Ese miércoles 31 de Julio me levanté pronto en el
hotel de Turín donde estaba residiendo desde el lunes. Tenía planificada para ese
día una excursión ferroviaria, en el tren de alta velocidad Frecciarossa, para
visitar la ciudad de Milán. Había estado en Milán varias veces con
anterioridad, pero hacía mucho tiempo que no la visitada y me apetecía verla de nuevo, así como probar
el servicio de Alta Velocidad en Italia.
Duomo de Milán. La postal de la ciudad.
(JMBigas, Julio 2013)
La línea del ferrocarril de Alta Velocidad recorre la espina dorsal de Italia. Partiendo de Turín, recorre Milán, Bolonia, Florencia, Roma, Nápoles y hasta Salerno, en el profundo sur.
Mi tren salía de la estación central de Turín, Torino Porta Nuova, su punto de origen, a las 8.23 de la mañana. Tenía que llegar a la
estación de Milano Porta Garibaldi a las 9.16. El tren tenía su destino final en Roma Termini. Por Internet había conseguido un billete a muy buen precio, para ida y vuelta en clase Business Silenzio por 38€. Esta clase, la más lujosa del tren, supone un comodísimo asiento de cuero y la relativa garantía de no tener que tragarse las conversaciones ajenas por el móvil. Aparte de prensa gratuita.
La estación de Torino Porta Nuova es enorme y de hecho es la
tercera por tráfico de viajeros de toda Italia, tras las de Roma Termini y Milano Centrale. Para mi desgracia, parece ser el sino de todo viajero, este año estaba absolutamente recubierta de andamios
para una reconstrucción de la arquitectura monumental que tiene la estación.
En el trayecto de ida hacia Milán, por la mañana, todo
funcionó a la perfección y con total puntualidad. Tras recorrer los casi ciento cincuenta kilómetros que separan Turín de Milán, acabamos llegando
a la estación pasante de Milano Porta Garibaldi a la hora prevista. Os ofrezco un breve vídeo bastante ilustrativo, que tomé durante el trayecto.
Lo primero que hice al llegar a Milán fue comprar, por 4,50€, un
billete diario para el transporte público, que me permitió utilizar, durante toda la jornada y con total libertad
autobuses, tranvías, o alguna de las varias líneas de Metro con que cuenta la
ciudad.
Primero tomé el Metro para ir a la estación central, Milano Centrale. Tenía ganas de verla de nuevo, porque mi recuerdo se limitaba a las épocas estudiantiles del Inter Rail, hace ya varias décadas. Tras varias renovaciones, sigue conservando su monumentalidad, y las bóvedas metálicas sobre las playas de vías siguen siendo impresionantes.
El Frecciarossa de Alta Velocidad, estacionado en
Torino Porta Nuova.
(JMBigas, Julio 2013)
Allí me preocupé de localizar la Oficina de Turismo para
conseguir un mapa turístico de la ciudad (gratuito) con el que poder moverme durante todo
al día sin problemas por la ciudad. No resultó fácil y tuve que acabar preguntando al personal de seguridad, porque los paneles informativos lo eran bastante poco.
Previamente al viaje, había buceado bastante por Internet y
tenía muchas ganas de conocer algo de Milán que es poco conocido y muy poco visitado por el turista
normal. Aunque parezca mentira, Milán tiene algunos canales, lo que en
italiano llaman un Naviglio. Al sur de la ciudad, cerca de la estación de Porta
Génova, están los dos Naviglios principales de Milán. El más importante es el Naviglio Grande y casi en paralelo discurre el llamado Naviglio Pavese. Los dos se juntan en la llamada Dársena, que es como una laguna de tamaño medio que, en tiempos, fue el puerto de la ciudad.
Viajé en el Metro hasta Porta Génova y desde allí, a
pie, por la Vía Vigevano, hasta la Dársena. Esta calle tiene el atractivo de
ser una vía principal pero fuera de lo que es el casco histórico de la ciudad, lo que llamaríamos una calle de barrio.
Por ello resulta muy interesante el tipo de establecimientos comerciales que
hay en ella, así como las diversas instalaciones que la jalonan. En
concreto, resulta interesante de ver el sistema de iluminación de la calle, en base a
faroles colgados de cables que cruzan de casa en casa.
Restaurantes flotantes en el Naviglio Pavese.
(JMBigas, Julio 2013)
La Dársena no tiene nada de especial, aunque sí se podían
ver algunas barcas cubiertas con lonas, así como algunos patos retozando por
las riberas. Casi parece una laguna abandonada a su suerte. En el Naviglio Pavese, eso sí, abundan los restaurantes flotantes.
Por esa zona tuve ocasión de ver un establecimiento muy curioso, en forma de quiosco, que servía al público comida en base a pescado, no sé muy bien si frito o cocinado de alguna otra forma. Bueno, un estilo de fast food mediterráneo, diferente de las tendencias imperantes, principalmente de procedencia norteamericana.
Al lado de la Dársena está la Plaza 24 de mayo (en conmemoración de la fecha de 1915 en la que Italia entró en la Primera Guerra Mundial), con la monumental Porta Ticinese en su centro.
Allí tomé un tranvía que seguía una ruta periférica por los bulevares, hasta la Piazza Reppublica. Allí tomé de nuevo el Metro para llegar hasta la Piazza Duomo, donde está la famosa catedral de Milán, Il Duomo. Esta plaza es el centro neurálgico de la ciudad, y el destino de casi el 100% de los visitantes en Milán.
El día era muy caluroso, y el Sol batía con dureza en la plaza, sin ninguna sombra donde guarecerse. Sin embargo, había un tráfico incesante de peatones en todas direcciones. De una parte, los innumerables turistas y viajeros: en solitario, en pequeños grupos o en manadas numerosas, con guía acompañante. Pero todos ellos no paraban de hacerse fotos con la majestuosa Catedral de fondo. Pero también pasan por ahí los propios habitantes de la ciudad que acuden al centro de la ciudad para los más diversos menesteres.
Gran arco de acceso a las Galerías Vittorio Emanuele II.
(JMBigas, Julio 2013)
La plaza, que es muy grande en extensión, es casi
completamente peatonal. Aunque, insisto, en Italia si no hay un muro, se puede pasar. Presidiendo la plaza está la Catedral, de un estilo muy característico, que habitualmente se conoce como barroco lombardo. En uno de los laterales de la plaza está el gran arco que da acceso a las Galerías Comerciales Vittorio Emanuele II. Allí están, probablemente, los restaurantes y comercios más caros de la
ciudad, para disfrute casi exclusivo de los visitantes con buen poder
adquisitivo. Aunque pasear es gratis, por supuesto.
En uno de los cafés que rodean la plaza aproveché para tomar
una cervecita muy fría, que me refrescó un poco de los sudores de ese día muy caluroso de finales de Julio.
Una de las curiosidades que me sorprendió al salir desde el Metro a la superficie de la Plaza fue ver una pantalla gigante de televisión, situada en uno de los laterales del Duomo, emitiendo publicidad non-stop. Un panel informa de que la publicidad contribuye a la restauración arquitectónica de la Catedral. Por supuesto.
A la izquierda se puede observar la pantalla gigante
de televisión, emitiendo publicidad.
(JMBigas, Julio 2013)
La visita al interior del Duomo es gratuita, pero hay que seguir una
cola para pasar un control de seguridad, donde revisan las mochilas y bultos que
transportan los visitantes. Me puse respetuosamente en la cola hasta que conseguí entrar al Duomo, en poco menos de diez minutos.
El interior de la Catedral parecía, casi, un mercado, por lo bullicioso. Con multitud de visitantes hablando entre sí y haciendo fotos. Y un curioso mostrador, junto a la entrada, que vendía unas pulseritas de papel, por 2€.
Como vi que había varias chicas, al servicio del Duomo, merodeando por el interior del templo, le pregunté a una de ellas, en mi italiano aprendido durante la estancia en FIAT en 1978, el sentido de esas pulseras. Curiosamente, la chica me respondió en perfecto castellano. No pude resistirme a preguntarle cómo había averiguado que yo era español. Su respuesta me sorprendió todavía más. Según ella, mi forma de hablar le recordaba a la del Papa Francisco, argentino, como todos sabéis. Lo que, junto a mis evidentes orondeces, me valió el sobrenombre de Il Papa durante mi visita al Duomo.
Resultó ser que está prohibido tomar fotografías o vídeos en el interior de la Catedral. Excepto si se compra una de esas pulseras de papel, por 2€, que habilita para hacer (casi), lo que uno quiera, incluyendo fotos con flash y demás. La misión de esas chicas era perseguir a los visitantes que estuvieran tomando fotografías sin la pulserita de marras (il braccialetto), para llevarles al mostrador donde debían retratarse.
Estatua de San Bartolomeo scorticato, en el interior
del Duomo de Milán.
(JMBigas, Julio 2013)
A pesar de todo el despliegue, la mayoría de fotografías que realicé en el interior del Duomo salieron bastante mal, sea por falta de iluminación o porque salieron algo movidas. No tengo claro si el llevar esa (horrorosa) pulserita tuvo algo que ver.
Sabía que era posible subir a alguna de las terrazas de la Catedral para tener una visión elevada de la Piazza y los alrededores. En todo caso, previa adquisición de una entrada, se podía subir a pie por las escaleras, o en un ascensor, que se toma en uno de los laterales de la Catedral. Como ya estaba suficientemente sudoroso, escogí la opción del ascensor. Por 12€ (una exageración), tomé el ascensor, eso sí, sin guardar apenas ninguna cola de espera.
Me pareció que el recorrido del ascensor era bastante corto y, efectivamente, el resultado fue bastante decepcionante. La terraza a la que se
tenía acceso no era en la zona más elevada de la catedral sino que era más bien como un patio trasero a unos cuarenta metros por encima del nivel de la plaza. Desde ella no se tenía una visión periférica, sino sólo hacia la parte de atrás del Duomo.
La estatua dorada de la Madonnina, en lo más
alto de la Catedral de Milán.
(JMBigas, Julio 2013)
Desde esa especie de patio o terracita se tenía visibilidad cercana de una zona de pináculos y estatuas, se veía la plaza trasera del Duomo (no la gran Piazza), así como una terraza festiva en un edificio colindante, donde a esa hora estaban sirviendo cócteles y comidas. El lugar no daba mucho más de sí, aunque conseguí que una parejita de rusos me hicieran una foto para tener constancia de los doce euros gastados.
Bajé de nuevo en el ascensor y ya me estaba apretando el hambre, serían las dos de la tarde. Pregunté si había un servicio en la Catedral (otra urgencia más prioritaria), pero una de las chicas me indicó un complejo de restauración junto a las Galerías Vittorio Emanuele II, y me dijo que en la planta sótano había allí un servicio público. Aproveché para ver las opciones de comida que ofrecían en los diversos establecimientos, pero no me convencieron.
Salí
de nuevo a la Plaza y anduve por una de las calles laterales hasta que localicé un restaurante con muy buen aspecto, el Café Royal, donde, además de comer bien (nada barato, eso sí), pude descansar en una deliciosa terraza en la Via Agnello.
Sudoroso, en la terraza trasera del Duomo,
al que se puede acceder en ascensor.
(JMBigas, Julio 2013)
Una vez escogido tan selecto restaurante, ya resultaba inevitable ceder un poco a la tentación gourmet. Escogí una excelente carne (un filetto), acompañado de un Rosso di Montalcino muy agradable. El camarero que me atendió, un apuesto rubio como sacado de una revista de moda, no paró de darme conversación, lo que me permitió practicar un poco más mi bastante oxidado italiano. En conjunto, la pausa me permitió prepararme para las diversas caminatas que tenía previstas para por la tarde, hasta la hora de tomar el tren de vuelta a Turín.
Tras un reconfortante café, reinicié la marcha. Me metí por las Galerías Vittorio Emanuele II, disfrutando, aparte de la monumentalidad de la arquitectura, de las maravillosas bóvedas que las cubren. Es curioso destacar que, en la parte alta de los arcos de acceso, hay unas redes que intentan evitar que los pájaros vuelen por su interior. Hay bastantes comercios de la gama alta, y varios cafés y restaurantes, donde comer o tomar algo es, en sí mismo, un souvenir. A precio de souvenir, por supuesto. A título de ejemplo, basta decir que en la carta del Biffi se puede
ver que una simple Cotoletta Milanese (el escalope de toda la vida), sin guarnición (que se pide y cobra aparte) cuesta casi 30 euros.
Al otro extremo de las Galerías (que realmente tienen forma de cruz, con otras salidas) se sale a la Piazza della Scala. Esta plaza, de mucho menor tamaño que la del Duomo, se caracteriza
por estar presidida en su centro por una estatua dedicada al genial
Leonardo da Vinci, y en uno de sus laterales está uno de los escenarios operísticos más famosos del mundo: il Teatro alla Scala.
Teatro alla Scala, en la plaza del mismo nombre.
(JMBigas, Julio 2013)
Desde allí tomé la Vía Giuseppe Verdi, que discurre por el lateral de la Scala. Pasé por delante del santuario milanés dedicado
a San Giuseppe (otro buen ejemplo del barroco lombardo) y seguí adelante hacia la Vía Brera, donde está una de las
pinacotecas más famosas de la ciudad. Por allí se pueden ver algunos comercios
muy singulares, ya que está en el área de influencia de lo que se conoce como
el Triángulo de la Moda o el triángulo de oro de los profesionales de la moda en Milán. En
particular, me chocó un establecimiento que se anunciaba como Bar de Perfumes, u Olfatorio.
Palazzi de diversas épocas jalonan esta ruta. A pesar de ser una calle bastante estrecha, la via Brera aporta mucha monumentalidad.
Tomé a continuación por la Via del'Orso, en dirección a
la estación de Metro de Montenapoleone, en el corazón del Triángulo de la Moda. En el Metro viajé hasta la estación de Cairoli Castello, junto a la Piazza Castello, y frente al sólido Castello Sforzesco. Ya era media tarde y, aparte del cansancio acumulado durante la jornada, no tenía especiales ganas de visitar el Castillo, que, por otra parte no tiene tampoco grandes cosas que ofrecer, aparte de su arquitectura feudal contundente.
El Castello Sforzesco, de contundente arquitectura.
(JMBigas, Julio 2013)
En un kiosko junto a la salida del Metro, tomé un vasito de granizado de limón (granita di lemone), que me refrescó lo suficiente para recuperar las fuerzas. Lo que resultaba más curioso es que, en esa zona, estaban emplazados dos gigantes estrafalarios, de cartón piedra, a los que llaman Enolo y Fornaro, que serían una especie de mascotas que anticipan la celebración de la Expo Milano 2015.
Tras tomar algunas fotografías del exterior del Castello Sforzesco, tomé el Metro hacia la última visita que tenía prevista para esa jornada en Milán. Viajé hasta la estación de Loreto, en el piazzale del mismo nombre, al norte de la ciudad. De Loreto hacia el sur se desarrollan los 1.200 metros de longitud del Corso Buenos Aires. Esta
avenida, en toda su longitud, y en las calles aledañas, está atestada de varios centenares de comercios normales (para las clases medias y populares), y es una de las zonas de la ciudad a donde acuden los habitantes de Milán para realizar sus compras habituales. Nada que ver con los comercios altos de gama de las Galerías Vittorio Emanuele II, o las excentricidades del Triángulo de la Moda. Entre otras tiendas de todos los tipos, allí se pueden ver los establecimientos de las cadenas más populares de moda y demás.
Enolo y Fornaro, gigantes de cartón piedra, mascotas
de la Expo Milán 2015.
(JMBigas, Julio 2013)
Recorrí una parte del Corso, en las inmediaciones de Loreto, pero ya estaba bastante
fatigado de rondar todo el día desde las seis de la mañana en que me había
levantado en el hotel de Turín, y localicé un café con una terracita refrigerada, donde tomar a gusto una cerveza fresquita de media tarde, con algunos snacks para picar.
Desde allí volví al Metro en Piazzale Loreto, y me dirigí directamente a la
estación de Milano Porta Garibaldi, donde debía tomar, algo después de las siete de la tarde, el tren Frecciarossa que debía devolverme a Turín y a mi hotel.
La gran sorpresa al llegar a la estación fue ver cómo el Frecciarossa que debía salir una hora antes del que yo tenía
reservado, tenía previsto un retraso de ciento sesenta minutos (casi tres horas, hablando en plata). Faltaba una media hora para la salida de mi tren, pero no estaba ni siquiera anunciado en los paneles luminosos, por lo que me temí lo peor, en forma de retraso monumental.
Piazzale Loreto, en el extremo norte del
Corso Buenos Aires.
(JMBigas, Julio 2013)
Por megafonía iban repitiendo la información sobre el retraso enorme de ese Frecciarossa, que provenía de Salerno. Según parece, habían tenido problemas policiales o judiciales. Uno de los viajeros estaba buscado por los Carabinieri, y el tren debió vivir escenas de persecución policial, o cosa del género.
Al más puro estilo italiano, rápidamente se formaron corros de viajeros que, como yo, teníamos reserva en el Frecciarossa de las siete y pico. Una ejecutiva de media edad, que parecía avezada en esas lides, se movilizó para informarse, y trajo la noticia de que nuestro tren llevaba un pequeño retraso, pero sólo del orden de los quince minutos.
Al final, casi ya a la hora en que debía salir nuestro tren
en dirección a Turín, indicaron en el panel principal la vía por la que iba
circular el tren, que en este caso procedía de Roma Termini. Ya en el andén, atestado de viajeros, seguía la confusión, porque el tren no paraba en Milán más que algunos minutos, pero no estaba claramente identificado en ninguna parte la disposición de los vagones. La gente no tenía claro en qué dirección moverse, para estar mejor preparados para abordar el tren en el coche adecuado. Todo el mundo especulaba sobre en qué dirección debía circular el tren, y deducir de ello que su vagón debía estar hacia el principio o hacia el final.
Corso Buenos Aires. 1.200 metros de comercios populares.
(JMBigas, Julio 2013)
Así, perdidos en especulaciones prácticamente estériles, pasamos la casi media hora que tardó en aparecer nuestro flamante tren. Casi por casualidad, conseguí situarme en el enclave idóneo del andén, de modo que la puerta de mi coche paró frente a mí. El trayecto hasta
Torino Porta Susa y, finalmente, Torino Porta Nuova no tuvo ningún incidente más. Pero el retraso de media hora se mantuvo hasta la llegada a la estación terminal.
Como el hotel estaba muy cerca de la estación, subí un momento a la habitación a dejar las cosas, y bajé a continuación para buscar un restaurante en las
inmediaciones donde cenar una buena pizza calentita, que es lo que me apetecía después de la excelente carne del almuerzo en Milán. Acabé recalando en la terraza del Mazzini, en la via Giuseppe Mazzini. Este es un pequeño restaurante típicamente italiano, que ofrece tanto platos de pasta, como pizzas, carnes y pescados. Con un servicio muy eficiente, unas pizzas excelentes y un precio muy económico, me llevó a repetir en el mismo lugar para la cena del viernes. Ese día, Turín ya estaba invadido por los participantes en la World Master Games, y fue en Mazzini donde asistí al espectáculo que ya he contado en otra ocasión, en que el servicio no dudó en organizar desde la nada una mesa gigante en la terraza para veintiséis australianos que querían cenar.
Después de cenar me retiré a dormir relativamente pronto,
porque al día siguiente debía salir temprano por la mañana en el coche, para llegar a la estación de Génova Nervi, idealmente, poco después de las nueve de la mañana, e iniciar allí una excursión a Cinque Terre. Pero esa fue ya otra historia, y será objeto del penúltimo capítulo de este paseo por el noroeste de Italia.
JMBA