Los pacientes descontentos resultan agotadores y son mucho más difíciles de tratar. Algunos pierden fe en tus capacidades y recuperar su confianza no siempre es posible. Hay quienes se vuelven exigentes y demandan una solución, ¡cómo si fuese tan sencillo! Otros te someten a un verdadero examen en la consulta, incluso sin conocerte, desde la primera vez, y no lo hacen en un tono interesado, en busca de información, sino de una manera agresiva con la que parece que deseasen pillarte en un renuncio. Muchas veces no es el enfermo sino el familiar el que enrarece el ambiente. ¿No se da cuenta de que la tensión que generan no beneficia en nada a su acompañante? Supongo que no, que son individuos agresivos con un complejo de superioridad bien arraigado y habituados a comportarse así. El problema es que establecer una relación con el paciente se vuelve harto difícil. Hay situaciones en las que hay que aguantarse la crispación y las ganas de replicar, es más práctico callarse, aunque a nadie se le pase por alto que estás apretando los dientes para no saltarle a nadie a la yugular. Si les pides pruebas y revisión es por necesidad, porque en realidad lo que deseas es no volverles a ver jamás. Son vampiros de energía, que te dejan hecha un trapo, y ese es un estado deplorable para lidiar con el siguiente enfermo. Sin embargo en la consulta hay que seguir, no se permiten respiros, solo suspiros (sin testigos) y, si acaso, un par de respiraciones.
Ilustraciones de Don Shank.