Consentimos que la gente defraude a Hacienda. Incluso nos parece bien si salimos beneficiados. Nunca pensamos en el bien común. Luego queremos que Papá Estado nos dé aquello que queremos, pero con la aportación del otro, puesto que yo soy más listo. Consentimos que un padre estúpido exija excelentes calificaciones sin esfuerzo para su hija. No nos importa que nuestros hijos sean unos ignorantes. Nos negamos a educarlos. Es un trabajo arduo y delegamos en otros. Clamamos por el derecho a ser felices de nuestros retoños, por encima de todo. Y por último, consentimos que una niña quiera cambiar las normas de una institución por capricho... El problema es que la lista es interminable. Cada minuto hay un necio que solo sabe exigir sus derechos aunque pisotee los de los demás.
Pero esta es la realidad. Allá es donde vamos. Al sinsentido más absoluto. Al absurdo. A priorizar las libertades y derechos individuales por encima de todo y de todos. Nos hemos vuelto unos blandengues incapaces de decir que no para no herir susceptibilidades. ¿De verdad es mucho pedir que la gente no sea tan imbécil y solo sepa exigir derechos sin aportar ninguna obligación? Quizá el raro sea yo...Piensen.Sean buenos.Esta semana, la buena de doña @BeatrizBagatela ha dudado entre varios temazos. Finalmente, su opción para musicalizar este artículo es You're in love with a psycho. Estás enamorada de un psicópata. Con todos ustedes: ¡Kasabian!https://www.youtube.com/watch?v=kimPUWSwxIs
Mi buen amigo Pedrín trabaja en un colegio concertado de Cantabria. El otro día, hablando con él, me contó unas anécdotas que me gustaría compartir con ustedes. La primera es el caso de un alumno que asegura no tener ingresos, y solicita beca de comedor y libros. Dado que sus padres declaran no tener ingresos, se le concede una beca de tramo 1. Es decir, el alumno paga una cantidad simbólica por el servicio de comedor y libros. Nunca más de 50 euros al año por los dos conceptos. Fantástico. Curiosamente, cuando su madre va a recogerlo, lo hace en un flamante Mercedes GLE, un todoterreno de lujo. También está el caso de esa alumna de 6º de Primaria, que durante el confinamiento por el Coronavirus no presentó ningún trabajo de plástica. Sus notas en la primera y segunda evaluación, fueron un 8 y un 7. El maestro decide que su nota final sea un 6, puesto que no ha presentado ningún trabajo en este trimestre, a pesar de que se le habían reclamado. El padre de la alumna, muy disgustado, se dirige al maestro advirtiéndole que, según la normativa, durante el periodo de confinamiento no se pueden bajar las notas y, exige que se le suba la calificación de su hija. De nada sirven las explicaciones del maestro. Finalmente, el docente accede y su nota final es un notable. Acabamos con otra alumna que ha solicitado entrar en el centro para cursar 1º de Bachillerato y que exige ir a clase sin uniforme escolar porque, sencillamente, no le gusta. Me cuenta Pedrín que todos estos problemas son fáciles de subsanar. En el caso del primer alumno, basta una inspección fiscal para comprobar que alguno de sus progenitores, si no ambos, están defraudando a Hacienda. Es evidente que no están declarando todos sus ingresos. No es creíble que alguien que no tiene ingresos posea un automóvil de alta gama cuyo precio de salida en su versión básica es de casi 70 000 euros. Sin contar el mantenimiento. No se conforman con robar sino que, encima, se mofan de los contribuyentes, solicitando ayudas y becas económicas. El segundo caso tiene una solución simple. Solo hay que preguntar al abnegado papá, que tanto se preocupó por los deberes de su hija durante el confinamiento, qué nota quiere que le ponga a su hija y asunto resuelto. ¿Un 10? Pues un 10. ¿Qué importa que la niña no haya hacho absolutamente nada durante la tercera evaluación? Ya tendrá tiempo de aprender responsabilidad, sacrificio, trabajo... De momento, lo mejor es darle todos los caprichitos para evitar que se traumatice la criatura. El tercer caso es el más sencillo de resolver. Basta con que la alumna curse sus estudios en un centro público donde no hay obligatoriedad de usar uniforme. Si acudes a un centro, lo normal es acatar las normas que imperan allí. No es muy lógico cambiar las normas del centro porque a la niña no le gusten. Hay libertad de elección de centro educativo.