¿Existe la mala literatura?

Por Verdi0381


J.K. Rowling y Gabriel García Márquez
Marguerite Yourcenar, confiesa haber gastado cerca de tres décadas, para pulir ese impresionante fresco en que una voz narra en primera persona las vicisitudes del emperador Adriano. Teniendo en mente esto, recobro ahora el verbo emitido por un editor durante una charla al vuelo, durante la pasada Feria del Libro de Bogotá. Hablando sobre los siete años invertidos en la escritura de una novela inconclusa aun, al contertulio le dio la impresión de que estaba relamiéndome.
Así, si un escritor es coherente con su obra y sopesa cada frase, diálogo y escena, comparándolas desdeñosamente con las de obras maestras como el Adriano, En busca del tiempo perdido o el Ulises, dos o tres lustros no parecerían gran cosa. Pese a esto, algunas veces con asombro, pueden verse espectáculos absurdos de novelas mal escritas, sin un asunto profundo y con personajes planos y en escenas tan rebosantes de monotonía que riñen con el tedio de una tarde de reunión familiar, que resultan premiadas por un jurado de élite. Entonces surge la pregunta ¿Somos lectores ingenuos y sin criterio para ver más allá del canon, o ha caído la literatura de nuestro tiempo en el absurdo de la «nueva estética de la posmodernidad»?  
En un tiempo donde Harry Potter, con sus casi mil páginas, acapara millones de lectores, y pocas personas se atreven a leer el Ulises de Joyce bajo la excusa de falta de tiempo, revaluar no la ausencia de calidad sino la percepción de los lectores acerca de la obra del escritor, solo nos queda la hipótesis de afirmar que posiblemente la estética de los lectores ha cambiado. La mala literatura podría abarcar desde las novelas de folletín, la poesía política, los panfletos fundamentalistas de los activistas ecológicos, la autobiografía de personajes de farándula y la política, hasta poemarios escritos a vuela pluma y publicados bajo la égida de los editores nepotistas.   

                                        Vargas Llosa firma ejemplares de El Héroe Discreto
No siempre la buena literatura es tan honesta como puede llegar a serlo la mala. Una historia desgarradora de un secuestro real, puede llegar a conmover mucho más que el envenenamiento de la señora Bovary o la muerte de la Karenina que acaba con sus días arrojándose al paso del tren. La no ficción esa literatura más honesta porque es real, comparada con la literatura de ficción, puede ser la réplica de algunos. También, la saga de Harry Potter aunque esté escrita ciñéndose a las normas sempiternas del oficio literario, es literatura, aunque diste mucho de la hondura simbólica y la invención de un metalenguaje propio como Alicia en el país de las Maravillas o El Quijote, podrán argumentar algunos.
Aquí, del mismo modo que en cualquier otra pasión en la vida, existen tirios y troyanos, güelfos y gibelinos, que podrán optar por una u otra. El facilismo, entendido como la recurrencia a lugares comunes, la vulgaridad léxica, el abuso de los elementos de la cultura de masas, la falta de imaginación y de estilo, es condenable donde quiera que se encuentre en la literatura actual. Con solaz y fruición, con satisfacción y regocijo de los estetas, hallar obras acabadas como los cuentos de Rulfo o Sergio Pitol, los ensayos de Borges, la poesía de Octavio Paz, Kavafis o Pessoa, las novelas de Proust, Thomas Mann, Joyce, García Márquez o Javier Marías, serán bien recibidos por los lectores que gustan de la literatura labrada como el buen vino, no perecedera, que se potencia con el paso del tiempo.