Existe un pueblo de espantapájaros

Por Martineznotte Alejandro Martínez Notte @martineznotte

Un paisaje idílico rodea a Nagora, una aldea japonesa poblada por muñecos de tela y bambú construidos como recuerdo de cada uno de los habitantes que ya no están.

En Japón los espantapájaros se utilizan desde hace siglos. Aparecen casi al mismo tiempo que en Grecia y en Roma pero con notables diferencias que fueron evolucionando a través del tiempo.

Mientras que los pueblos del Ática y los romanos empleaban siluetas de madera representando figuras humanas, los japoneses espantaban los pájaros con estacas de bambú en las que colgaban trapos y huesos de animales que, al golpear entre sí, creaban un sonido particular.

Con el tiempo, el ingenio campesino comenzó a cubrir las varas de bambú con sombreros de paja, vestimentas, arcos y flechas simulados llegando a producir originales obras de arte. Lo que comenzó con un toque macabro terminó convirtiéndose en una simpática tradición. Práctica que se convirtió en noticia cuando el pequeño pueblo de Nagora apareció cubierto de espantapájaros-muñecos.

Japón es uno de los países que registra grandes centros urbanos sobrepoblados y pequeñas aldeas en vías de extinción, como Nagora que sólo cuenta con 35 habitantes. Los jóvenes fueron emigrando hacia las ciudades y en la aldea sólo quedan ancianos y una escuela que cerró cuando se recibió el último alumno. Una habitante del lugar, viendo emigrar a su gente, tuvo la idea de repoblar Nagora con muñecos que, continuando la tradición de los espantapájaros, representan cada persona que vivió, estudió y jugó en las calles del pueblo.

Entrar a Nagora, es entrar a una bella aldea poblada por fantasmas que toman el té en el jardín, escuchan atentamente a la maestra, se ocupan de trabajos viales en la ruta o esperan pacientemente el ómnibus.