que moviliza a toda esa gente. No son fanáticos. Su anarquismo es hermoso. Su "violencia" es creativa. Han aguantado demasiado. Les ha sido robada la misma vida. "El País", ese medio necesitado de licencia gubernamental, pedía el otro día en su editorial mano dura contra los indeseables para salvaguardar lo que llama Estado de Derecho. En ese mismo editorial no se decía que ese Estado de Derecho había asesinado a balazos a un joven negro, y que eso ha sido el detonante inmediato de los disturbios en Gran Bretaña. ¿Para qué? El gran Moloch necesita inmolar de vez en cuanto alguna víctima, computada como daño colateral. Si es inmigrante y pobre, mejor.
Mientras tanto, aquí, en esta imitación de burdel cuyas meretrices son funcionarios del Estado travestidos de partidos políticos y sindicatos, seguimos anestesiados, atrapados en la mentalidad escolarizada, en la obediencia pactada, intocable, profiláctica. Los disturbios son violencia inasumible, la "violencia" es tabú. Otros pueden asesinar, dejar a la gente sin hogar, especular para intentar derribar países enteros, privatizar lo que sea privatizable. Otros someten a una muerte lenta a cientos de miles de ciudadanos. Pero manifestarse cerca del Ministerio del Interior es violencia, ¡cuidado! Manifestarse cerca del Santo Padre, cabeza de expropiadores de bienes públicos de los españoles sería violencia: ¡imperdonable!
Pienso en Artaud y en cómo dedicaba sus libros a la guerra y a la anarquía en este mundo, y en cómo habría sido el primero en cargar contra la policía y entrar, magullado, medio muerto, en las "lecheras".
Artaud se reiría de nuestra revolución de diseño (a la que me adhiero, pese a su notable tibieza). Se reiría a carcajadas, con sus dientes podridos, con su alma de niño.
Sueño con el perro Kanellos, con el perro Lakónikos, con los valientes de la plaza Syntagma.
Mientras tanto, en Siria masacran a la gente y Occidente calla, vergonzosamente. Qué rápido se bombardeó Libia y qué extraño silencio ahora. Sonrojante hipocresía. Stalker