Excusas

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Fake Plastic Alice @ Flickr.com

El sopor del mediodía había aplastado el jaleo de maullidos, ladridos y reclamos varios que castigaba la tienda desde antes del amanecer. Aquella misma escandalera que, prolongada hasta mucho después del ocaso, llevaba más de una década desquiciando a la comunidad de vecinos. Hacía ya unos meses que la enésima denuncia, las futuribles ordenanzas municipales y sobre todo el declive comercial del barrio la tenían condenada a desaparecer. Precinto o quiebra, era la única duda.

Desparramada sobre el terrario que hacía las veces de mostrador, Laura, su joven y desaliñada dependienta entretenía los minutos haciéndose y deshaciéndose la misma trenza una y otra vez. En su agónica lucha contra el sueño, apostaba contra sí misma sobre el progreso de un solitario camaleón, que avanzaba a espasmos por un lateral de su jaula. “A ver si llega al otro lado antes de las menos cuarto”, pensaba entre mechón y mechón.

No habían dado las menos veinte cuando el tintineo de la puerta la obligó a apartar los ojos del reptil. Un tipo enjuto, con entradas hasta medio cráneo. Nariz afilada, barbilla en punta, cuarenta y pocos.

- Hola buenas tardes.
- Buenas tardes.
- Quería adoptar un perro.
- Querrá decir comprarlo.
- Sí claro, a eso me refiero. La semana pasada estuve aquí y vi uno que me gustó.
- ¿Y cómo era?
- Flaco, muy flaco. Hocico alargado, marrón oscuro y con una mancha blanca en el ojo derecho.
- Ah, ese. Yo lo llamo Carmelo. Lleva ya un tiempo con nosotros, pero…
- ¿Pero qué?
- Pues que no está en venta.
- No entiendo. ¿Ya lo reservaron?
- No, lo retiramos de la exposición. Está detrás, en el almacén.
- ¿Y eso?
- Porque está enfermo. Un rollo raro de la piel.
- ¿Es contagioso?
- No. Pero hay que tratarlo. Y por lo visto durante meses.
- Pues me lo llevo.
- Ya le dije que no está a la venta.
- Insisto.
- Pero es que no me dejan venderlo.
- La semana pasada ya tenía unas ronchas raras en el hocico. Y entonces estaba a la venta.
- Sí, por lo visto eran los primeros síntomas. Nos enteramos hace poco.
- Pues si no me importaban las ronchas de antes tampoco me importarán las de ahora. Se lo aseguro.
- ¡Pero es que está horrible! ¡Se le está cayendo hasta el pelo!
- Me da igual.
- Bueno, usted verá. ¿Me acompaña al almacén entonces? Espere que cierro la puerta.

En la penumbra, Carmelo rompe el ovillo de la siesta, mueve la cola y se levanta. Amaga un ladrido quejicoso y busca con los ojos a la dependienta.

- Mire como está. Si parece un perro callejero.

Un chasquido de fluorescente revela a un perdiguero desgarbado, con la piel sembrada de cráteres negruzcos que en la frente y sobre la cola han degenerado en calvas. El suelo de la jaula está sembrado de pelusas malolientes. Laura no se atreve ni a mirar al cliente, pero cuando lo hace cree advertir el último rastro de una sonrisa.

- ¿Qué le parece? ¿No se lo decía yo?
- Es perfecto. Perfecto.

Y la sonrisa que brota de nuevo. Esta vez inequívoca, de oreja a oreja.

- Pues nada, le voy preparando la factura. Cuando se lo cuente al jefe lo va a flipar.

Dos meses después, en el Parque del Centenario, un feliz reencuentro. Carmelo volteando la hojarasca, con el hocico a ras de suelo. Tiene más calvas que antes, pero ahora están perimetradas con una tintura azul. Laura, alegre de verlo y de que reconozca su voz. Y su nuevo dueño, recostado exultante en un banco. Mordisqueando en el cuello a la veterinaria.