Con esta edición ilustrada de El coloquio de los perros recién publicada por Nórdica, que desde ayer está disponible en librerías, no hay excusa posible para que el desaprensivo -varón o mujer: utilizo el género neutro- que aún no haya leído esta obra fundamental de la literatura española de todos los tiempos lo haga ahora.
Desde que el homínido dejó de ser cuadrúpedo y se puso de pie y se convirtió en homo sapiens hasta hoy, poco ha cambiado su manera esencial de ser, poco ha modificado sus intereses y sus comportamientos. Eso lo sabía bien Cervantes. Y también sabía que los defectos del hombre son incorregibles, que tropieza y tropezará no una, ni dos, ni tres, sino incontables veces con la misma piedra. Y que así somos in secula seculorum, defectuosos por naturaleza, sin remedio posible. Por eso las ejemplaridades de sus novelas son eternas y tienen plena vigencia. Porque tenía un ojo clínico, único y espectacular, para captar lo esencial de la condición humana, sus/nuestras debilidades -y sus/nuestras elevaciones, que de cuando en vez, también mostramos. Y todo ello con sabiduría, con humor, con una benevolencia que es su marca de la casa -sin juicios ni arengas-, y haciendo uso del castellano más cristalino y punzante, más cálido y luminoso, más sereno y más apabullante que haya podido imprimirse jamás.
De la producción cervantina, aparte del Don Quijote, destaca por mérito propio esta novela ejemplar donde los perros Cipión y Berganza adquieren el don del habla y se cuentan sus vidas al mismo tiempo que nos radiografían de manera implacable la sociedad española del XVII. Es mi preferida, desde luego, junto con El celoso extremeño y junto con esa carcajeante genialidad que es El retablo de las maravillas (uno de los más lúcidos retratos de la estupidez humana y de su preocupación por la apariencia).
Aquí, el booktrailer del libro.