Excusas masculinas para no conciliar

Por Yyoconestasbarbas

Abro el nuevo año bloguero con un tema que siempre está en el candelero: la conciliación laboral y familiar.

La base de la cual arranco hoy, es el interesante artículo, publicado el otro día en el Huffinton Post, titulado 11 razones por las cuales los hombres utilizan menos las medidas de conciliación que las mujeres. Yo lo leí, movido por la curiosidad, y os invito a que lo leáis, para comprender mejor lo que os escribiré a continuación, que es una reflexión a título personal.

El problema principal de esta publicación a mi entender, es a nivel de lenguaje. Una cuestión, por tanto, de eufemismos. Es curioso cómo utilizamos el lenguaje, dependiendo del sesgo que queramos darle a una situación para interpretarla de cara a terceros. El relato se articula mediante términos como “medidas”, “razones”, “aspectos”, “factores…” A medida que voy leyendo, punto por punto, todas esas palabras se van transformando en mi mente en una única palabra, mucho más clara, evidente, y que sirve para aglutinar todas las anteriores bajo el abrigo de un mismo contexto y significado: “excusas”. Este artículo se convierte así en una recopilación, más bien, de excusas. Excusas, y más excusas.

Pese a estar de acuerdo en el fondo de lo que se nos cuenta, voy leyendo, punto a punto, y pienso… -“Ufff… Vale. Pero esta razón, me suena más bien a burda excusa…”- Y sin quererlo, no puedo quitarme esa sensación a lo largo de todo el texto. Y es que si te pido que me des un sinónimo edulcorado o eufemismo para el término “excusa”, bien puede salirte “argumento”, “justificación”, “razonamiento” o cualquiera de los anteriormente mencionados, todos ellos aparecidos en este artículo. Es lo maravilloso de nuestro bendito idioma; su fabulosa riqueza. Y ojo que es mi interpretación, repito; no la del redactor. Pero no dejo de pensar en que hay un cierto tufillo condescendiente para no terminar de decir las cosas claras.

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…Como si hubiera un cierto… temor incómodo a llamar las cosas por su nombre. Todo me rechina a excusa. A resistencia.

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Aquí os dejo, para quienes les de pereza leerse el texto aludido (va, que no es tanto, leedlo, en serio…), por si acaso los puntos desarrollados:

1. Restricciones económicas

2. Esencialismo (y actitudes de género tradicionales)

3. Control de algunas madres

4. Masculinidad hegemónica (o tradicional)

5. Clase social (estatus profesional)

6. Insuficientes modelos sociales

7. Apoyo social y mediático de perfil bajo

8. Políticas públicas insuficientes

9. Cultura de las empresas y estigma de la conciliación

10. Entorno empresarial insuficientemente concienciado

11. Actitudes auto indulgentes de algunos padres

Evidentemente, el tema de la conciliación en este país, sigue en pañales, por múltiples causas. Eso no se le escapa a nadie. Pero hablando en términos generales (curioso en mí, que odio las generalidades desde lo más profundo…), no puedo evitar pensar que cada una de las razones de este artículo, por separado y todas ellas juntas a la vez, son el caldo de cultivo para que esta bola tradicional siga con su movimiento esencialmente por inercia. Porque a los hombres nos conviene que esto siga así. Es más fácil seguir en nuestro cómodo sillón orejero y seguir mirando para otro lado, apoyándonos en nuestras falaces excusas de toda la vida, y dejar que la rueda siga girando. Porque gira a nuestro favor, claro. 

Aunque debería ser tarea de todos y todas, a los hombres cuando nos convertimos en padres nos toca hacer un ejercicio serio y responsable de mirada introspectiva para analizarnos bien, para recabar información por dentro y por fuera y analizar en qué y cómo ha cambiado nuestra situación, y situarnos en el nuevo contexto familiar: ¿Qué queremos como familia? ¿Qué tenemos? ¿Qué necesitamos? ¿Cómo obtener un equilibrio para hacer que todo funcione? ¿Cuál es nuestra meta, cuáles son las prioridades? ¿Qué esfuerzos va a requerir? ¿Cómo repartirlos de manera justa? ¿Qué puedo esperar conseguir a cambio? Pero… ¡Ay amigo…! Eso implica sacar los huevos de los calzoncillos para moverlos y ponerlos sobre la mesa -por así decirlo…-, es decir, sacarlos de su, nunca mejor dicho, zona de confort. Y eso requiere y cuesta esfuerzo, por supuesto. Un huevo de esfuerzo. O los dos. (De nuevo valga la redundancia).

La motivación para ejercer y aplicar ese cambio sobre la mentalidad de uno mismo debe ser siempre superior al beneficio que ofrece el status genérico de ser un tío (y los privilegios que eso lleva implícito). Si no es así, no se cambia, porque nadie quiere hacer cambios que impliquen perder privilegios o calidad de vida. Volviendo al lenguaje, esto en castellano de toda la vida, se llama egoísmo, y es algo inherente a nuestra condición humana. ¿Por qué habría a sacrificarme y perder privilegios? Pues te lo diré: básicamente, por ética básica, respeto… Y mucho amor. Porque has hecho un pacto con tu pareja para llevar a cabo un proyecto de vida en común. Hay que tener mucho amor hacia la pareja y los hijos, amor real, para aceptar de buen grado ese sacrificio.

Y lo que a mi modesto juicio deberíamos hacer entender, es que en realidad al final tampoco estás sacrificando tanto. El relativo perjuicio que pueda ocasionarnos el asumir ciertas medidas de conciliación, el ahondar y profundizar en el ámbito doméstico, en el ámbito de los cuidados, en el ámbito de compartir tareas, irá siempre acompañado de las recompensas que esa relativa pérdida pueda generarnos. Y es sobre eso sobre lo que hay que tomar consciencia.

Me explico: más bien, que pueden ser sacrificios factibles y positivos a corto, medio y largo plazo, y cuyos beneficios de hecho pueden notarse desde el primer momento, porque en el proceso de perder ciertos “privilegios” vas a ganar simultáneamente muchas otras cosas diferentes, relacionadas con el ámbito y el bienestar familiar global, y también dentro del personal. Pero todo eso no se ve de buenas a primeras. Cuesta mucho verlo. Cuesta mucho comprenderlo. Cuesta un mundo asimilarlo, y para creérselo uno mismo, hay que verlo, experimentarlo y dar el paso en persona. El gran drama de nuestra especie es, como dice la sabiduría popular, …que nadie escarmienta en cabeza ajena. 

Cuando uno se convierte en padre, ha de asumir que una parte de la vida que traía, ya no volverá a ser la misma. Es imposible; eso es una realidad. Si piensas que tu vida va a permanecer exactamente igual que antes de traer a tus hijos a este mundo, tengo un mensaje directo para ti: -“¡Despierta, amigo, despierta…!”-

El misterio milagroso de este asunto, es precisamente abrazar la carga que esa nueva responsabilidad nos trae, con todas las maravillas que nos puede proporcionar. Si somos valientes, y nos atrevemos a soñar con otro modelo de organización familiar posible, claro. Al menos, tenemos la responsabilidad moral mínima frente a nuestras parejas e hijos de plantearnos esa posibilidad, e intentarlo si realmente existe y si realmente se ha consensuado con sinceridad, cuando se vea que es la opción más positiva para todos.

Porque familia somos todos, y todos los miembros tienen que contar. Porque familia ya no eres tú+lo-que-digan-los-demás. Familia es algo mucho mayor e integrador que eso. Si no lo percibes así, te invito y animo a seguir mirando, porque puedes descubrir algo grandioso. Así que invito a no pensar tanto en lo que uno podría perder como individuo al acogerse a medidas conciliadoras, y sí a pensar en lo que uno podría GANAR a nivel familiar. Y por supuesto, también como individuo. Piensa en todo lo positivo que estás DANDO y APORTANDO a tu proyecto de vida, que no es otro que tu pareja y tus hijos.

Pero ya hemos apuntado que eso requiere esfuerzo y voluntad. Está claro que buscar medidas no es lo mismo que encontrar medidas. No todo el que busca, encuentra. Faltaría más. Muchas empresas no nos lo ponen fácil. Y además la carga tradicional, mental y social que traemos los hombres en este ámbito, es tan enorme, y con tantos frentes, que costará un universo modificar todo esto. Soy consciente, evidentemente. Pero si metemos la sinceridad en nuestra alma, en nuestro interior, “razones” tampoco es lo mismo que “excusas”. Reflexiona sobre cuál de los dos términos se adecua mejor a tu situación, y luego piensa si quieres en ello. Piensa, como individuo y como familia que eres. Si has investigado. Si has abordado todas las opciones. Si has llamado a todas las puertas. Si te has planteado líneas paralelas de actuación. Si has cedido. Mucho, poco, algo. Nada. Piensa en tu pareja. Y piensa en ti. 

Está claro, y vaya siempre por delante, que cada uno, cada familia, es libre y soberana de llevar su camino como buenamente quiera y elija. Faltaría más, y no seré yo el que desde aquí imponga nada a nadie. ¡Válgame…! Pero aplicando ese ejercicio de sinceridad, pensad en esencia quiénes son los que salís beneficiados y perjudicados (o sobre quién o cómo recaen las cargas más pesadas) dentro de ese modelo familiar que lleváis. Es así de fácil. Y de complejo.

Si ya habéis hecho o no, todos los esfuerzos posibles que se os ocurran conjuntos para mejorar o cambiar esa situación, ya es harina de otro costal. (Y de hecho, si lo habéis intentado, vayan por delante mis más sinceras felicitaciones, porque ya sois un motor de cambio positivo y necesario en nuestra sociedad…)

Simplemente desde aquí, dar las gracias a los autores del artículo, Andrés Fernández Cornejo y Lorenzo Escot Mangas, por el mismo, pero invitando a esta reflexión de abordar el tema desde un punto de vista un poco más autoexigente y realista. Porque es desde la autoexigencia desde donde conseguiremos alcanzar las más altas cotas de desarrollo y satisfacción personales. Piensa en lo que puedes GANAR y no en lo que vas a PERDER.

Invito a todos los padres del mundo que puedan y quieran a que se esfuercen, a que piensen en la posibilidad de dar más de ellos desde un ámbito conciliador, porque la experiencia, el tesoro incalculable que pueden encontrar en ese camino, las infinitas sinergias positivas que pueden surgir de ahí, pueden cambiaros la vida. Para mejor.

Porque tu pareja lo merece. Porque tus hijos lo merecen. Porque vuestro proyecto de vida lo merece. Porque TÚ te mereces que te pase LO QUE MEJOR QUE TE PUEDA PASAR. Y en el cofre de la conciliación puede que encuentres el mayor tesoro que tus ojos lleguen jamás a ver. Si dejas las excusas y te atreves a abrirlo, claro.