Toda la asamblea reunida era de 42,360, sin contar sus siervos y siervas, que eran 7,337; y tenían 245 cantores y cantoras. Sus caballos eran 736; sus mulos, 245; sus camellos, 435; sus asnos, 6,720.
Algunos de los jefes de casas paternas contribuyeron para la obra. El gobernador dio para el tesoro 1,000 dracmas (8.5 kilos) de oro, 50 tazones y 530 túnicas sacerdotales. Los jefes de casas paternas dieron para el tesoro de la obra 20,000 dracmas (170 kilos) de oro y 2,200 minas (1,254 kilos) de plata. Lo que dio el resto del pueblo fue 170 kilos de oro, 1,140 kilos de plata y 67 túnicas sacerdotales.
Y los sacerdotes, los Levitas, los porteros, los cantores, algunos del pueblo, los sirvientes del templo y el resto de Israel habitaron en sus ciudades.
Cuando llegó el mes séptimo, los Israelitas ya estaban en sus ciudades. Nehemías 7:61-73
El sacerdocio levítico era un asunto de generación a generación y exclusivo de la casa de Levi y todos sus descendientes. Que hermoso es saber que el sacerdocio de Jesús no depende de la sangre que corre por nuestras venas, no depende de la voluntad de otros como aquí donde el gobernador les prohíbe comer de las cosas santas, que hermoso es saber que gracias a Jesús, gracias al Padre Eterno, nuestra entrada al sacerdocio de Jesús depende únicamente de la voluntad de Dios.
Somos nacidos de Dios para una esperanza viva, un real sacerdocio que trasciende la carne y la sangre, que hermoso es saber que gracias a Jesús nuestros nombres pueden no estar escritos en una genealogía reconocida aquí en la tierra, pero están escritos en el libro más importante en todo el universo, escritos en los cielos, en el libro de la vida.